A finales de los años 60 del siglo pasado, las bolsas de plástico empezaron a circular sigilosamente en el mundo como una promesa revolucionaria para transportar las compras. En una imagen del centro comercial Ralphs, la cadena de supermercados estadounidense fundada a finales del siglo XX, se puede leer la tipografía estampada sobre una bolsa de plástico de la época donde se empiezan a promover las bondades de su uso. Las promesas son reales: mayor resistencia que las bolsas de papel, fáciles de cargar y repelentes al agua. Finalmente, la consigna que brillaba: “La bolsa del futuro está aquí, justo para usted”. El asunto es que el futuro nos alcanzó y puso en evidencia a una humanidad que abusó de las ventajas de la volátil y aparentemente frágil bolsa de plástico, hasta inundar con ella los lugares más recónditos del planeta, como los casquetes polares y las cimas más altas.
Las bolsas de plástico empezaron a acompañar al hombre a todos lados e incluso se adelantaron a su paso. Llegaron hasta a donde los humanos se nos dificulta llegar, como 10 mil metros en las profundidades más obscuras de los océanos que acumulan este material como una metáfora de nuestros excesos retratada en cifras reales: se calcula que este tipo de bolsas suman 10 mil toneladas de plástico a los mares cada año, y se han documentado más de 250 especies que han ingerido estos materiales.
Según el texto La historia de la bolsa de plástico, desde su nacimiento hasta su prohibición, publicado por el Programa para el Medio Ambiente de la ONU, el polietileno, el plástico más comúnmente utilizado para estos fines, se crea por accidente en una planta química en Northwich, Inglaterra. El material fue utilizado inicialmente en secreto por los militares británicos durante la Segunda Guerra Mundial hasta que el modelo de bolsa conocido hasta nuestros días fue patentado por la empresa sueca Celloplast y diseñado por el ingeniero Sten Gustav Thulin. Desde su creación comenzó a reemplazar rápidamente en todo el mundo a las bolsas de papel y tela que hoy de nuevo reclaman su corona.
Los peligros
El primer país que se dio cuenta que su uso no era inocuo fue Bangladesh, que hace 18 años descubrió que las bolsas de plástico desempeñaban un papel clave en la obstrucción de los sistemas de drenaje durante las inundaciones. Hoy, las problemáticas que desencadena su impacto son preocupación internacional. El mayor generador de este tipo de productos en el mundo es China, que prohibirá las bolsas de plástico en las principales ciudades para fines de año y en todas las ciudades y pueblos para 2022. En el continente americano, Chile se convirtió en el primer país en seguir la medida hace poco más de un año. Finalmente en la Ciudad de México, la Ley de Residuos Sólidos prohibió la distribución, comercialización y entrega de bolsas de plástico de un solo uso al consumidor con excepciones para la entrega de productos que deben ser empacados por higiene; sin embargo, aún quedan muchas cuestiones que resolver, partiendo sobre todo de que no basta con la satanización del plástico, que de hecho es un material revolucionario para la fabricación de múltiples productos que nos facilitan la vida en muchas áreas. El problema, como todo lo relacionado con el medio ambiente, tiene que ver con el abuso y la cultura de desechar como nueva fórmula de vida.
Ornella Garelli, campañista de Océanos sin plásticos de Greenpeace México, señala que la postura de asociaciones ambientalistas como la que representa es la reutilización en el sentido más amplio de la palabra. “Cuando inició la medida, algunos supermercados para ‘apoyar’, estuvieron regalando bolsas, pero la idea no es adquirir nuevos productos, sino utilizar cosas que ya tenemos”.
La ambientalista subraya la importancia de reutilizar objetos para transportar insumos cotidianos, como bolsas de cualquier material resistente, como mochilas, redes, canastas, telas, etc. “Esta es una verdadera forma de reducir el impacto ambiental, pues le estamos dando nueva vida a algo que ya está en nuestra casa. El problema es que si aceptamos más bolsas o compramos otras que están más bonitas, al final el impacto seguirá estando allí, pero con otras formas”.
En algunos establecimientos de gran importancia comercial en nuestro país, como Sanborns, sustituyeron la entrega de bolsas de plástico por papel; sin embargo, Garelli considera que este tipo de acciones son una falsa solución, ya que traslada el problema de la contaminación por plástico a la deforestación de los bosques; además de que la producción de papel también genera contaminación por combustibles fósiles, gasto de agua y emisiones a la atmósfera, lo cual contribuye al calentamiento global.
En el caso de las bolsas de fibras orgánicas, la postura es similar. No sólo se trata de cuánto tarde en degradarse en el ambiente, Garelli señala que se tendría que hacer un análisis del material en particular para conocer cómo afecta e impactaría el aumento de su producción. “No se puede decir que todas las bolsas o canastas de este tipo de materiales no generen problemas porque hay algunos que para producirlos también provocan presión ambiental al destinar mayor tierra de cultivo a la producción de una planta que pueda poner en peligro incluso el hábitat para especies locales. El reto es no regresar a la idea de producir, consumir y desechar, sino reutilizar hasta donde la imaginación llegue”.
Cuando el futuro nos alcance
“Estas medidas son importantes en un primer momento porque generan una mayor concientización en la población y aunque al principio se piense que la gente no puede cambiar como se pensaba, por ejemplo, con la prohibición de fumar en espacios cerrados, esto sí ayuda a crear conciencia de que tenemos que convertirnos en consumidores más responsables con el planeta”. Garelli comenta que este es un primer escalón para abrir paso a mayores avances, pues estos esfuerzos locales también se están gestando en otros 25 estados del país que ya están legislando en la materia y buscan abrir nuevos caminos para una ley federal.
Mientras tanto, en los laboratorios de México y el mundo también se experimenta para ofrecer nuevas alternativas al plástico. En el Instituto de Biotecnología de la UNAM se trabaja con una bacteria llamada Azotobacter Vinelandii, la cual se encuentra en la hojarasca. Después de un proceso de fermentación puede producir un material similar al plástico, que se desintegra en un menor tiempo y sin contaminar.
Los precursores de los bioplásticos se pueden producir en cantidades elevadas usando también residuos agroindustriales, principalmente a partir de celulosa y hemicelulosa. Los azúcares obtenidos de dichos residuos agroindustriales son usados para obtener ácidos orgánicos, que son precursores de biopolímeros.
Precisamente en la Facultad de Química de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) diseñaron un biopolímero con base en subproductos de la agroindustria como el olote de maíz y con el que se podrían crear bolsas parecidas al plástico, que incluso podrían llegar a ser comestibles. Por otra parte, investigadores de la Universidad del Valle de Atemajac en Jalisco experimentan con un bioplástico que aprovecha las propiedades del nopal Opuntia megacantha, una especie no consumida por el humano, por lo cual no chocaría con este tipo de abasto.