Fue un día complicado para los inspectores municipales que realizaban su labor en el mercado de Abastos, cuando comerciantes y diableros arremetieron contra ellos a jitomatazos.

Todo transcurría de manera normal en el mercado. La gente acudía a hacer sus compras, mientras los vendedores ofrecían sus productos a los clientes.

Los inspectores municipales acudieron al tradicional mercado por denuncias hechas por comerciantes regulares, quienes acusaron que vendedores irregulares se instalan afuera del lugar.

Los inspectores ya habían decomisado varia mercancía cuando los vendedores, presuntamente irregulares, junto con los diableros que trabajan en el mercado, contratacaron.

Sobrepuestos del “primer golpe”, cuando las mercancías fueron decomisadas, los comerciantes arremetieron contra los inspectores a jitomatazos. Todos corrían de un lado a otro. El campo de batalla estaba dispuesto. La “munición” estaba en el piso, lista para el “ejército de resistencia” que entre gritos de “dénles”, “allá están”, arrojaban verduras a los funcionarios municipales.

El operativo tuvo que ser cancelado. Los inspectores se tuvieron que replegar ante la desigualdad numérica y la falta de “parque” para defenderse de la “celada” de la cual fueron víctimas.

Ante el éxito momentáneo, los civiles, en su mayoría diableros, se reagruparon y armados de valor se abalanzaron sobre la camioneta de los inspectores, para recuperar su mercancía.

El grupo de civiles avanzaba hacia la camioneta del municipio, sin que los inspectores puedan hacer nada por “defender la plaza”. Los jitomates aún seguían cayendo sobre ellos, arrojados desde unos 20 metros hacia su unidad que ya era rodeada por una decena de personas que, sin importar la sana distancia y sin cubrebocas, recuperaban los productos decomisados: un cargamento de nopales.

Las risas de los diableros y comerciantes irregulares denotaban su felicidad por lograr una victoria, pírrica, pero victoria al fin, sobre los inspectores municipales que tuvieron que replegarse y poner “pies en polvorosa” para evitar que la “sangre llegara al río”.

Los comerciantes recuperan la mercancía que vacían de la batea de la camioneta a cajas de plástico, mientras otro grupo de diableros, jitomates en mano, vigilan las acciones, dispuestos a actuar en caso de que los inspectores intenten algo. Pero no lo hacen, son superados en número.

Algunos comerciantes formales se muestran indignados ante el hecho. “No puede pasar esto. Sólo vinieron a cumplir con su trabajo”, dice uno de ellos, mientras observa a la distancia la refriega que obligó a los representantes de la autoridad a replegarse y dejar para mejor ocasión el operativo contra el comercio informal.

Entre risas y silbidos, los inspectores terminaron por retirarse del sitio, sin poder cumplir su objetivo, y con una derrota a cuestas que se tiñó de rojo, por los jitomates, el suelo, ropa y calzado de los servidores públicos del municipio.

 

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