Dos diagnósticos equivocados y la postergación, en dos ocasiones, del tratamiento con quimioterapia, provocó que el cáncer detectado en uno de los senos de Rosa, avanzara hasta invadirle los huesos y una parte del hígado.

“Yo vivo cada día como si fuera el último por qué no sé si mañana vaya a amanecer. Sólo le pido a Dios me deje llegar a diciembre para poder casarme”, refiere Rosa, quien a sus 41 años de edad recuerda que el médico César Solorio, quien la atendió hasta enero de este año en el Hospital General de Querétaro, aceptó que por su culpa fue que el cáncer invadió gran parte su cuerpo.

“Él me dijo que por culpa de ellos (el cáncer) me había abarcado parte de mi cuerpo en huesos e hígado. Me dijo que era una etapa avanzada porque ya se había regado”, recuerda Rosa.

Esta mujer narró que en 2004 asistió al hospital del Niño y la Mujer para que le practicaran un ultrasonido ya que no contaba con seguridad social y quería saber a qué se debía la presencia de unas “bolitas” en la parte de la axila.

Aunque no le causaban dolor, sí le generaba la incertidumbre de qué podría ser. Tenía la sospecha de que fuera cáncer pues su abuela materna falleció de cáncer de mama, por lo que fue al médico y éste le dijo que estaba bien y que lo que tenía eran sólo quistes benignos.

Seis años después, en 2010, el dolor seguía aunque era soportable. Sin embargo, a inicio del 2011 se incrementó y su brazo comenzó a adormecerse. Además, narró Rosa, “no podía usar ropa ajustada por que el dolor era cada vez más y más fuerte”.

“Yo era una mujer muy activa. Andaba para arriba y abajo y de repente ya no tenía fuerzas ni de levantarme, ni de hacer nada; sabía que eso no era normal, me sentía recaída y sabía que mi cuerpo ya no respondía de manera normal”. A estos síntomas se sumaron bochornos.

Hasta cuatro meses después logró que la atendieran en el Hospital del Niño y la Mujer en donde le practicaron una mastografía. Los médicos le dijeron que había salido muy bien. Pero los síntomas seguían.

“Me dolía el brazo, me sentía cansada y sentía las bolitas todavía; yo digo que si me hubiera atendido desde 2004 cuando era la pura bolita, la enfermedad no hubiera avanzado y me hubiera prevenido”, lamenta Rosa.

Fue hasta julio de 2011 que asistió al Hospital General, para que, a través del Seguro Popular, le pudieran hacer otros estudios pues las molestias persistían y quería saber que pasaba en su cuerpo. El diagnóstico fue: cáncer de mama.

Con el cáncer a cuestas

“La doctora que me atendió me puso una cara así de que ‘tú ya no tienes mucho por hacerte’ y me mandó a oncología… tardaron casi dos meses para que me atendieran, pero yo ya llevaba todos los síntomas”, dijo Rosa.

Se le programó una quimioterapia el 7 de septiembre, pero no se llevó a cabo porque los doctores pedían que se le hicieran otros estudios antes de aplicar un tratamiento como ese. “Me dejaron un mes sin tratamiento y se me corrió, me llegó a los huesos y al hígado”.

Ahora lamenta lo que no se pudo hacer antes de que la enfermedad avanzara. “Si se hubiese realizado la quimioterapia en diciembre se habría evitado esta situación”.

Madre de familia, con un hijo de 23 años y una hija de 14, Rosa no se da por vencida. “Si la solución fuera que me cortaran un pecho, que lo hagan, pero yo sé que no es así”, explica esta mujer.

Su última quimioterapia fue el pasado 6 de octubre, y ahora sufre los efectos secundarios del tratamiento: ascos, mareos, debilidad y caída del cabello que oculta tras una peluca o un turbante.

Con el apoyo de su familia, explica Rosa, ha podido hacerle frente a la enfermedad, pero no ha sido nada fácil. En sus planes próximos se encuentra contraer matrimonio el próximo 16 de diciembre.

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