El estigma de tener VIH le ha impedido a Érick López, de 37 años, hablar de su padecimiento con más gente, incluida su familia. Lleva cuatro años con la enfermedad. Antes de revelar su estado a su madre y hermanos, busca educarlos y decirles que no es una sentencia de muerte.

“Cuando leí el diagnóstico no se me derrumbó el mundo. Sabía que no era tan grave como hace 20 años, pero fue una noticia de impacto”, declara. Relata que todo empezó con un catarro. Acudió con el doctor, le recetó medicamento y la enfermedad paró, pero al poco tiempo la infección volvió. “¿No será que salí premiado yque estoy infectado?”, se cuestionó.

Al ser parte de la comunidad gay, sabía de los riesgos; sin embargo, no se cuidó. Como muchos, señala, él decía que nunca se infectaría. Tenía su novio, quien lo apoyó. También aclara: “Nadie me infectó, fui yo. Fue mi decisión tener relaciones sexuales sin protección”.

Sus hábitos cambiaron. Antes salía de fiesta y bebía alcohol seis días a la semana, ahora se toma cuatro cervezas los fines de semana.

Dice que no piensa en las complicaciones a futuro, pero también se sabe una persona disciplinada: todos los días a las nueve de la noche se toma la Atripla, una pastilla que contiene tres medicamentos.

No bebe tanto porque sabe que ese fármaco le deteriora el hígado. Por el estigma de la enfermedad no le cuenta a cualquier persona que tiene VIH.

Cree que si lo contara y se enteraran en la colonia donde tiene su negocio, perdería mucha clientela. Además, precisa, no es un tema que tenga que informarles a todos.

Lamenta que el mal sea algo que se siga asociando con la comunidad gay. Se molesta cuando escucha a personas o a sus clientas referirse a una persona homosexual como el “pinche joto sidoso”. “Me preocupa ese estigma”.

Refiere que no ha tenido obstáculos ni episodios de discriminación desde su infección. Su círculo de amigos, dice, es cerrado.

Señala que nunca le han negado el medicamento. Dice que tiene suerte por la atención que se le brinda en el Hospital General de Gómez Palacio, en la Comarca Lagunera.

Cuenta que algunos amigos que también tienen el padecimiento, batallan para conseguir el apoyo. Señala que en Torreón los pacientes tienen que ir por su medicamento exactamente el día que les asignan.

En una ocasión sintió que lo utilizaron como “conejillo de indias”, puesto que acudían supuestos estudiantes de medicina de universidades y la gente del hospital le solicitaron sangre. “Una vez me sacaron siete tubos, me lastimaron y nunca me dieron los resultados”, narra.

A él le dan el medicamento para dos meses y acuden a monitoreo cada cuatro. No teme que la infección avance, puesto que asegura que desde que toma sus pastillas, su carga viral es indetectable. Le preocupa enfermarse de diabetes.

Para él las campañas de prevención de enfermedades de transmisión sexual han disminuido mucho. “Antes veías por todos lados que te fomentaban el uso del condón, estaba invadido por todos lados, pero ya no hay nada y ha bajado”.

Considera que es la principal razón por la que muchos jóvenes practican el sexo sin cuidarse. Cuenta que suele platicar o ligar con hombres de 18, 20 y 25 años.

“¿Quieres que tengamos sexo sin condón?, ¿sabes que hay infecciones?”, les pregunta. “Tú te ves bien”, le responden como si la apariencia indicara si estás infectado o no.

A Érick le da risa y les sigue el juego. “¿Cómo sabes que no?”, continúa. “No creo”, le responden. “Les vale madre coger sin condón”, lamenta.

Asegura que se cuida no sólo por la posibilidad de contagiar a otra persona, sino también por el cuidado que tiene para no padecer una infección más fuerte que le haga recaer.

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