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Es 12 de mayo de 2003. Verónica convive afuera de su casa con su madre y otros familiares. En sus brazos lleva a su bebé, Diego, de dos meses y medio de edad. De pronto, en un instante, sin verlo venir, un accidente les cambiará, a todos, la vida para siempre.
Un vecino sale a prisa de su casa. Está peleando con su primo. El sujeto enfurecido sube a su camioneta y la echa de reversa a gran velocidad. Pierde el control, y arrolla a la familia. El impacto es tan duro que incluso derrumba la barda de la casa.
En 2003, un accidente cambió la vida de la familia Rodríguez Parca. Foto: Especial
La abuela es la primera en recibir el impacto. Muere al instante. Verónica queda enganchada de un cancel. Cinco de sus costillas están rotas, su brazo destrozado y uno de sus pulmones perforado.
Todo es confusión. Una vecina sabe que Verónica traía cargando al bebé. Con desesperación comienza a buscarlo entre los escombros. Levanta una piedra, otra y otra. Lo primero que encuentra es una pequeña pierna cercenada.
Diego disfrutó de su infancia como sus hermanos. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
Dos años después del accidente, a Diego Rodríguez le colocaron su primera prótesis y empezó a aprender a caminar. De acuerdo con su doctor, su gran capacidad de resiliencia le permitió también aprender a patinar, andar en bici y jugar fútbol.
Diego cumplirá quince años el 24 de febrero, doce de ellos los ha pasado en rehabilitación. Para él, su amputación nunca ha sido una barrera. Él dice que su condición la convirtió en una oportunidad para poder hacer las cosas mejor de lo que las hubiera hecho si tuviera sus dos piernas.
Diego cumple 15 años el próximo 24 de febrero. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
Está por terminar la secundaria y quiere estudiar Mercadotecnia. Mientras, ayuda a su mamá en su negocio de comida y pasea perros para ganar 200 pesos a la semana.
Los sábados, lava autos y les cambia el aceite en el taller mecánico de su papá.
Diego luchó por sobrevivir. El accidente lo dejó sin una pierna y con una fractura de cráneo. Foto: Especial
El bebé está a punto de morir
En el hospital, el primer diagnóstico sobre Diego es fatal: no sólo perdió la pierna derecha, tiene una fractura en el cráneo, y eso es lo que más preocupa a los doctores.
Está a punto de morir, no queda más que esperar.
Después de 10 días hospitalizado, el bebé sale adelante de la fractura. “Dios, nos lo dejó”, piensa su papá, Gustavo Rodríguez.
La familia también espera que Verónica salga adelante. El dolor que siente por las fracturas hace que la mujer quiera mejor morirse.
Verónica Parca, mamá de Diego, resultó con su brazo fracturado, cinco costillas y un pulmón perforado tras el accidente. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
De tantas inyecciones, Verónica ya odia el ir y venir de las enfermeras. Está a punto de darse por vencida, ya no quiere saber de ella.
Han pasado ocho días desde el accidente. Gustavo entra al cuarto de Verónica para preguntarle dónde guarda la cartilla de vacunación de Diego. Ella sabe que algo pasa. “Dime la verdad”, pide.
Gustavo no puede ocultarlo más. Quiere explicarle, pero no encuentra cómo. Y le suelta: Diego perdió su pie.
Verónica recibe la noticia como una nueva inyección, pero esta vez de vida. Mira al techo, trata de imaginar que en realidad es el cielo, no habla. En su mente, la idea de la muerte ya no cabe, ahora sólo piensa en recuperarse para sacar a su hijo adelante.
Verónica ha luchado para que su hijo no sea tratado diferente a los demás niños sólo por su amputación. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
Comienza la rehabilitación
Tras unos tres meses en recuperación, Verónica ya puede valerse por sí misma. Acompañada de su hermano, va a visitar la tumba de sus padres.
El sombrío panteón Jardín, del Ayuntamiento de Guadalajara, colinda y contrasta con los coloridos muros del Centro de Rehabilitación Infantil Teletón (CRIT) de Occidente.
Verónica mira el centro y se decide a entrar para preguntar si pueden recibir a su hijo, que aún no cumple un año de edad.
Pasan algunos meses y mamá e hijo son llamados para su primera cita.
Diego comenzó con sus terapias cuando tenía apenas un año de edad. Foto: Especial
Esa mañana se alistan para hacer ese primer viaje de unos 40 minutos, el mismo que harán durante 12 años, bajo la lluvia o de noche, e incluso sin un peso en el bolsillo.
