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Javier Tamayo Mondragón tiene 66 años de edad, se gana la vida desde hace 23 años como “viene viene” en el estacionamiento de plaza de las Américas, aunque esa actividad ya le pasó factura a su salud, pues hace cuatro años le diagnosticaron cáncer de piel.
El hombre se apresura para ayudar a una joven mujer que llega al estacionamiento con una bolsa grande. “Ella luego me da un dinerito a la semana”, dice, cuando regresa a la sombra de unos de los pequeños árboles del estacionamiento.
Javier se cubre con un gran sombrero. Su rostro, de piel clara, se ve un poco enrojecida. Ha perdido un par de piezas dentales, dice que es porque le han dicho que coma carne de víbora de cascabel para el cáncer que padece, y que es muy dura para masticar. También le han dicho que la ponga en polvo en su comida, pero que no le ha servido igual que comerse la carne de manera directa. Afirma que la carne de víbora le ha ayudado a combatir el cáncer que padece por pasar tanto tiempo bajo el sol.
El trabajo diario
Originario de Jerécuaro, Guanajuato, explica que antes de estar en plaza de las Américas, fue “viene viene” en el estacionamiento de un supermercado, donde estuvo 10 años. Luego, comenzó a laborar en esta plaza.
Dice que en este último lugar denunció a quien lo contrató porque le estaba pidiendo “una mochada” diaria de 50 pesos. Al final despidieron a esa persona.
Un vigilante se acerca a Javier, le dice que ya se va una persona. Javier camina hacia donde se encuentra una camioneta roja que sale. El conductor saca la mano por la ventanilla y le da unas monedas. Javier sonríe y menciona que “de peso en peso se gana”.
Hace cuatro años le fue diagnosticado cáncer de piel. “Me han dicho que me debo poner dos o tres playeras de algodón para salir de mi casa, pero he estado afectado por el calor, porque el calor me afecta mucho, me daña. Por los niños que tengo con discapacidad me tengo que aguantar lo que sea, exponer hasta mi vida, porque así como estoy no puedo estar en el calor”, asevera.
Además de tener tres hijos con discapacidad, debe de cuidar de su madre, pues sus hermanos se “desentendieron” de ella.
Sobre sus hijos, indica que le dijeron que nacieron con discapacidad porque él y su esposa son del mismo tipo de sangre. Los tres hijos de Javier y Rocío (su esposa), cuyos nombres son Pamela, Felipe y Pedro, tienen esta condición. Hace unos años, narra, las autoridades de Guanajuato prometieron ayudarlos, pero hasta la fecha eso no ha pasado.
“Si ahora el gobierno no me apoya para unas terapias para esas criaturas, los tengo a la voluntad de Dios. Les recetan medicinas que luego por ahí les consigo, pero qué más puedo hacer. Esperar a ver qué pasa. Ya hicimos todo lo que podíamos. Cuando estaban más chiquitos los podíamos mover”, explica.
Ganancias a la baja
Javier señala que antes, cuando en el estacionamiento se cobraba el acceso, ganaba entre 250 y 300 pesos diarios, pues los clientes daban propinas, pero a raíz de que no se cobra el estacionamiento, el lugar se llena de coches que no van a la plaza y “a lo mejor piensan que todos me dan, pero me gano 200 pesos, cuando bien me va”.
Dice que su comida se la prepara en el cuarto que renta, por lo regular algo que no sea tan caro, para que no gaste tanto en los alimentos, pues tienen que ahorrar para llevar el fin de semana algo a su familia.
Comenta que en alguna ocasión le dijeron que pueden apoyarlo con sus hijos, pero que se tienen que mudar a Querétaro, algo que no pueden hacer, ya que sus hijos, por sus condiciones, por las noches no concilian el sueño de manera normal y gritan, haciendo complicada la convivencia con vecinos. Una casa sola está fuera del alcance de Javier.
El hombre dice que incluso su esposa reniega que debe de cuidar a su suegra y sus hijos, pues es mucho el trabajo que tiene por cuidar a toda la familia.
Javier, como muchos hombres de comunidades pequeñas, probó suerte en Estados Unidos, donde radicó por unos años y trabajó para mantener a su familia.
“Anduve en distintos lugares de Estados Unidos. Nunca me ha gustado estar en la casa. Salgo para un lado y salgo para otro. Anduve en La Paz, Baja California, en la pizca del algodón; en Nayarit, en la cosecha de frijol. En Texas estuve en San Antonio, Houston, Austin. Me fui para allá como 12 años”.
Nunca pensó en quedarse, pues tenía en su tierra la responsabilidad de su familia, y ya no con esa responsabilidad se tuvo que quedar en México. Además, sus fuerzas ya no son las mismas de cuando era más joven.
El daño físico
Los años de trabajo también le han pasado factura a sus piernas, pues señala que también tiene problemas de circulación por estar todo el día de pie. A pesar de usar huaraches para que sus pies descansen, trabajar en el estacionamiento de las 10:00 de la mañana hasta altas horas de la noche, es pesado para él.
Javier busca un cartón para colocar sobre el parabrisas del auto que acaba de llegar. El “viene viene” continúa con su trabajo. Camina entre los coches esperando a que algún cliente salga, para “echarle aguas”, esperando la propina que le permita mantener a su familia, que lo espera en Jerécuaro.