Uno de los rincones más peculiares en esta ciudad es la cocina del convento de la Santa Cruz, inmueble con una larga historia, una belleza singular y una trayectoria de testimonios y protagonismos, no solo en la evangelización, sino también en los momentos históricos de esta tierra y de este país.

Ha vivido momentos llenos de luz y otros un tanto oscuros y difíciles. Sin embargo, creo que su cocina es un lugar de acuerdos y reencuentros cotidianos con la vida misma. No conozco la actual, pero estoy seguro que los aromas y sazones deben seguir siendo maravillosos, como lo fueron en la de la imagen. Veo entonces esa vieja cocina que hoy es lugar de atracción turística y me inspira un recuerdo de tradiciones, de gastronomía propia y de aquella que llegó de lejos, para ser compartida y adoptada por este pueblo.

El sabor de las costumbres de entonces debe mantener ese orgullo que veo en los objetos, los hornos, el tiro de la chimenea y otros utensilios de cocina que dan vida a ese espacio donde oraciones y recetas se conjugaron para producir algo así como pequeños, pero deliciosos milagros.

La cocina conventual es una de las mayores riquezas culturales en México y el mundo, pero también en las cocinas de las familias son motivo de unión, de encuentro y de agradecimiento por el alimento que, con solidaridad y generosidad, tampoco debería faltarle a nadie en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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