A seis meses de vivir oculta, con miedo y un dolor físico que no cesa, María Elena Ríos Ortiz volvió a tocar su saxofón. Junto con su familia, la música se ha convertido en la motivación para seguir adelante tras sobrevivir al primer ataque con ácido documentado en Oaxaca, y en una forma de alimentar su fe de que, pese a que su agresor continúa libre, en algún momento la justicia va a llegar.
Es una tarde fría en la Ciudad de México. Male —como la llama su familia— llega a tiempo a la cita con EL UNIVERSAL luego de haber asistido a las terapias que forman parte de su nueva cotidianidad. Es acompañada por su padre, vigilante silencioso de su progreso y quien se confiesa admirador de la fortaleza de su hija, tanto como de su habilidad para tocar el saxofón, talento que descubrió desde niña.
Male camina con seguridad, saluda y se desplaza con firmeza a pesar de que apenas hace unos meses sus articulaciones, afectadas por el corrosivo, le impedían moverse.
Tiene la cabeza y las mejillas cubiertas por el gorro de una chamarra. Un cubrebocas tapa la otra mitad de su rostro, donde el ácido dejó profundas cicatrices a las que, sostiene, nunca se va a acostumbrar; sin embargo, poco a poco ha decidido aceptar que el proceso será largo y que tendrá que ser fuerte para reconocerlo y vivirlo.
Antes de iniciar la charla, la joven de 27 años se coloca la máscara de tela que cubre su cara y comenta que han sido necesarias varias cirugías e injertos en el rostro, los brazos y las piernas, como parte del proceso de su recuperación, la cual, según los médicos, podría demorar hasta cuatro años. “Así se ve y así huele... y yo lo que quería en ese momento era morirme”, dice la joven al recordar el momento en el que vio su cuerpo dañado por el ácido y casi en estado de descomposición.
Luego señala que aunque en los medios se han enfocado en revivir constantemente el ataque, lo que ella quiere es que la gente sepa que no sólo le cambiaron la vida, también trastocaron la realidad de su familia. “Cómo le cambias el chip a mis papás que tienen más de 60 años”, comenta, pues ambos abandonaron su vivienda, en Huajuapan de León, ciudad de la Mixteca de Oaxaca, para dedicarse por completo al cuidado que ahora ella requiere.
En realidad, María Elena se dice conmovida por todo el apoyo que ha recibido, en especial de la comunidad de músicos que se han manifestado por su causa. Fueron esas muestras de afecto de sus amigos y la pasión que ella guarda por la música y su saxofón las que se han transformado en un motor para su recuperación, pues uno de sus objetivos es volver a tocar. “Quizá lastimaron mi piel, pero no lastimaron esto”, proclama.
Precisamente es la incertidumbre de saber si podrá volver a la música lo que la detiene. A lo largo del último semestre, confiesa, ha vivido momentos de crisis por no poder tocar su instrumento, pues por el corrosivo, las cicatrices queloides afectaron su boca, la cual se hizo pequeña. Ha sido gracias a la motivación de su familia, amigos y la fisioterapia facial, que ya tocó el saxofón por primera vez desde aquel 9 de septiembre, fecha del ataque.
El dolor que no cesa
“Ahora no comprendo de qué consta mi vida. De pronto me siento muy deprimida, a veces muy molesta... e incluso muy feliz. Todos los días me levanto a las siete de la mañana, voy al hospital y tomo la terapia... no puedo salir, tengo que estar encerrada. No tengo ni tendré la libertad de salir, pues hasta ahora las autoridades no han garantizado mi seguridad ni la de mi familia”, dice Malena sobre Juan Vera Carrizal, el exdiputado priista y empresario gasolinero señalado como autor intelectual de la agresión y que está prófugo.
En estos días, la joven asiste a fisioterapia para recuperar la movilidad completa, pues debido a las heridas que el corrosivo causó en diversas partes de su cuerpo, permaneció cuatro meses en cama, lo que provocó que sus articulaciones se calcificaran dejándola inmóvil. Antes, se sometió a varias cirugías de injertos de piel en rostro y brazos.
Aunque el dolor ya no es tan intenso, María Elena dice que está latente todo el tiempo. “No puedo dormir, porque siento que me pica, que la piel se me estira, a veces que se encoge. Aunque mi mamá me apoya dándome masajes, llega el momento en el que me pongo a llorar... y vuelvo a tener esa desesperación y me pregunto ¿por qué a mí?”.
Mientras frota sus brazos al recordar las sensaciones incesantes de sus heridas, Male se conmueve al hablar de la labor que su madre ha hecho para atenderla, a pesar de que ella también tiene quemaduras provocadas por el ácido en el intento de ayudar a su hija tras la agresión.
“Mi mamá nunca ha recibido atención médica, pero Dios es tan grande y es tan grande el amor que ella tiene por mí, que sus heridas cerraron solitas. Mi mamá ha tenido que ser doctora, enfermera, cocinera y fisioterapeuta... aunque le duelen sus cicatrices... me duele no poder ayudarla”, lamenta, pues hasta el momento, la madre de la joven no es considerada víctima del ataque.
Justicia bajo presión
“¿Dónde está la justicia?”, cuestiona la joven, pese a que tiene fe en que llegará algún día. Por ahora, al hablar sobre las dificultades que ha enfrentado a lo largo del proceso legal contra sus agresores, no puede ocultar la impotencia de que aunque por el dolo con el que Vera Carrizal ordenó el ataque éste se reclasificó de lesiones a tentativa de feminicidio, el hombre siga gozando de la libertad que ella no tiene.
Lo que María Elena tiene claro es que esa rectificación de los cargos contra el empresario y los autores materiales, aprehendidos en diciembre pasado, no llegó sola. Remarca que ello no habría sido posible sin la insistencia de su hermana, Silvia, quien llevó el caso a los medios de comunicación y se ha convertido en activista en su nombre.
“Mi hermana creyó que la justicia nos llegaría. Ahorita estamos desconcertadas e impotentes porque no hay justicia para las víctimas. El concepto de justicia en Oaxaca consiste en la protección al agresor... Creo en la justicia pero lamentablemente se tiene que lograr bajo presión”, afirma.