Rafael Olvera Suárez, con 16 años dedicados al oficio de taxista, afirma que en su trabajo ha tenido que ser vigilante e incluso su taxi ha servido de ambulancia, pues no en pocas ocasiones debió de trasladar a personas de emergencia al hospital.
El hombre de mediana edad se refugia de los rayos del sol en la sombra que hace la construcción de una tienda de autoservicio ubicada sobre Bernardo Quintana. Viste ropa cómoda, así debe de ser, pues pasa mucho tiempo sentado a bordo de su unidad, un auto de marca japonesa de reciente modelo.
En esa tienda hay un sitio de taxis que brinda el servicio a quienes acuden a hacer sus compras. El pasaje es frecuente. Los taxistas no tienen que esperar mucho para obtener un viaje. Rafael accede a charlar con la condición de terminar la plática cuando un pasaje llegue.
Sus demás compañeros observan a la distancia. No se acercan, aunque en sus rostros haya algo de curiosidad por saber qué está pasando.
Ajeno a ello, Rafael dice que andando en la calle se dan cuenta de muchas cosas, y procuran siempre actuar de la manera correcta, como avisar cuando algún automovilista va distraído y se metió en una calle en sentido contrario, o cuando alguien no trae las luces encendidas, entre otras cosas.
En ocasiones, dice, también tienen que reportar los accidentes viales de los cuales son testigos presenciales.
Aunque también ha tenido que ser vigilante, pues en el estacionamiento del súpermercado, donde se ubica el sitio, hubo un tiempo en el que abrían los coches, y como él, al igual que sus compañeros de oficio están ahí, se convertían en “cuidadores” involuntarios.
“Si intentan abrir un carro, pues pitarles, o como que no queriendo quedarte ahí a observar, no exponerte de más, obviamente, hasta donde pueda uno”, señala.
Entre las anécdotas que recuerda Rafael, está cuando le tocó ver que estaban intentando abrir un coche en el estacionamiento. Los sujetos no se dieron cuenta que él estaba recostado en el asiento de su taxi y se esforzaban en abrir el vehículo que querían robar.
Al percatarse de lo que sucedía, de inmediato marcó, en aquel entonces, al número de emergencia 066, para reportar que había un intento de robo de auto en proceso en ese sitio. Como las patrullas están cerca del lugar, narra, llegaron de manera rápida.
“Llegaron los patrullero y di la identificación, más o menos, del vehículo en el que andaban. Los detuvieron preventivamente para revisarlos. Nunca pudieron abrir el carro, pero sí los identificaron.
No sé si uno estaba drogado o tenía antecedentes. El auto en el que se movían tenía placas de Guanajuato, y sí lo subieron, a uno. Llegaron muchas patrullas. También llegaron los parientes del chofer, trajeron los papeles. Se tardaron como dos horas, pero lo importante es que se evitó que abrieran el carro, que hicieran la maldad”, explica.
Con voz pausada, Rafael narra que también en ocasiones ha tenido que servir como ambulancia en su taxi pues, al igual que muchos de sus compañeros, son requeridos para llevar de urgencia a alguna persona que necesita atención médica de inmediato, y no se puede esperar la llegada de una ambulancia.
Precisa que en alguna ocasión sus servicios fueron requeridos para llevar a un niño inconsciente al hospital, por lo que tuvo que pasarse altos, echar luces para que lo dejaran pasar, conducir con intermitentes encendidas, todo para que le abrieran paso por la emergencia, pidiendo el paso para llegar lo más pronto posible al hospital.
Apunta que en ese caso que le tocó, se llegó rápidamente al hospital, desde San Pedrito Peñuelas a urgencias del IMSS, en avenida Zaragoza. Los padres del menor le dieron una propina, además del cobro del viaje, pero a él, añade, lo que le importaba es que se llegara lo más pronto posible, para que el pequeño pudiera recibir atención médica de inmediato, pues notaba la angustia de los padres.
Dice que ya no supo más de ese caso, pues en ese momento de desesperación los padres no tienen tiempo de anotar las placas o el nombre del taxista que los llevó. “No sé si les cobré 60 o 70 pesos, te dan las gracias en ese momento y córrele”.
Subraya que cuando se tiene que manejar rápido por una urgencia de este tipo se debe hacer, se hace, pues es parte del trabajo que les toca desarrollar no pocas veces, más aún en la periferia de la ciudad, donde los hospitales quedan retirados.
Rafael ha tenido que estar también del otro lado, pues no han faltado percances en su tiempo como taxista, aunque señala que siempre han sido leves, no han pasado de “choques lamineros”.
“No falta quien te pegue, o que no te alcanzas a detener, o que te dan el tallón y se echan a correr. No falta”, comenta.
Una joven mujer sale de la tienda con un par de bolsas en cada mano. Con la mirada busca al chofer del taxi que está parado a un costado de la salida. La mujer pregunta si está libre y Rafael responde que sí. El taxista alcanza a despedirse con amabilidad, siempre con su inconfundiblevoz pausada.
La mujer se sube al taxi, y Rafael lo primero que hace es dar las buenas tardes a la joven que ya está instalada en el asiento de atrás, donde acomoda las bolsas. “¿A dónde la llevo, señorita?”, pregunta Rafael.