Las luces azules de las torretas de las patrullas alertan sobre el cierre de la calle 5 de Mayo, una cuadra antes de llegar a Plaza de Armas. Sólo se accede a pie a donde las peregrinas queretanas, que marchan al Tepeyac, participan en la Misa del Buen Camino, antes de salir de la capital del estado rumbo al santuario de la Guadalupana.

Son las 4 de la mañana. La oscuridad y un aire fresco abrazan a la ciudad, pero ni una ni la otra detienen a las creyentes que en unos minutos comenzarán su andar desde el centro de la ciudad rumbo a la Basílica de Guadalupe.

Afuera del templo de la Congregación, sobre la calle de Pasteur se reúnen las mujeres que ya no pudieron entrar a la misa que oficia el obispo de la Diócesis de Querétaro, Faustino Armendáriz Jiménez. Sin embargo, desde la calle, escuchan y participan de la eucaristía.

Puestos de lámparas, de 10 pesos cada una, y bancos, de 70 pesos, así como de sombreros y otros artículos de primera necesidad para las mujeres que caminarán, se ubican en la acera de enfrente de la Congregación.

Por las calles que llegan a Pasteur se pueden ver a peregrinas que llegan apresuradamente al templo para partir desde ese punto. Muchas ya vienen caminando desde los municipios serranos, por lo que para ellas es una escala más en su camino.

Para las que salen de la ciudad de Querétaro, es el inicio de un camino de poco más de 200 kilómetros hasta el santuario Guadalupano.

La eucaristía termina y las peregrinas comienzan a salir del templo para iniciar su jornada sabatina, que tendrá su primera parada en El Colorado. Se ordenan por grupos para avanzar en orden y no perder a sus compañeras de viaje.

Las despedidas se reproducen por doquier. Las madres se despiden de los hijos y de los maridos, algunas entre lágrimas. Las abuelas “echan la bendición” a hijos y nietos, abrazan a sus esposos. Las hijas se despiden de sus padres, les prometen que estarán bien y verse en unos días, cuando regresen después de haber cumplido con la manda o con la tradición de visitar a Virgen de Guadalupe en su casa en el Tepeyac.

Las acompañan unas cuadras, luego regresan a sus hogares, desde donde pedirán por sus familiares y por todas las que peregrinan movidas por la fe.

La columna femenina la encabeza el obispo Armendáriz, quien avanza detrás de la capilla móvil del Santísimo Sacramento, quien guía los pasos.

El contingente avanza por Pasteur hasta la calle de Independencia. Al llegar a Manuel Acuña, donde se ubica el Templo de la Cruz, doblan para caminar sobre Zaragoza, hasta 20 de noviembre, Ejército Republicano, Constituyentes, Bernardo Quintana y así incorporarse a la autopista México-Querétaro.

En el camino se les unen otras mujeres, quienes esperan el paso de su grupo para incorporarse.

Tal es el caso de Ángela Suárez García, vecina de El Tepetate, quien junto con su hija, Nayeli y sus nietos, uno de ellos de 11 meses de edad, peregrinan al Tepeyac. Van “a manera de un retiro espiritual para nosotros y dar gracias por todo lo que recibimos, y pedimos. Le pedimos mucha salud para mis hijos, para mis nietos, por toda la gente que nos acompaña también porque es muy valioso lo que encontramos en el camino”, dice.

Señala que la mayor preparación que tienen es más que nada en lo económico, porque cada persona necesita alrededor de 2 mil pesos, para hospedaje, baños y comida.

Ángela revela que tiene nueve años de peregrinar, mientras que Nayeli, su hija, tiene tres de participar. Su grupo, identificado por un número pasa frente a ellas y se incorporan a la peregrinación. Apresuran el paso, empujando las carriolas donde viajan los más pequeños. Es común ver a mujeres que llevan en brazos o carriolas a sus hijos o nietos. Los más grandes van caminando.

La primera parada de las devotas peregrinas es en El Colorado, lugar donde el obispo Armendáriz oficia otra misa. La zona es un campo que se ubica a unos 500 metros de la carretera México-Querétaro.

Para acceder al sitio se pasa por un camino de terracería, que tiene algunos charcos que dejó la lluvia. Algunos fueron tapados con tierra, para que puedan pasar las peregrinas sin que terminen con los pies llenos de lodo.

En los costados se ofrece una amplia variedad de productos: desde lentes para sol, hasta comida; además de sombreros, pashminas, tenis, banquitos y sus repuestos.

También hay personas de buena voluntad que ofrecen café y tamales gratis para las peregrinas, quienes se acercan para comer algo de manera gratuita, porque los gastos en los siguientes días serán elevados y hay que cuidar los recursos que se llevan.

En el terreno donde se lleva a cabo la misa las mujeres aprovechan para descansar. Tienden en el piso plásticos, sobre los que colocan alguna cobija y se recuestan bajo sombrillas para dormir unos momentos y recuperar el sueño perdido de la madrugada.

Algunas otras aprovechan para comer algo, llamar a sus familiares, o simplemente para meditar en silencio sobre el viaje que les espera.

Otra mujer, también llamada Ángela, pero de apellidos Martínez de Jesús, está sentada a un costado de un plástico extendido en el suelo. Cuida a sus dos nietos, Daniela y Tadeo, de seis y cinco años, respectivamente. Además de los dos menores, se encuentran Karina y Fabiola, hijas de Ángela.

Las peregrinas y los niños son vecinos de la ciudad de Querétaro, por lo que comenzaron a caminar el sábado en la madrugada.

“Nosotros nos preparamos todos los días, desde que empieza el año. Vamos ahorrando para traer algo de dinero, más que nada para los niños, para que no se malpasen, pues ellos no tienen pecado”, comenta Ángela.

Dice que entre más dinero puedan llevar es mejor, pues este año está más cara la comida, los aposentos y las maletas que tienen que encargar para que se las lleven. Aclara que les apartan los lugares a donde llegan a dormir, además de que pagan el transporte de sus maletas; mientras que la comida la van comprando durante el camino.

“Cuando llegamos [a los distintos lugares] tratamos de comer donde sea más económico, porque hay veces que no tenemos mucho dinero”, abunda.

Este año, Ángela cumple 21 años ininterrumpidos de peregrinar al cerro del Tepeyac, y anteriormente lo hizo cinco años de manera consecutivos, pero tuvo que entrar a trabajar y no obtuvo permiso para faltar de su trabajo.

Revela que no comenzó a caminar por una manda. “Me nació venir, porque veía que venía la peregrinación y dije: algún día voy a ir. Entonces fue la espinita que traía, y me empecé a preparar para venir, pero realmente así como manda o algo así, no, sólo por ir a ver a la Virgen. Darle gracias, que Dios y la virgen nos han dado permiso de estar viviendo”, explica.

Añade que cuando está frente a la Guadalupana siente mucha alegría y tristeza al mismo tiempo, porque ya se van a regresar, pero es felicidad lo que más siente.

La eucaristía comienza y las peregrinas se ponen de pie. Cantan y bailan con los brazos en alto al ritmo de la alabanza que anuncia el inicio de la ceremonia religiosa.

El descanso les cae bien para seguir con su andar, pues la tierra prometida está aún lejana, les quedan muchas jornadas de peregrinar, pero son movidas por la fe que, dicen, mueve montañas.

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