Santiago de Jesús es un pequeño de tan sólo 8 años de edad, originario del municipio de Amealco. Su padre, al igual que su abuela y su propia bisabuela, se ganan la vida vendiendo llamativas rosas de todos colores en calles y avenidas de la capital del estado.
El pequeño Santiago representa la cuarta generación de personas que se dedican a esta actividad considerada informal, la cual lidia constantemente con varios obstáculos para seguir subsistiendo.
Desde hace más de 35 años, la madre del niño, Esperanza de Jesús Cruz, viaja cada tercer día desde el municipio de Amealco hasta la capital del estado para vender las rosas que adquiere en la comunidad de El Organal, ubicada en el municipio de San Juan del Río. En sus años mozos, Esperanza acompañó a su madre en esta travesía, y ella a su vez trajo a su hija, quien a sus 26 años tomó esta actividad como medio de sustento. Ahora a Esperanza la acompaña su hijo.
Justo a unos metros de un amplio centro comercial, Esperanza de Jesús, poco después de las 10 de la mañana, se instala junto con toda su familia, en el bulevar Hacienda el Jacal, y en cuestión de minutos comienzan a llegar los clientes. No obstante, la mujer reconoce que recorrer más de 90 kilómetros para vender rosas no es una tarea sencilla.
Primero tiene que hacer escala en la autopista México-Querétaro, justo a la altura de la comunidad de El Organal y esperar a que llegue su surtidor. La espera puede ser de más de una hora, una vez en poder de la materia prima, comienza una delicada labor para protección de la misma. La garantía y premisa es que las rosas lleguen frescas a su destino final.
Pero cuando son las propias autoridades locales las que obstaculizan esta actividad, la misión se vuelve más que difícil. Durante los últimos meses, inspectores municipales han confiscado hasta en seis ocasiones las “gruesas” de rosas que ofrece Esperanza de Jesús, ésto, a pesar de que los vecinos de la colonia Jardines de La Hacienda han dado su anuencia para que Esperanza pueda realizar sus ventas.
“Yo llego temprano y siempre al mismo lugar. Cuando me voy limpio todo y aquí nadie se queja de nosotros, al contrario, me han dado su apoyo para vender mis rosas y son los inspectores los que nos han dado una buena amolada”, relató Esperanza a EL UNIVERSAL.
Desde hace más de 10 años, el esposo de Esperanza de Jesús padece diabetes y ha tenido que abandonar gradualmente toda actividad física, por lo cual, es ella la que se ha convertido en la cabeza de su familia. “Con ayuda de Dios y de la buena fe de las personas seguiremos vendiendo rosas en Querétaro”, afirmó la mujer originaria de Amealco.