La noticia de que la periodista Lourdes Maldonado fue asesinada justo en frente de su domicilio causó enorme tristeza, desesperación, miedo y, sobre todo, impotencia. Se trata no de un número que incrementa una cifra creciente a través del tiempo, no de un asesinato aislado, no de una muerte por la naturaleza de un trabajo. Se trata del discurso político y de la violencia que se presenta en nuestro país.
No nos engañemos, pensar que un gobernante no va a mentir es tan ingenuo como declarar que actúa sin intereses personales. Quien gobierna tiene un contrato social por mantener, y si se diverge de alguna manera, por ejemplo, atendiendo esos intereses individuales, el periodismo expone qué es lo que está sucediendo, qué acuerdos hubo, en qué se usó el recurso público, entre otras informaciones incómodas para los líderes políticos que tanto buscan ocultar al escrutinio público.
Por ello, y mucho más, la labor que realizó Maldonado fue significativa para nuestra sociedad. Meses antes, ella había acudido a una de las conferencias matutinas de Andrés Manuel López Obrador. Solicitó la palabra ante el mandatario, pero en vez de simular su trabajo con preguntas establecidas para la conferencia o aplaudir con palabras al gobierno sin ser crítica, la periodista declaró temer por su vida y pidió encarecidamente ayuda al Presidente. La asistencia solicitada simplemente no llegó.
¿Quién es el responsable? No hay sólo uno, la situación del país se ha agravado desde hace tiempo y particularmente los presidentes han debido cargar con esa responsabilidad, aunque parece que no todos la quieren asumen. En este contexto, no es difícil identificar quién ha alimentado las posibilidades de atentar contra los periodistas en el actual sexenio.
Cuando Donald Trump era presidente, su discurso xenofóbico y racista era interpretado por varias personas como una vía legítima para ejercer acciones de esta naturaleza contra otros individuos. Todos sabíamos que era incorrecto y transgredía los derechos humanos, pero sus seguidores estaban tranquilos porque, a pesar de que ese discurso fomentaba divisiones y atacaba a una parte de la sociedad, su presidente validaba esas ideas, por lo que podían actuar sin temor a represalias.
Igualmente, desde el inicio de su administración, el mandatario López Obrador se ha abocado a desestimar, menospreciar, atacar y socavar a toda persona o institución que sea disidente a lo que él dicte. Ejemplo son: académicos, científicos, feministas, activistas, políticos y periodistas, entre otros. Pasa lo mismo que sucedió con Trump, cuando un presidente genera un discurso en donde la prensa y los periodistas que “casualmente” disiden de él son malos, “neoliberales” y “conservadores”, se aminora la protección que se les tiene.
Ergo, el Presidente no sólo tiene una responsabilidad ante la violencia del país, al igual que todos sus antecesores en su momento, sino que además sostiene una responsabilidad adquirida en la muerte de Maldonado y de todas aquellas personas que han sido agraviadas, atacadas y asesinadas que se hayan mostrado disidentes a lo que ha hecho la 4T en lo que va del sexenio a raíz de su discurso.