Mientras el mundo se sumía en la peor guerra de la historia, Gregorio Cárdenas Hernández, “El Estrangulador de Tacuba”, saltó a la fama el 4 de septiembre de 1942.
Muy lejos estaba de ser acusado de feminicidio. Pese a las múltiples dudas a lo largo del juicio, "Goyo" Cárdenas permaneció en prisión 34 años por el asesinato de cuatro jóvenes mujeres, juzgado por el delito de “homicidio, inhumación clandestina y necrofilia”.
Desde el principio, destacó la prensa de aquella época, el caso escandalizó a la sociedad mexicana, pero extrañamente en algunas mujeres despertó una obsesión, quienes por decenas pedían permiso a la autoridad para visitarlo en prisión, aunque argumentaban que “por motivos puramente científicos”.
Luego de abandonar el Palacio Negro de Lecumberri, "Goyo" Cárdenas fue llevado a la Cámara de Diputados, donde recibió una ovación delirante de los legisladores. Hasta su muerte, a la edad de 84 años, siempre existió la duda de su inocencia.
“De manos tan escasas y escuálidas, de fuerzas pequeñas, porque nunca me dedique a hacer músculo”, así se describió el mismo Goyo Cárdenas, cuando compareció ante el juez 14 de la Quinta Corte Penal, José Espinosa y López Portillo, acusado de estrangular a cuatro mujeres.
La primera de ellas fue María de los Ángeles González, de 16 años de edad, a la que ahorcó la noche del 10 de agosto. Luego, Raquel Martínez León, de 14, a quien asesinó la noche del 23 de agosto; Rosa Reyes Quiroz, de 16, el 29 de agosto, y Graciela Arias Ávalos, de 21, el 2 de septiembre.
Sólo necesitó 23 días para ascender al olimpo criminal de México.
A sus tres primeras víctimas las violó, después las ahorcó y luego la enterró en el jardín de su casa, en Tacuba. Con la última hizo una excepción. Estaba enamorado, decía. A ella la violó muerta.
De las tres primeras, la policía estableció que ejercían la prostitución, mientras que la última era estudiante de preparatoria. “Goyito”, de 27 años, aseguró que era su novio.
El padre de Graciela se presentó a a presentar denuncia el 3 de septiembre de 1942 ante la autoridad. Un día después, la Policía encontró los cuatro cadáveres enterrados en el jardín de la casa de Cárdenas.
El jefe del Servicio Secreto de la Jefatura de Policía, Leopoldo Treviño Garza, comisionó a los detectives Ana María Dorantes y José Acosta Suárez para iniciar las indagatorias.
La Escuela Nacional Preparatoria fue el primer lugar que visitaron los agentes, por ser el último lugar donde se le vio con vida a Graciela.
Los compañeros de la joven mujer coincidieron en que la noche del miércoles 2 de septiembre, después de clases y en medio de un aguacero, la muchacha subió al auto Ford, modelo 1939, placas B-901, que estaba a nombre de Gregorio Cárdenas Hernández.
De inmediato, los detectives se trasladaron al domicilio del dueño del vehículo, donde encontraron a la madre de Goyo, Vicenta Hernández, quien les dijo que su hijo se había vuelto loco una noche antes, por lo que esa mañana lo internó en el sanatorio del Doctor Oneto Berenque, en Tacubaya.
Los policías se mostraron desconcertados y pensaron que era una coartada para despistarlos. Así, acudieron al hospital para interrogar al sospechoso.
“Soy inventor, amigo. Soy el hombre invisible y hago invisibles a los hombres. Estas pastillas –les dijo mostrándoles uso pedazos de gises blancos--, hacen el milagro”, respondió Cárdenas a las interrogantes. Los policías establecieron que el sujeto fingía.
Al día siguiente, el agente Acosta Suárez y otros tres detectives, acompañados del licenciado José Campuzano, amigo y socio del padre de la víctima, acudieron a la casa de Mar del Norte número 20, en Tacuba. Luego de varias horas de revisión, encontraron enterrados en el jardín del inmueble los cadáveres de las cuatro mujeres.
Desde las azoteas de las casas aledañas, decenas de mujeres observaban con indignación y angustia, absortas, el macabro cuadro, para luego romper en llanto.
