Lucía tiene 10 años y dice que su gran pasión son las matemáticas y los animales. En una caja de cartón carga una paloma malherida que halló en el camino hacia la escuela. Como toda niña de su edad le gusta jugar, brincar, reír, comer golosinas y pensar en lo que quiere ser de grande.
“Quiero ser veterinaria porque me gustan mucho los animales”, expresa tímidamente.
Rebeca, la madre de Lucía, se queja de la cantidad de animales que recoge en la calle para llevarlos a casa y cuidarlos; sin embargo, afirma, le gusta que su hija tenga ese sentido solidario hacia los animales.
Hace un par de años todo parecía normal en la vida de Rebeca, su esposo, la pequeña Lucía y sus otros dos hermanos. Rebeca se dedicaba al hogar y a cuidar a sus tres hijos: una adolescente de 13 años, Lucía de 10 y un niño de 4 años; pero el sueldo irregular de su marido, quien se dedicaba a la compra-venta de autos, la obligó a buscar un trabajo para poder ayudar en los gastos.
En las mañanas trabajaba en una estética y en la tardes en un casino. De su casa salía a las 8 de la mañana y regresaba alrededor de la 1 de la madrugada. Su esposo y los familiares más cercanos de ella se encargaban de los niños. Había plena confianza. sabía que estaban en buenas manos.
Sin embargo, un día, al prepararse para ir a su segundo trabajo, Rebeca observó algunas marcas en los brazos de su niña, a los cuales no les puso mayor cuidado, ya que pensó que eran travesuras de niños; de este descuido, se arrepentiría después.
“En una ocasión, lo tengo muy presente, yo me estaba maquillando para ir al casino y mi hija Lucía, la de 10 años, traía una blusa cortita y le vi chupetones en los brazos y le pregunté qué le había pasado, pero no dejé de hacer lo que estaba haciendo y me arrepiento de ello, porque no puse atención en ese momento. Realmente el trabajar en dos sitios sí me trajo muchos problemas en mi familia. Fue ahí cuando reaccioné y vi que estaba descuidando mucho a mis hijas”.
En ese momento, Rebeca no sospechó nada malo por las marcas que vio en su hija. Dos meses después, en una fiesta familiar, una de sus sobrinas le confesó algo que venía sucediendo desde hace tiempo: uno de sus tíos era el causante de esos chupetones y no sólo se los hacía a Lucía, sino a varias pequeñas de edades similares, que también eran integrantes de la familia.
“Cuando mi hija me cuenta lo sucedido me quedé muda. Me dio mucho coraje no haber investigado más cuando le vi por primera vez las marcas en su cuerpo. Ahí me confesó mi hija que fueron varias veces. Me dijo que también le agarraba las pompas, la besaba en la boca, le mordía las mejillas y si no lo saludaba le hacía señas de que la iba a matar”.
El presunto abusador de Lucía es tío político de su padre. Es un hombre de aproximadamente 54 años, siempre ha sido profesor de educación básica y actualmente es encargado de una secundaria.
En diciembre de 2014, tras haber pedido consejos a varias personas, Rebeca decidió denunciar el hecho ante la Procuraduría General de Justicia (PGJ) del estado —hoy Fiscalía General del estado de Querétaro— por la probable responsabilidad en la comisión de los ilícitos de abusos deshonestos equiparados, sancionados por el Código Penal del estado en contra de Lucía.
Desesperada y con la intención de encontrar ayuda, Rebeca acudió al DIF estatal, donde le recomendaron ir a la fundación Vida Plena A.C., la cual cuenta con un programa denominado Corazones Mágicos que apoya a niños que han sufrido abuso sexual. Decepcionada y con el clamor de justicia, dice que su caso se encuentra detenido debido a que, en su declaración ante las autoridades, la pequeña Lucía no pudo determinar algunas fechas solicitadas, algo que Rebeca considera absurdo.
“Cómo es posible que a una niña de 10 años le pidan fechas exactas, si a uno de adulto se le olvidan las cosas, imagínate a una pequeñita. Es por eso que el caso está detenido”, señala molesta.
Toda esta situación provocó la ruptura de su relación marital. Ahora vive con una amiga quien le ha ofrecido apoyo. Mantiene a sus hijos con los 500 pesos que le da su esposo a la semana y con lo que ella gana con la venta por catálogo. Dice que no descansará hasta que se le haga justicia a su hija.
“Me da muchísimo coraje porque no he visto ninguna justicia. Cómo es posible que esta persona siga dando clases y siga conviviendo con niñas de secundaria. Ya sabe la ley lo que es este señor porque conocen sus antecedentes, pero aun así sigue libre”, lamenta.