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Preocupación e incertidumbre es lo que pesa sobre doña María de la Paz Pérez, comerciante de la Alameda Hidalgo.
Es originaria de Querétaro, tiene 63 años y cuenta que toda su vida, junto con sus padres, se ha dedicado al comercio.
Con cierta nostalgia, doña Paz se acuerda de la época en la que su padre vendía marcos y cuadros en diferentes tianguis de la ciudad.
Orgullosa menciona que su madre tiene 90 años de edad y su padre 94. Dice que es uno de los que más años lleva en la Unidad Cívica Felipe Carrillo Puerto, cerca de 29 años.
Gracias a su constante lucha social, logró hacerse de un espacio en la zona comercial de la Alameda Hidalgo, donde durante los últimos años han vendido diversos artículos, explica la mujer mayor.
Ese puesto era atendido por su padre, pero debido a los achaques propios de la edad dejó de atenderlo desde hace 6 años, aproximadamente. Es por ello que doña Paz tomó las riendas del negocio, en el que vendía agujetas, cremas para calzado, paliacates, cortaúñas y demás artículos.
Molesta, cuenta que el carrito donde tenía su mercancía fue retirado por parte del municipio de Querétaro la madrugada del domingo, junto con otros 300 puestos que se ubicaban en el lugar; es por ello que hoy, doña Paz, se muestra preocupada por su futuro inmediato y por el de sus padres, con quienes vive y a quienes cuida.
“Qué va a pasar con el gasto de mi papá de 94 años y de mi mamá de 90. Ya tienen problemas de salud y se gasta, esa es mi preocupación ¿De dónde van a comer mis papás? Si de ahí se les daba el gasto. ¡Ese espacio es de mi padre!”, comenta indignada la vendedora.
Doña Paz señala que ese negocio ayudó a darles a sus dos hijos un oficio. Él es herrero y ella es estilista.
Menciona que existe cierta confianza en ella de que, ahora que no tendrá dónde vender sus productos, sus hijos la apoyarán, pero insiste que su mayor preocupación son sus padres, ya que las medicinas que requieren son costosas.
“Mi papá ya está con medicinas especiales, él tiene marcapasos, necesita muchos cuidados. Mi mamá también tiene problemas, acaba de salir de un problema cerebral. Mis hijos me podrían apoyar, pero ¿y el gasto de mi papá?”, insiste María de la Paz.
La venta diaria, en promedio, era de 200 pesos. A veces más, a veces menos. Eso medianamente le alcanzaba para mantenerse ella y a sus padres, a quienes, durante los últimos años, les dejaba preparado diariamente el desayuno y la comida antes de abrir el negocio.
Cuenta que abría a las 9:00 de la mañana y era una de las últimas en cerrar, alrededor de las 10:00 de la noche. “No teníamos descanso”, indica.
Doña Paz considera que el desalojo ha sido injusto, ya que deja en la incertidumbre a cientos de familias que dependían de esta actividad.
Acepta que había diversos problemas, como la prostitución y la concentración de “borrachitos y drogadictos. Pero eso era ajeno a nosotros”.
“La prostitución siempre ha existido ahí, me lo contaba mi padre y las autoridades lo saben. Este es un ataque directo que nos hicieron para desalojarnos”, señala una molesta mujer de 63 años.
Dice que peleará por recuperar su patrimonio y su espacio de trabajo. Un poco por ella y otro tanto por su progenitores, a quienes a pesar de su edad les preocupa lo que está sucediendo en la alameda.
“Mi papá está muy triste, a pesar de su edad es consciente de lo que está pasando. Me preguntó ayer: Hija, ¿ahora que vamos a hacer?. Yo solo le respondí: No se preocupe papá, nos quitaron nuestro espacio de trabajo y vamos a luchar hasta las últimas consecuencias por recuperarlo. Esto apenas comienza, esto no acaba aquí”, concluye Paz.