La nota roja no tardó en llamar a Goyo Cárdenas “El Estrangulador de Tacuba” o “El Chacal de Tacuba”. Era un terrible monstruo sediento de sangre, incapaz de sentir algún arrepentimiento. Aunque desde su arresto se mostró como un ser noble, sin ninguna tendencia a la violencia, incluso amoroso.
La casa de Mar del Norte fue asegurada. Lo que más extrañó a la prensa de la época fueron la gran cantidad de mujeres que se presentó en el sitio del macabro hallazgo.
Incluso, señoritas de distinguidas familias obtuvieron permisos para atestiguar los interrogatorios a “Goyito”. Tal fascinación generó, que pidieron hablar con él, según ellas con motivos “puramente científicos”.
"El Estrangulador de Tacuba" decía que no podía estar cerca de una mujer, que se transformaba: “Desaparece el hombre y surge la bestia: no puedo refrenar el odio tremendo que siento por ellas, y ese impulso me ha llevado a la triste condición en la que me encuentro”. Así lo relató la prensa de aquella época.
Luego de 34 años de prisión, cinco de ellos en el Hospital Psiquiátrico La Castañeda, Goyo Cárdenas fue considerado como ejemplo del sistema penitenciario y reinserción social del país.
Nada se supo sobre Jorge Roldán Roldan, “El Calavera”, y Juan Antonio Rodríguez Rosas, “El Punto Negro”, amigos de Goyo, a quienes en varias ocasiones éste acusó de ser los verdaderos asesinos.
Origen y destino
El primer asesino serial en México nació, según reportes, en Veracruz, en 1915, aunque la fecha nunca pudo aclararse pues ni él mismo pudo corroborarla durante los 34 años que estuvo en prisión.
En su historial médico quedó establecido que el daño neurológico que le provocó una encefalitis temprana fue factor decisivo para que mostrara un comportamiento anormal desde niño, especialmente crueldad hacia los animales. Aunado a ello, tenía dificultades para controlar su esfínter.
Pese a estas condiciones, demostró tener un alto coeficiente intelectual y fue un alumno destacado.
A los 27 años, obtuvo una beca académica cuando estudiaba Química y laboraba como taquimecanógrafo en la compañía mexicana de petróleos El Águila, en Veracruz, gracias a su relación con el sindicato de la recién creada Pemex.
Poco después se independizó de su madre y rentó una casa en Tacuba, ahí donde serían descubiertos enterrados los cuerpos de sus víctimas.
Según el archivo criminal, el "estrangulador" no medía más de 1.72 metros y era de complexión extremadamente delgada.
Aunque no tenía buena relación con las mujeres, a los 24 años contrajo nupcias con Sabina Lara, de la que se divorció muy pronto, debido a que la madre de la joven lo acusó de estupro.
Durante su cautiverio no fue un loco “normal”. Pasaba su tiempo en la biblioteca leyendo sobre neurología y asistía a las clases de clínica psiquiátrica, que impartían en el manicomio a los estudiantes de medicina.
Era amigo de las autoridades, incluso abrió una tienda en prisión, donde vendía refrescos y cigarros a los más tres mil 500 internos y mil 500 empleados. La confianza en el recluso fue tal que podía salir a Mixcoac para surtir su negocio.
Todo parecía en calma, hasta diciembre de 1946, cuando decidió huir con una enfermera a Oaxaca. Sin embargo, poco le duró el gusto pues fue recapturado.
Ya no regresó a La Castañeda, sino que fue recluido en Lecumberri.
Ese cambio, que para muchos hubiera significado la locura, Gregorio lo vio como una oportunidad para aprender una nueva profesión: estudió derecho penal, aprendió procedimientos jurídicos y defendió y asesoró a otros presos, quienes lo llamaban “licenciado Goyito”.
Además, recibía una enorme cantidad de correspondencia de mujeres, que le pedían visitarlo. Incluso, algunas que le llevaron comida y atendían “otras necesidades” del interno.
Y no eran pocas. Con una de ellas contrajo nupcias y tuvo cuatro hijos, a quienes mantuvo con los ingresos de su nueva profesión. También se dio tiempo para escribir tres libros.
En septiembre de 1976 obtuvo su libertad. Su abogado argumentó que a los 62 años ya carecía del apetito sexual y criminal.
Como un hombre libre, fue invitado a la Cámara de Diputados, donde fue ovacionado. Cuatro años después ingresó a la UNAM para estudiar Derecho. Se tituló en 1985. Falleció 14 años después.