Alo lejos se escucha el retumbar de los tambores, sobre calzada de Los Arcos, poco antes de llegar al Tanque. Conforme avanzan hacia el centro de la ciudad el sonido es más fuerte, y se ven unos penachos que se agitan, mientras los concheros que los portan bailan bajo el sol de la tarde, como lo hacen cada año en la tradicional peregrinación de concheros al templo de La Cruz.
Locales y casas ubicadas sobre avenida Zaragoza ofrecen agua y alimentos a quienes participan, son observadores de la peregrinación de los grupos de concheros que demuestran su fe.
La gente ocupa las orillas de la avenida para sentarse, colocan sillas o usan el camellón. Los vendedores de papas y churritos se pasean entre los grupos de danzantes, quienes esperan su turno para avanzar. Algunos aprovechan para “mojarse el gaznate” con agua, refresco o cerveza, pues “la calor está dura”.
Se aprovecha también la ocasión para hacerse de unos pesos, como el personaje vestido como danzante que, águila en mano, ofrece tomarse una foto y poder cargar al ave por “una cooperación voluntaria”. Un grupo de jóvenes acepta y el hombre le pone al águila a cada una de ellas en el brazo.
Los grupos avanzan por Zaragoza. Algunos espontáneos se les unen, bajo los efectos del alcohol o de alguna otra sustancia. Danzan frenéticamente junto a los profesionales quienes les prestan poca atención.
Las vestimentas y tocados son variados. Desde los clásicos penachos cafés, hasta algunos color rosa, verdes, amarillos, blancos y rojos.
Los hay desde los clásicos concheros hasta los grupos de apaches y soldados que portan banderas de México y las propias de sus grupos. Una bandera, incluso, recuerda vagamente al lábaro confederado, usado por los sureños en la guerra civil de Estados Unidos.
Algunos de los danzantes caminan por la acera buscando a sus grupos. No falta quien los detiene para pedirles una foto, la cual no niegan y lo hace de manera gratuita.
Mientras los primeros grupos de concheros hacen su arribo al templo de La Cruz, en Zaragoza aún no salen los que forman la retaguardia. Los que llegan al templo se instalan sobre la calle de Felipe Luna y ocupan la Plaza Fundadores, donde aprovechan para seguir danzando unos minutos.
Algunos llegan exhaustos. En los casos más extremos son ayudados por sus propios compañeros, quienes los cargan “en calidad de bulto”.
A los contingentes los reciben las campanas del ex convento que en ningún momento paran de repicar, así como los cohetones. Además, reciben la bendición de los curas que los esperan en el atrio del templo.
El olor a incienso, pólvora y comida invade las calles cercanas a La Cruz. En Gutiérrez Nájera se instalan los puestos de comida que ofrecen guajolotas, gorditas de migajas, sopes, quesadillas, buñuelos, y no pueden faltar, en una festividad tan tradicional, las hamburguesas, hot dogs y papas a las francesa.
En otras calles algunas tiendas aprovechan la fiesta para vender “sabrosas micheladas”. Todo se vale en este día en el barrio.
Los grupos no cesan de entrar al templo. Sus tambores tampoco dejan de sonar. Tras entrar al templo algunos de los danzantes aprovechan para hidratarse con lo primero que encuentren, ya sea agua, refresco, cerveza, cualquier líquido es bueno para calmar la sed.
Otros buscan algo para comer, pues muchos no lo hicieron antes de comenzar la peregrinación.
Llegan sudorosos, con los pies adoloridos, pero con una sonrisa. Intercambian saludos, se abrazan, piden un cigarrillo, o sencillamente se voltean a ver.
Sin embargo, el esfuerzo pasa factura a una joven, quien a un costado del templo ya no puede más y tiene que ser auxiliada por sus compañeras, quienes a la vez buscan a los paramédicos de la Cruz Roja.
La joven sufrió, de acuerdo a personal de Protección Civil, una baja de presión. En el mismo lugar es atendida. Más elementos de auxilio se acercan, por si hace falta trasladarla, pero la paramédica de la Cruz Roja dice que no puede moverse. Todo el tratamiento para estabilizar a la joven mujer se lleva a cabo en la vía pública.
Al final deciden que amerita traslado para recibir atención médica. En una cuatrimoto de Protección Civil municipal la llevan a una ambulancia ubicada en las inmediaciones de La Cruz, y la sacan del lugar.
Alrededor las danzas continúan. El sol se ha ocultado y el calor disminuye. Los grupos no terminan de llegar al templo. Han pasado casi cinco horas desde que inició la peregrinación. Danzantes y asistentes permanecen en la explanada. La gente camina de un lado a otro. Muchos son los que van llegando, principalmente por cuestiones de trabajo, pero no quieren perderse la tradición, ni los antojitos que se pueden degustar a manera de cena.
Algunos preguntan a qué hora se quemará el castillo. A las diez y media será la hora de los fuegos artificiales, pero mientras esa hora llega, se dan tiempo para ver a los distintos grupos de concheros que aún con fuerzas siguen bailando en las cercanías del templo.
Los danzantes buscan a sus familiares, quienes los esperan para regresar juntos a casa tras recorrer las calles del centro al son de los tambores.
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