Ser bombero no es común ni sencillo, por lo que Juan González Méndez, de 47 años de edad —25 de ellos dedicados al arte de apagar incendios y atender emergencias—, considera que el suyo es “el oficio más bonito del mundo”, por lo que también su hijo, su hermano y su sobrino han seguido sus pasos.
Ser bombero es un oficio para el que cree que se necesita mucha vocación de servicio, alto grado de compañerismo y dejar el miedo de lado para enfrentar problemas como incendios, fugas de gas y accidentes, aunque reconoció en entrevista con EL UNIVERSAL Querétaro que a pesar de ser un trabajo que deja grandes satisfacciones a nivel personal, con el sueldo que percibe no es suficiente para vivir tranquilamente.
“La mayoría tenemos otros trabajos, yo cuando no estoy en servicio, por mi casa me dedico a hacer trabajos de plomería”, explica González Méndez.
No obstante las dificultades que enfrenta en su vida cotidiana, Juan cree totalmente en que todos los seres humanos tienen un don cuando llegan al mundo.
“Aquí ha llegado gente que tiene muchas ganas de ser bombero, pero algo les falta, ese don... aquí hay que enseñarse primero a obedecer y después a mandar. Hay chavos que han venido y tienen muchas ganas de entrar, pero cuando se les pide hacer alguna cosa, no la hacen y solos se van porque no traen la vocación de servicio”, comentó.
Debutó en casa de su suegro
Con 25 años de vivencias a cuestas, no es difícil para Juan —quien actualmente tiene el grado de cabo en el cuerpo de bomberos—, recordar sus inicios. “Llegué a la corporación por una casualidad”, relató.
Antes trabajaba en una fábrica de frenos para autos llamada Frenos y mecanismos, la cual ya desapareció, donde lo invitaron a participar en una brigada contra incendios “que fue donde empecé a encontrar el amor a esto, pero la brigada no fue suficiente. No me quise estancar y vine a preguntar aquí a la estación de bomberos lo que se necesitaba para entrar”.
En ese entonces había un comandante del cuerpo de bomberos, Ignacio Larracoechea, quien fue el que lo recibió el día que llegó a preguntar los requisitos para formar parte de la corporación de emergencias, “pero me advirtió que el grupo de nuevo ingreso ya iba avanzado en su curso, aunque me permitió asistir. Yo llegué en mayo y esa generación terminaba en agosto, ahí estuve como observador y ya al siguiente año fue que entré de lleno a la academia. Me gradué en 1989”, dijo.
Recién graduado, a sus 18 años, Juan González vivió su primera experiencia en el cuerpo de bomberos. “Me acuerdo porque precisamente fue en la casa de mi suegro, donde hubo una fuga de gas. Recuerdo que ya había terminado la academia, pero todavía trabajaba en la fábrica, entonces llegué en la tarde de la estación a la casa y encontré el olor a gas.
“Revisé y estaba un tanque de gas picado, pero en ese entonces ignoraba muchas cosas y vine a la estación para comentarle la situación al capitán, quien ya falleció. Me respondió que esperábamos, que había que ir por el tanque y nos fuimos en ‘La máquina’ [camión de bomberos]. Ese fue mi primer servicio”.
Evita la milicia
González Méndez se convirtió en el primer bombero de la familia y rompió así una tradición añeja, pues tanto su padre como su abuelo fueron militares, pero Juan no estaba hecho para tal disciplina.
“Yo fui el primer bombero de la familia. No había antecedentes de este oficio en mi familia. Mi papá fue militar, así como mi abuelo. A mí no me gustó porque no es un oficio estable y es mucho encierro. Un militar puede pasar mucho tiempo fuera de casa, así pasaba con mi papá y aunque creo que cada profesión tiene su encanto, la milicia no era lo mío”, dijo.
Sin embargo, la decisión de combatir incendios y ayudar en emergencias fue cuestionada por su esposa. “Me decía que no me metiera aquí, pues pensaba que me iba a pasar algo, pero con el paso de los días se dio cuenta que todo marcha bien, van 25 años y no me muero”.
