En 1928 la familia Hernández llegó a la calle Cuauhtémoc, en la capital de Querétaro. Años después, en 1948 nació Mario; el único de nueve hijos que continúa rentando en la misma vecindad desde hace 68 años.
“Aquí nací prácticamente en la primera habitación (del pasillo). Todos estos rumbos eran de trabajadores del ferrocarril y de comerciantes de la zona, de los pasajeros del tren y de mucha gente que venía a vivir aquí de paso”, comenta Mario, que actualmente alquila una de las 30 habitaciones de la vecindad.
Sus padres trabajaron con un español que se dedicaba a comercializar sombreros a unas calles de su casa. Su padre era chofer y su madre se dedicó al plancheado, como era común en esa época, según explica.
“Mi papás eran originarios de San José Iturbide, Guanajuato y nosotros fuimos de la tercera generación que nació aquí en Querétaro, es una de las cosas que si le puedo decir”.
A diferencia de las otras viviendas, la casa de Mario tiene la fachada desgastada. La pintura color canela está deslavada a tal grado que se confunde con blanco en algunos puntos. José, el administrador del lugar, dice que nunca ha dejado que se arregle su casa, y nunca la ha conocido por dentro.
En la puerta negra de la entrada, hay una bicicleta amarrada y por un pequeño orificio cada cierto tiempo entra o sale un gato. En total Mario tiene cinco y se los trajo para acabar con los ratones y las ratas que desde hace algunos meses comenzaron a visitarlo.
Su madre murió a los 106 años hace cuatro meses. Según el administrador, fue la inquilina más antigua en esta vecindad; no obstante, después de una larga enfermedad tuvo que ser trasladada de su casa. Mario dice que murió por una picadura de alacrán, José no lo sabe con precisión.
A diferencia de sus padres, se dedicó durante años a la peluquería y sólo estudió algunos años el bachillerato; también trabajó durante siete u ocho años en las oficinas de una fábrica que se dedicaba a comercializar productos petroleros y grúas corredizas. Además sirvió como voluntario en el grupo de Radio Ayuda Halcones del Aire en el temblor de 1985 en la Ciudad de México.
No tuvo familia y ha vivido solo desde hace los años 70’s cuando se mudó de la habitación con sus padres, a la mitad del pasillo.
-¿No tuvo hijos?
-No, pues en algunos ratos quién sabe, a lo mejor no me di cuenta; pero dentro de lo que más o menos consiente estuve creo que no. Fue por miedo al compromiso y porque traer vida a una persona, sin un futuro, no tenía caso. Me comencé mucho a dedicar a tomar y no me di cuenta que con eso no iba a ser futuro para las novias que tenía en ese tiempo. Era mucho paquete y mucha responsabilidad traer familia sin ningún futuro de nada. Por eso decidí, no estar exactamente solo, sino más bien sin compromiso ni responsabilidad, señala.
En total la familia Hernández tuvo nueve hijos: cinco mujeres y cuatro hombres. No obstante, según Mario sólo tres varones sobrevivieron a los primeros años de vida. La mayoría murió por mala alimentación y las constantes enfermedades que los aquejaban. Uno de los tres hermanos que crecieron hasta la madurez, murió hace poco a causa de diabetes.
“Fuimos una familia numerosa, pero todos se murieron de chiquillos de anemia o mala alimentación. Se murieron como de dos años (…) las mujeres a lo mucho vivieron un año, a lo mucho dos. La primera nació en 1935 y la última de 1955”, comenta.
Durante su juventud viajo a diferentes lugares del país; conoció comunidades de Oaxaca donde hablaban zapoteco y llegó hasta Los Cabos en Baja California Sur. Piensa que los viajes le han permitido cambiar su forma de ver el mundo y apreciar mantenerse durante tanto tiempo en un solo sitio.
“El haber permanecido en un solo sitio, después de haber andado por algunos lados, me ha dado la posibilidad de establecerme, que me ha ayudado a encontrarme a mí mismo. Hacer una parada para saber qué hay, para estar con las ideas más claras, porque quieras o no, hace falta estar quieto”, dice.
El único hermano de Mario, que continúa vivo, trabaja como músico por los rumbos de Cancún y Playa del Carmen. Aunque lo ha visitado, el contacto entre ellos no es muy frecuente. Tiene sobrinos que a veces v en las fiestas familiares, cuando es invitado.
Mantenerse a lo largo de 68 años en la vecindad le ha permitido observar muchas cosas. Una de las cosas que más recuerda es cuando los presidentes pasaban de la estación del ferrocarril para atravesar el río en la avenida Universidad y llegar al centro de la capital.
Aunque nunca vio a ninguno directamente, recuerda cómo se amontonaba la gente para verlos pasar y cruzar el río de avenida Universidad. El último que pasó de acuerdo con Mario, fue Carlos Salinas de Gortari que gobernó en el país de 1988 a 1994.