Fray Francisco, un hombre de avanzada edad y de ojos que expresan ternura, es la persona que más sabe y conoce sobre la Santa Cruz en el estado de Querétaro.
Cuenta, según las crónicas, que en 1531 los nativos peleaban con Conin, don Fernando de Tapia, y que en plena lucha, “durante la tarde hubo un eclipse solar y se dejó ver una cruz en el cielo, una cruz de fuego”.
Sin embargo Fray Francisco aclara que lo que parecía lumbre era más bien la luz del sol brillando entre las negras nubes. “Fue entonces que lo nativos pidieron una cruz semejante a la que habían visto”.
“Se les hizo una cruz de mezquite y no la quisieron, les hicieron una de otra madera y tampoco la quisieron, decía que no se parecía; trajeron la cantera rosa con la que está hecha y desde que vieron las piedras les gustaron”, narra el venerable anciano.
A los indios de la Sierra Gorda, gente recia y guerrera y misma que no pudo ser sometida con sangre, fue aplacada finalmente con la fe.
La Santa Cruz de cantera rosa, la misma que los indios aceptaron porque era la misma que vieron en el cielo, la colocaron en un árbol y se celebró la primera misa de la fundación de Querétaro.
Aclara el hermano Francisco que fue una misa concelebrada y que uno de los que la oficiaron fue Fray Juan de San Miguel y que los restos de este sacerdote franciscano, convertido en santo, lo tienen escondido los indígenas de Querétaro, desde antes y hasta ahora.
Fray Juan de San Miguel fue fundador de San Miguel de Allende y oficiante en los reinos de Michoacán en 1530. Los restos del santo todavía lo tienen los nativos y no se los muestran a nadie, reitera el religioso, .
“Un día un sacerdote pidió que lo dejaran ver los restos, esto fue en un pueblo de Michoacán, lo llevaron y al padre se le ocurrió ir dejando las cuentas de su rosario por el camino como guía, para poder saber el lugar de los restos, pero llegó otro nativo y le dijo: mira padrecito, se te cayó el rosario, aquí lo tienes”, relata Fray Francisco.
Cuando se le pregunta al padre Francisco cuál es el milagro más grande de la Santa Cruz, sólo mueve la cabeza expresando: “¡Ah!, eso no lo sé, pero su milagro más grande debe ser la cantidad de gente que ha traído al convento”.
Desde el año de 1974, el padre Francisco se ha dedicado a contar la historia del convento y de la Cruz a los curiosos y extranjeros. Cuando no está atendiendo a los invitados, juega ajedrez con sus ayudantes adolescentes.
El franciscano no revela su edad nunca, es su secreto mejor guardado y tampoco se deja retratar: “¿Para qué?, si yo no soy guapo”, comenta.
Asimismo es el autor de la primera reseña en el país, perteneciente a la fundación del primer colegio apostólico para la propagación de la fe en 1863, siendo el cuarto en el mundo; el primero fue en Roma, Italia; el segundo en Toledo, España; el tercero en Portugal y el cuarto en Querétaro, México.
Sobre la historia del convento y la Santa Cruz en específico, se ha escrito poco y a pocos les interesa escribirlo, dice don Francisco, “porque no nos hemos interesado en escribirlas, todo está estudiado y no hay que hacer nada”.
Cuenta el joven José de Jesús de 23 años, estudiante de teología, que los indios de la Sierra y Conin peleaban a puño cerrado, sin armas; se hermanaron cuando apareció la cruz de fuego en el cielo junto con el apostol Santiago en señal de paz.“Los indios empezaron a preguntarse, ¿quién es el que se nos aparece en los cielos?”, narró el joven.