“Fue en defensa propia, yo no iba a hacerle daño”, Ricardo se ve a sí mismo como una víctima de las circunstancias, acepta que hizo mal, pero en todo momento minimiza sus acciones, al grado de considerar desproporcionada su sentencia.
Hace dos años asesinó a su esposa, ahora se encuentra recluido en el Centro de Readaptación Social (Cereso) de Aquiles Serdán, donde permanecerá 25 años por homicidio agravado; sin embargo, su relato de lo ocurrido es muy diferente a las declaraciones y evidencias recabadas por el ministerio público.
“Ella me atacó primero, me estaba gritando mucho, luego me aventó con un vaso, después tomó un cuchillo y se me vino encima, yo sólo trataba de calmarla, la sujeté abrazándola, pero la apreté mucho y la asfixié, cuando me di cuenta ya no respiraba”, relata en los patios del reclusorio, donde destina sus ratos libres a leer El Quijote de la Mancha, de Cervantes.
Según su historia, aquel día había estado embriagándose desde la mañana junto con un compañero del trabajo, ambos se desempeñaban como guardias de seguridad. Ya por la noche llegó su pareja y el amigo se retiró.
“Me comenzó a reclamar algo, la verdad no sé qué era, no he podido recordarlo desde que pasó, se me borró la memoria. Después discutimos, todo fue muy rápido, pasó en unos segundos”. Sus ojos se llenan de lágrimas, pero no llora. Dice que si pudiera hablar con Antonia Marisa Cristal le pediría perdón de rodillas. Recuerda que eran una pareja muy feliz, que jamás peleaban, tenían muchos planes juntos y pensaban envejecer de la mano.
“Cuando vi lo que había hecho me sentí muy mal, fui con mi papá y —le— expliqué lo que pasó, no pude aguantar más y fui a entregarme con la policía”.
Ricardo se levanta todos los días de madrugada, se baña y sale con sus compañeros a desayunar en el comedor, luego hace ejercicio, va a la escuela a seguir con sus estudios de preparatoria, ya que luego quiere estudiar Derecho; después a la biblioteca y otras actividades que el penal tiene para los reclusos.
Tras dos años como reo, dice que al principio tuvo mucho miedo, ya que nunca había convivido con delincuentes, no entendía cómo “funcionan” las cosas en la cárcel, y añade que a la fecha no ha logrado tener confianza con ninguno de sus compañeros a pesar de que lo tratan bien.
“No me lo va a creer, creo que soy mejor persona desde que estoy aquí. Ahora hablo con mis padres cada vez que puedo, los veo todos los domingos y estoy más al pendiente de mi hijo, antes no, rara vez hablaba con ellos o con el niño”.
Ricardo considera que la pena de 25 años que le impuso el juez es exagerada, sobre todo si la compara con la de otro de sus compañeros de celda, quien por matar a un hombre recibió 18 años de prisión, y después de cumplir 14 años tendrá derecho a preliberación si presenta buena conducta.
“A mí me iban a dar 55 años porque eso pedía el ministerio público, eso es [cadena] perpetua, luego el juez lo dejó en 25, pero al final sigue siendo injusto porque no tengo derecho a salir antes, por ser delito agravado. Todo porque la víctima fue una mujer”.
Dijo que su hijo no estaba esa noche en el domicilio donde ocurrieron los hechos, se había ido a dormir con los abuelos.
En Chihuahua aún no está tipificado el feminicidio —a pesar que desde 1993 se han registrado en la entidad alrededor de 700 casos—, así que los asesinatos de mujeres que se presentan con dicha característica son registrados sólo como homicidio agravado y el agresor alcanza hasta 70 años de prisión. El Congreso ya votó a favor de la tipificación, pero aún no entra en vigor.
Por momentos, Ricardo platica su historia con tal énfasis que es muy convincente, quienquiera que lo escuchara creería en la veracidad de sus palabras, y hasta puede pensarse que efectivamente privó de la vida a su pareja en defensa propia.
Versión oficial
Contrario a lo que platica Ricardo, las evidencias y testimonios recabados por los investigadores de la fiscalía dan cuenta de otras circunstancias. La noche del lunes 28 de septiembre de 2015, Ricardo Treviño Rodríguez, hoy de 29 años, discutió a gritos con su pareja, los vecinos escucharon la pelea por horas. La golpeó y asfixió, dejándola sin vida en una de las habitaciones de la vivienda, y luego salió del lugar.
Ellos tenían alrededor de un mes de haber llegado a vivir ahí, pero en ese corto tiempo ya los identificaban como problemáticos, pues las peleas eran diario e incluso suponen que Ricardo maltrataba a su esposa.
La pareja tenía dos hijos pequeños, no uno, y los dos vieron cómo Ricardo mató a su mamá. Según la necropsia, Antonia Marisa Cristal fue ahorcada, pero también presentaba huellas de golpes por todo el cuerpo, de hecho, los vecinos fueron quienes llamaron a las autoridades al escuchar cómo la torturaba esa noche.
Elementos de la Policía Municipal lo detuvieron minutos después del crimen, cuando trataba de huir de la colonia donde ocurrió todo; los pequeños se habían quedado solos llorando en el patio de la casa.
“Mi problema era que tomaba mucho, ese día no me pude controlar por lo borracho que andaba, pero yo no le iba a hacer daño”.