En el CRIT, el médico Mauricio Amante Díaz es asignado para atender a Diego.
El doctor recibe a un niño con un muñón sensible, doloroso, y con una serie de alteraciones no sólo físicas sino también emocionales.
A Diego lo ayudan primero a fortalecer su muñón, a eliminar la sensación de miembro fantasma que ha dejado la amputación y a calcular las cargas de peso. Este proceso dura casi un año.
Para Diego, la prótesis ya no es ajena a su cuerpo. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
La primera prótesis
Diego ha cumplido dos años y aún no sabe caminar. Su mamá o su papá lo bañan sentado en una silla y a todos lados lo llevan en brazos.
Pero hoy, está a punto de utilizar su primera prótesis. Su madre no puede contener la emoción, su hijo va a recibir, como quien dice, un nuevo pie.
Pero, como hasta ahora, lo que sigue para el pequeño Diego no será sencillo: debe aprender a caminar.
El doctor Mauricio Amante explica a los padres el nuevo proceso, que va de la mano con el neurodesarrollo. Ahora el cerebro de Diego deberá aprender a mandar todas las señales que hacen que un niño pase del gateo a la marcha.
Diego ha utilizado al menos seis prótesis durante los últimos 13 años. Foto: Especial
El dolor se vuelve insoportable
Es de noche. Pero en casa de los Rodríguez Parca la hora de ir a la cama llegará de madrugada. Y esta vigila será, seguramente, la primera de muchas.
El dolor en el muñón de Diego se ha vuelto insoportable. Hoy no pudo caminar por sí solo, tuvo que apoyarse en una muleta. Ahora ya tiene calentura.
Sus papás tratan de ayudarlo. Calientan agua y mojan un trapo. Luego, lo ponen una y otra vez en la extremidad adolorida. También dan alguna medicina al niño.
Durantes sus 12 años de rehabilitación, Diego tuvo que enfrentarse también a mucho dolor. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
Por la mañana, si es día de terapia, Verónica y Diego, a veces también sus dos hermanos, deberán salir temprano para llegar al CRIT.
No importa si la familia está cansada, tampoco si no hay dinero para los camiones, todos saben que ver a Diego de pie hace que el esfuerzo valga la pena.
Diego, su papá, Gustavo Rodríguez, y sus tres hermanos, Juan Manuel, Angy, y el pequeño Santiago. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
“Cojo, mocho”
Diego va a la primaria. Pese al tiempo que dedica a su rehabilitación, no se ha atrasado ni un año.
En clase, no todos sus compañeros entienden por lo que Diego pasa a diario para poder caminar como cualquiera de ellos.
“Pirata, cojo, mocho”, le dicen. Aunque sus papás, sus hermanos y su psicólogo lo han ayudado para entender esas situaciones e ignorarlas, Diego no puede dejar de sentirse triste con estos comentarios.
Pero él sabe que al salir al recreo podrá encontrarse con sus hermanos, quienes siempre están al pendiente. Podrá comer con ellos, contarles lo que ha pasado.
Actualmente, Diego cursa el último año de la secundaria. Está preocupado por el examen de admisión a la preparatoria. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
Suena la chicharra. Los niños se han reunido en el patio. Juan Manuel, el mayor de la familia, le tira sin querer el churro a uno de sus compañeros. El niño se enoja, le reclama, le exige que le pague la golosina. Pero Juan no tiene dinero.
Una pelea se desata. Otros niños se acercan para ver qué pasa. El otro hermano de Diego, Angy, llega al rescate, y se involucra en la pelea. Luego, también se suma Diego.
La gresca se acaba. Los niños regresan a los salones. Pero el asunto no termina ahí. Juan Manuel y Angy son llamados a la dirección.
Diego y su hermano mayor, Juan Manuel, quien siempre ha estado al pendiente de su bienestar y recuperación. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
Los hermanos se encuentran en el pasillo, van preocupados por su hermano menor. “Debe estar llorando”, piensan, pues Diego tan sólo tiene siete años.
Al llegar a la oficina, Diego ya ha controlado la situación. Sentado en la silla de la directora, con un jugo en la mano, y con el rostro relajado, envía una señal a sus hermanos de que todo está arreglado.
Desde ese día, Diego les demuestra que él también puede defenderse solo.
Este video es un comercial que Diego grabó durante su rehabilitación en el Teletón.
La prótesis no es una barrera
Es la una y media de la tarde, el sol pega fuerte y en la secundaria Manuel Gómez Morín, de la comunidad de Tlajomulco, Jalisco, los lugares de sombra escasean.
