Son las 8:30 horas en Polanco, una de las colonias más lujosas de la Ciudad de México. Un edificio de viviendas de siete pisos está en remodelación. Los trabajadores llegan puntuales y hacen fila para entrevistarse con el contratista.
En un parque vecino hay cinco adolescentes, originarios de Xocotla, un poblado indígena del municipio de Coscomatepec, Veracruz, que aguardan antes de acercarse al encargado, quien rápidamente los hace ingresar al inmueble.
Para conversar con ellos hay que pedir permiso a quienes los trajeron desde Xocotla. “Depende para qué”, contesta uno. Otro promete conseguir el permiso y luego pasan días de evasivas. Los “contratistas” que forman parte de la cadena que lleva a los jóvenes a la capital son precavidos, para proteger el negocio.
La asignación al lugar de empleo es por azar. Los adolescentes pueden lo mismo ser enviados al sur de la capital que al norte en Santa Fe, zona con pujante desarrollo que algunos llaman el “Manhattan mexicano”.
Los lunes en la madrugada suelen llegar los albañiles de Coscomatepec. Los autobuses se estacionan cerca del Metro Hidalgo. También llegan a las centrales Tapo y Taxqueña.
Fermín y Benito, dos adolescentes de 16 años que han trabajado en obras de construcción desde 2015, arribaron por primera vez a la zona del Metro Hidalgo y de allí los remitieron a donde prometieron pagarles mil 400 pesos semanales [78 dólares].
Foto reciente tomada por Benito en su lugar de trabajo.
Ambos aceptaron hablar en Xocotla, frente a sus casas, en su hábitat normal. “Cuando llegué ya me dijeron a dónde me iba a trabajar, a qué parte. Yo era chalancito. Ahí estuve dos meses. No firmé ningún documento. Los patrones me vieron, dijeron a ver si no hay problema y me metieron a chambear”, cuenta Fermín. Empezó en Portales, en un edificio de siete pisos. Cerca estaba Benito, con quien compartió un cuarto alquilado en total por ocho jóvenes.
Ambos sufrieron un par de estafas en construcciones donde el día del pago no recibieron nada o recibieron paga incompleta. Se sobrepusieron y Benito trabaja ahora en Santa Fe. Fermín no tiene rumbo fijo. Sus parejas están en Xocotla y las visitan los fines de semana. A sus 16 años ya piensan en formar familia.
José Luis Montalvo, contratista que recluta en Xocotla, afirma que a los chicos sólo se les exige un requisito: “Se les hace una constancia de la empresa de que no se hace responsable de asumir obligaciones contractuales y se ponen a trabajar”.
Los aspectos logísticos están cubiertos, aunque precariamente. En la CDMX hay casas o bodegas que han sido habilitadas como albergues, en puntos cercanos a donde llegan los autobuses.
Una de ellas está a cargo de Pedro Marín, originario de Xocotla y que ha sido albañil por 45 años. Nunca tuvo un contrato legal y ahora que no es apto físicamente, aceptó encargarse de una bodega que antes fue un frigorífico de carnes.
Marín también gana mil 400 pesos a la semana, como los chalancitos que llegan a dormir en los rincones de la bodega sobre cartones y sábanas viejas. Al margen de todo lo que ha cambiado desde que Marín se enfrentó por primera vez a la capital, hay dos cosas que persisten, los bajos salarios y la falta de previsión para evitar esta situación laboral infantil por parte del Estado.
“Aquí llegan buscando trabajo y alguien que les dé hospedaje. Siempre es con gente conocida. No podemos quedarnos por cualquier esquina, tenemos que buscar un lugar. Aquí no hay luz ni nada pero nos conformamos con dormir en un lugar seguro”.
-¿Cómo se duerme aquí?, se le preguntó.
“Lo más humilde que se puede. No tenemos colchón ni cama. Compramos cartones y ahí somos felices”, narró Marín. Confirmó que los chalancitos “llegan rodando como las piedras”, al menos cinco por semana.
¿Cómo se previene?
La actividad ocurre sin control oficial. Cuando el gobierno federal decretó en 2015 cambios a la Ley Federal del Trabajo, ya estaba en marcha la creación de los instrumentos que, entre otras funciones, deben controlar a las empresas: el Programa Nacional para Prevenir y Erradicar el Trabajo Infantil y Proteger a los Adolescentes Trabajadores en Edad Permitida, y la Comisión Intersecretarial para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil y la Protección de los Adolescentes Trabajadores en Edad Permitida, de la que hay versiones en los 32 estados del país.
La Red por los Derechos de la Infancia en México ve estas acciones como “un acto protocolario sin traducción en la vida real”. Juan Martín Pérez, vocero de la REDIM, afirma que las comisiones estatales “carecen de recursos, de voluntad política y usualmente los funcionarios que asisten no traducen esto en ningún tipo de práctica institucional o de supervisión”.
Alicia Athie, consultora de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), dice que cada comisión debería tener recursos para que puedan actuar sin el argumento de que no hay dinero. “Lo que sucede es que las secretarías responsables ya tienen etiquetado su presupuesto y no pueden hacer traspasos”.
Ruta 35 preguntó a la Secretaría del Trabajo y Previsión Social cuántas y cuáles empresas constructoras han sido sancionadas en la Ciudad de México a partir de junio de 2015, fecha en que se emitió el decreto que prohíbe el trabajo en la construcción de menores de 18 años. Su delegación en la CDMX respondió que “no ha impuesto sanciones por utilizar mano de obra de menores de entre 15 y 18 años” desde el decreto.
“El gobierno no asume responsabilidad”
Para la REDIM, las autoridades “tienen claro qué empresas incurren en contratación ilegal y cuáles son los municipios de donde salen los adolescentes”, afirma Pérez. “El tema de fondo es que esta información no se usa para prohibir la participación de chicos y sancionar a las compañías. El gobierno no asume su responsabilidad de prevención”.
Lugar donde duermen los trabajadores que llegan a trabajar en obras de la Ciudad de México. Foto: Ginnette Riquelme.
Benito y Fermín han seguido sus vidas bajo la lógica de Xocotla y no la de Ginebra, donde México anunció reformas para la protección a menores de edad durante “periodos fundamentales para su desarrollo individual”.
Recuerdan que durante sus primeros días en la CDMX alquilaron un cuarto de 12 metros cuadrados y un baño para vivir con otros seis albañiles. Algo semejante experimentó hace 12 años José Morales, quien empezó como ayudante y se alojó en la colonia Minas Coyote de Naucalpan.
Dos de sus compañeros eran de Xocotla. Vivían cuatro en cada cuarto y cenaban a diario sopa instantánea y un bolillo. Los viernes compraban las “monas”, botes de pegamento industrial para inhalar, en sus excursiones al centro cuando iban a los bailes.
En esos rumbos, los adolescentes suelen caer en adicciones. A Benito y a Fermín les ocurrió, pero también a otros que han sido engullidos por la industria de la construcción.