Juan, quien tiene dos hijos y un nieto. Uno de sus hijos ha seguido sus pasos y desde hace un par de años es bombero así como el hermano y el sobrino del entrevistado. “Hay muchos compañeros que son padres e hijos, esto se vuelve un oficio familiar”, consideró el bombero que al inicio fue voluntario, pero desde hace 23 años es un elemento asalariado.
Riesgos y servicios que impactan
Juan sabe lo riesgoso que es su trabajo, pero trata de no pensar en ello. “Hay que estar tranquilos, pues no nos podemos sugestionar porque estamos conscientes de todo, desde el momento que salimos de nuestra casa sabemos del riesgo, no hay que pensar en eso para cumplir bien”.
Su labor, asegura, también trae consigo una carga emocional fuerte, por todo lo que un bombero puede llegar a presenciar.
“Una de mis experiencias que me quedaron marcadas en estos años fue un incendio de una maquiladora de ropa en San Juan del Río que fue en 1991, donde falleció un compañero bombero de aquel municipio y son cosas que se quedan en la memoria, ya que nos quedamos ahí como tres días para apagar el incendio. En nuestra estación no se han presentado bajas afortunadamente.
“Me acuerdo bien de otro caso, un accidente un 12 de diciembre, en el que chocó un carro antiguo contra un Tsuru, impactó de frente; la acompañante del piloto estaba embarazada, pero me quedó marcado porque cuando llegamos ya habían fallecido los dos del carro viejo, así como la señora del otro carro, pues se estrelló contra la parte delantera por lo que la sacamos rápido del auto para subirla de inmediato a la ambulancia para ver si podían salvar al bebé, pero ya no supe si logró sobrevivir”, relató.
Oficio por herencia
A diferencia de Juan, quien evitó seguir los pasos de su padre, sus hijos han encontrado en el cuerpo de bomberos un lugar para desarrollarse. Uno de ellos, el mayor, Martín González Ortiz, de 29 años, entró en 2014. El menor, César, está a punto de ingresar.
“Cuando venía de chico a la estación veía cómo salía mi papá al servicio cuando tocaban la chicharra y fue algo que me empezó a gustar mucho, es algo que ya viene de familia, es una responsabilidad grande para ayudar al prójimo en emergencias”, aseguró Martín.
“Es un oficio muy bonito, hay otras profesiones para ayudar a la ciudadanía, pero ser bombero es más llamativo y no es muy común. La gente nos pregunta qué se siente dedicarse a esto y creo que es un oficio con algo muy especial, mi hermano ya quiere entrar a la academia y va a ser agradable trabajar todos juntos”, agregó.
Atípico trabajo
En la colonia donde vive Juan González le dicen que tiene “una chamba muy rara, que no es muy común”, pues todo el mundo habla sobre padres que trabajan en fábricas u oficinas, pero ser bombero “no es común y no cualquiera le entra, no cualquiera tiene la vocación”.
Aunque es un oficio por el que siente un gran amor y respeto, este bombero sabe que desafortunadamente no es suficiente el sueldo que percibe para solventar todos los gastos familiares, situación que lo ha llevado a buscar opciones para generar un ingreso adicional.
“Aquí la mayoría de los que somos asalariados nos dedicamos a otra cosa porque no alcanza. La remuneración que recibimos no es muy alta, de esto no se vive, hay que buscarle por lo que además de ser bombero hago mantenimiento de plomería y carpintería para complementar los gastos”, detalló.
Además, resaltó que le hace falta al cuerpo de bomberos publicidad, ya que la sociedad sí reconoce su trabajo, pero a veces se desconocen los alcances de este oficio.
“La palabra bombero la asocian con una casita ardiendo, pero nosotros tenemos muchas funciones, abarcamos incendios de casas, fugas de gas, accidentes de vehículos, personas atrapadas, incluso rescate urbano y de montaña, creo que falta publicidad y que la gente le dé más apoyo a la corporación”, abundó.
Es por eso que Juan reconoce que ser bombero no es común, “es un oficio que es muy sufrido pero es muy bonito poder ayudar a la gente y aparte me pagan por algo que me gusta”, dice.