Con los ojos hinchados por el llanto, Justina Ayala mira al cielo y se cuestiona: “Por qué sigo viva”. La joven madre se pregunta una y otra vez por qué Dios decidió dejarla con vida el pasado 19 de septiembre, cuando el sismo se trajo de la mano a la muerte y se llevó a 12 personas al derrumbarse la Iglesia de Santiago Apóstol.
“Yo debí estar ahí”, repite. Jamás dejaba sola a su suegra, a su adorada doña Carmen, pero ese día la abandonó para irse a vender fruta en los pueblos cercanos. Los cuatro hijos de Justina tampoco asistieron al bautizo. Se fueron a la escuela “porque no les gusta faltar” y fue que gracias a ello siguen vivos, pero —paradojas de la vida— sin ir al colegio que se encuentra cerrado por los daños.
“Me hubiera gustado estar con ella. Sí, en parte sí, pero, dijera mi mamá, analizando las cosas estuvo bien por mis hijos y por mi familia”, se justifica porque Dios así lo quiso. “Ni modo, hay que seguir…”.
Atzala, junto con Atlixco y Puebla, fue el municipio que más fallecidos tuvo a consecuencia del terremoto. De 45 víctimas en el estado, aquí es donde en un solo lugar perecieron tantos.
El titular de la Secretaría General de Gobierno, Diódoro Carrasco, informó que el seguro por daños catastróficos con el que cuenta Puebla fue pagado a los deudos de los 45 fallecidos. El gobierno del estado contrató una póliza de seguros contra desastres por 30 millones de dólares a través del Grupo Financiero Banorte, el cual incluía una partida especial para indemnizar con 5 mil dólares a los deudos de las personas que murieron a causa del sismo.
El dinero está en manos de los familiares, entre ellos Graciano Villanueva, quien perdió a seis de su clan: esposa, hija, yerno y dos nietecitas; sin embargo, las cosas no han vuelto a ser igual.
La radio dejó de sonar en la casa de Graciano. Hay días que exige un silencio sepulcral y rechaza las risas de sus nietecitos que aún tienen vida y ganas de jugar. No quiere nada y siente que le duele mucho todo.
La ausencia de su esposa Carmen, pero también de su yerno Florencio Flores Nolasco e hija Susana Villanueva, le pesan. Ya no se pasean por la casa en común sus nietos Samuel y Azucena de tres y cuatro años; ni su cuñada Feliciana.
Aquí nadie puede decir que se ha puesto de pie tras la tragedia, es más, ni siquiera la Iglesia de Santiago Apóstol que se mantiene fracturada y con la mitad de su cúpula a punto de colapsar. Los trabajos de reparación y reconstrucción, así como de evaluación en templos, se realizan bajo estricto apego a los criterios del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH); pero la reparación emocional aún está lejos, incluso para el vicario del municipio de Chietla, Néstor, quien enfrentó el derrumbe durante la misa.