Andrés Manuel López Obrador inauguró ayer la etapa de la austeridad republicana. Lo hizo sin la ostentosidad que caracterizaba los traslados y desplazamientos de quienes antes que él ocuparon la titularidad del Ejecutivo federal.
Sin lujos ni grandes dispositivos de seguridad para cuidarle la espalda, así fue su segundo día al frente del país, pasó sin contratiempos. Pasajeros, empleados de la aerolínea que lo trasladó, así como del propio aeropuerto lo descubren y la reacción es la misma: se acercan, le piden una foto. Lo abrazan, algo impensable con el Estado Mayor Presidencial.
Justamente, así se nota que quedó atrás la era del Estado Mayor y sus protocolos. Ahora lo resguardan tres mujeres y dos hombres de la llamada ayudantía, el grupo de personas, sin preparación policíaca, que serán su seguridad personal en su sexenio.
Muy semejante a lo que fue la administración del presidente de Uruguay, José Mujica, que viajaba en su Vocho azul, López Obrador tampoco dejó su Jetta blanco.
En el segundo día de su mandato, a las 9:20 horas sale de su casa en Tlalpan a bordo de su automóvil de cuatro puertas. Sin escoltas, toma rumbo hacia Campo Marte para tener su primer reunión con las Fuerzas Armadas. Precisamente, también recibe el primer parte informativo de la seguridad del país. “Nada extraordinario ni de qué preocuparse”, señala.
Por la tarde, López Obrador hace trabajo de oficina por un par de horas en Palacio Nacional. Vuelve a subir a su automóvil Jetta que lo deja pasadas las 14:00 horas en la terminal 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM). Daniel Assaf, encargado de la ayudantía, tres mujeres más y un hombre le escoltan mientras aquellos que ahora lo llaman señor Presidente, se arremolinan por una selfie, un saludo o meras felicitaciones.
Para el Jefe del Ejecutivo tiempo hay de sobra. Se detiene un momento para decirle adiós a los que lo saludan. Habla del futbol y felicita a Los Pumas de la UNAM, además pregunta a algunos qué evento gustó más: si la investidura en el Congreso o la ceremonia indígena en el Zócalo capitalino. Eso sí, nada sobre política quiere responder ni meterse en el tema del aeropuerto en Texcoco.
López Obrador viaja ligero, sin portafolio, se quita el saco y se queda apenas con una camisa blanca sencilla y un pantalón de vestir.
Dice no a los lujos, tampoco a tratos preferenciales, al rechazar cualquier tipo de apoyo exclusivo por parte de la aerolínea, pero sucede que como cortesía, directivos de la empresa Aeromar vuelan con él y hasta el capitán del avión le manda un saludo que hace eco en los pasajeros de la aeronave con un gran aplauso.
Incluso, el mandatario y su secretaria de Energía, Rocío Nahle, son transportados con todos los pasajeros de la aeronave en un autobús para tomar el vuelo. Ahí, una historiadora trata de festejarle con una porra.
Mientras viaja, el político tabasqueño se toma un café y convierte el avión en su despacho. Ve temas de agenda con Daniel Assaf y lee documentos, también felicita a los directivos de la empresa y les garantiza que por austeridad seguirá viajando en vuelos comerciales.
Desenfadado, el Jefe del Ejecutivo se toma cinco minutos para hablar con la prensa. Lanza la amenaza de que trabajará 16 horas diarias (él se levantará a las 4 de la madrugada) y comenzará hoy con una conferencia mañanera a las 7:00 horas, además de que su gobierno en el sexenio será itinerante por los estados del país.
López Obrador externa que lo primero que le llegó a la mente cuando protestó como Presidente fue la palabra responsabilidad.
Al llegar a Veracruz, la ayudantía queda rebasada y entre simpatizantes y prensa, apachurran al Presidente. Aun así, se detiene dos minutos a declarar que es veracruzano, pues su padre es oriundo de esa entidad. Ahora, cualquier aeronave comercial se convertirá en el avión presidencial.
bft