El fraccionamiento Fray Junípero Serra fue construido para atender la demanda de vivienda de comerciantes, madres solteras y personas de escasos recursos. No se necesita ser experto en urbanística o arquitectura para darse cuenta que no es el mejor lugar para vivir.

Las casas están construidas sobre una pendiente, no tienen cimientos, y en algunos casos se ve cómo la tierra (agrietada) sostiene el pie de casa, no hay varillas. Al menos 40 de las 100 casas que hay en la calle Fray Junípero Crespi tienen cuarteaduras.

Las calles están empedradas y todavía no tienen agua potable. Las familias tienen tambos o tinacos que llenan con pipas que van cada tercer día a abastecerlos.

Celso experimenta estos retos todos los días. Para entrar a su casa hay que subir unos escalones improvisados hechos con tabicones, y escalar un metro y medio por encima de su cochera. La tromba del 18 de agosto de 2014 bajó el nivel de la calle, que entonces era de terracería.

El exceso de agua en el terreno trasminó por debajo de la estructura y se podía ver cómo el agua salía por debajo.

Después de la tromba que los puso en aprietos, Celso arregló el piso con azulejo, la cocina y los cuartos los remodeló y en el patio se levantó un muro aún más alto que el que había cuando llegaron a vivir ahí “esperamos que ahora sí aguante”, dice este albañil que trabaja por su cuenta.

“De a poco la hemos levantado, la pared del patio lo construí yo, compramos material y la subimos todavía más”.

Las autoridades locales les prometieron construir un canal en la parte trasera de sus casas y también que les otorgarían material para reconstruir sus bardas. Es fecha que Celso y sus vecinos siguen con la esperanza de que esa promesa sea cumplida.

“Nos dijeron que nos iban a apoyar, que nos iban a dar material y nada más nos quedamos esperando. Con algunos esfuerzos, mi esposa y yo, pues ambos trabajamos, le fuimos invirtiendo al material”.

“Aquí en la casa ya compusimos el desorden que quedó tras la tromba, nos ayudaron a sacar el lodo pero nos llevó muchos días de trabajo para que quedara bien. En las paredes y el piso había muchas manchas pero de a poquito le pintamos, le puse el piso, le levanté allá atrás y debajo de la casa le fuimos poniendo cemento, para que ya no se escurra”.

Ese día perdieron todas sus pertenencias y enseres: ropa, colchones, estufa, refrigerador, y hasta la leche y los pañales de su hijo, que entonces tenía unos meses de nacido.

Igual que otras familias de la cuadra, Celso recibió una estufa, un refrigerador y algunos colchones para reponer sus pérdidas, pero debido a lo inhabitable de su casa, se fueron unos días a vivir con los papás de su esposa. Cuando regresaron ya se habían llevado lo que tenían. “Nos robaron todo”, dice.

“Aquí todo quedó muy feo, y no podíamos quedarnos a dormir; los vidrios estaban rotos, las dos puertas se cayeron, las ventanas nada más tenían plástico, así que nos fuimos con mis suegros, recuerda Celso con pesar.

“Tuvimos que comprar todo otra vez, ahorita ya nos recuperamos pero algunas de esas cosas todavía las debemos, pues las adquirimos a crédito”, dice mientras muestra su pequeña vivienda.

Desde aquel agosto de 2014, la vida ya no es igual para Celso, quien admite tener miedo de que su vivienda vuelva a sufrir los embates de las aguas salvajes de la naturaleza.

“Sí, sí tenemos miedo pues cómo no, pero qué nos queda, aquí vivimos, aquí es nuestra casa, están nuestras cosas, nos costó mucho trabajo tener esto y no podemos dejarlo perder, lo único que esperamos es que no vuelva a llover tan feo y que las autoridades hagan algo, que no nos dejen, porque nadie nos hace caso”.

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