Es jueves y mañana es día de asueto. Los estudiantes lo saben, y al sonar el timbre, salen corriendo.
Apoyado por una muleta, pues su muñón le ha molestado, Diego, ahora un adolescente de 14 años, avanza hacia el transporte que lo llevará de vuelta a casa.
Diego trabaja en diversas actividades para juntar su propio dinero. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
Si fuera otro día, al llegar ayudaría a su madre a atender el puesto de comida. Hoy no, ella descansa. Si fuera sábado, iría con su papá al taller mecánico.
Hoy Diego está emocionado, irá a entrenar fútbol.
En el fraccionamiento Valle Dorado, ubicado en Tlajomulco, zona conurbada de Guajadalara, no todas las calles están pavimentadas y en algunas zonas el andar se hace difícil por los bultos de tierra.
Pero eso no impide que a veces Diego vaya por la carne para la venta del día siguiente. Ni tampoco que ande en bicicleta o que saque a pasear a los perros de su vecina.
Pero hoy es día de fútbol. Sus hermanos, Juan Manuel y Angy, practican todos los días en una escuela del club Atlas. Aunque la familia es Chiva de corazón.
Diego tuvo que dejar de entrenar futbol diario, pues sabe que también debe cuidar su muñón. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
Al llegar al enorme terreno dividido en diferentes canchas, Diego recuerda cuando podía practicar a diario. Hace tres años que debió alejarse de una de sus grandes pasiones, tras una operación en la que le quitaron tres centímetros del hueso del muñón.
El adolescente se sienta en el pasto. Entrecruza la pierna y la prótesis. Para Diego, entre ambas ya no hay diferencia. Lejos ha quedado el pensamiento de cómo sería tener sus dos piernas.
Se levanta, lanza un balón al aire, con la pierna lo domina, con la prótesis lo para.
Diego es aficionado al fútbol y su equipo favorito es Las Chivas. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
El cajón de los recuerdos
Diego fue dado de alta de su proceso de rehabilitación hace aproximadamente dos años, en 2015. Lo que no significa que haya dejado sus terapias en casa ni sus revisiones.
La prótesis que usa actualmente, con una imagen de su equipo favorito, Las Chivas, tiene dos años y pronto deberá ser reemplazada.
Diego se sienta en su cama, sonríe y toma su guitarra. Toca unos acordes, apenas está aprendiendo, práctica con uno de sus amigos.
Diego guarda con mucho cariño cuatro de las seis prótesis que ha utilizado. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
Luego se echa al suelo, su rodilla le da la fuerza necesaria para mantener su cuerpo en equilibrio. De un jalón saca un cajón debajo de su cama. No es grande ni lujoso, de hecho es viejo y reciclado de un ropero. Pero ahí guarda las cosas importantes.
Por ejemplo, las cuatro de las seis prótesis que ha utilizado desde niño, las otras se han quedado en los hospitales para ser recicladas. También saca el par de patines con los que aprendió a patinar.
Mira su prótesis favorita, la que está ilustrada con la imagen del capitán Jack Sparrow. Sonríe, pues recuerda que ésa se la ganó en una apuesta. Sus Chivas contra el América, el equipo favorito de uno de sus doctores.
En el CRIT de Occidente, Diego tiene muchos amigos. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
Esos recuerdos especiales lo acompañan hoy, cuando después de dos años volverá a pisar el CRIT.
Al entrar al Centro, la emoción lo domina. Comienza a saludar a sus amigos y a sus doctores. Hay abrazos, hay apretones de mano y de cachetes. En el rostro de él hay alegría, y en el de los que lo miran, hay admiración.
Al llegar a la alberca, se para, la mira y sonríe. Fija sus ojos en ese espacio en el que tomó terapia durante cinco años. En su rostro ahora hay seriedad, recuerda el difícil proceso por el que pasó. Piensa en la vez en que se descalabró, estaba muy resbaloso y él no traía su prótesis.
El CRIT trae muchos recuerdos a Diego. Momentos buenos y difíciles. Foto: Jorge Alberto Mendoza/EL UNIVERSAL
Sin embargo, una sonrisa se dibuja al instante en su rostro, sabe que su trabajo valió la pena.
Piensa en los momentos de sufrimiento y de cansancio, pero también en que a diario disfruta de su recompensa: “Mi recompensa es estar aquí, que es lo más importante. Ser una persona normal, porque para mí no fue una discapacidad tener una prótesis. Haber cumplido mis metas, fue mucho esfuerzo, mucho tiempo, pero lo logré”.