Oaxaca.— Los últimos 365 días de la vida de María Elena Ríos Ortiz han sido lentos y dolorosos. Son los mismos desde que esta saxofonista mixteca sobrevivió a un intento de feminicidio que todavía la hace despertar cada mañana con miedo.
A un año del ataque con ácido que trastocó su vida, continúa a la espera de una justicia que no ha llegado completa, y cuyo camino ha sido espinoso, aunque reconoce que ha tenido aprendizaje y crecimiento personal.
María Elena se escucha tranquila al hablar con EL UNIVERSAL, vía telefónica, sobre la cotidianidad que ha tenido que aceptar ante el confinamiento por el Covid-19, que retrasó sus tratamientos. Actualmente se esfuerza por colaborar en algunas de las labores de su hogar.
Recuerda que hace un año, cuando el ácido afectó gran parte de su cuerpo, no podía moverse o caminar; sin embargo, ha encontrado en su familia la motivación para superar un día a la vez.
La justicia tarda
A pesar de ello, Malena insiste en que su tranquilidad no estará completa hasta que el quinto implicado en la tentativa de feminicidio que sufrió sea detenido y remitido ante las autoridades.
En abril pasado, el autor intelectual del primer ataque con ácido contra una mujer en Oaxaca se entregó a la justicia, y días después fue llevado ante el juez; el fiscal General del Estado, Rubén Vasconcelos, se comprometió a ejecutar todas las órdenes de aprehensión de los implicados.
María Elena dice que ha visto de manera remota las conferencias de la fiscalía en las que se asegura que hay pistas sobre el paradero del último de los agresores; además, señala que en redes sociales hay personas que afirman haberlo visto en la carretera y otros sitios públicos.
A ello se suma que la pandemia ha aletargado el proceso, apunta, pues los juzgados están cerrados. “Hay muchísimos procesos que están detenidos, pero sé que, por disposición oficial, las órdenes de aprehensión no se han detenido, pues están consideradas como actividades esenciales”, dice.
Desde la región Mixteca, donde hace más de seis meses se mantiene aislada, lamenta que haya cada vez más mujeres que padecen e, incluso, pierden la vida a causa de la violencia.
Un caso que resuena en su mente es el de Danna, la joven calcinada en Baja California, feminicidio al que el fiscal estatal justificó haciendo referencia a su cuerpo tatuado.
“Cómo es posible que se criminalice a una mujer por los tatuajes que ella misma decidió hacer en su propio cuerpo... pero nada sucede con la impartición de justicia en los casos de las personas a las que nos dañan y nos ponen tatuajes que nosotros no consentimos. A mí me tatuaron y yo no lo pedí”, resalta.
Desde que su caso se dio a conocer a través de las páginas de EL UNIVERSAL, María Elena y su familia han alzado la voz para hacer valer su derecho a la justicia.
“A pesar de que se han ejecutado órdenes de captura, estamos preocupados. El proceso avanzó gracias a la presión mediática, porque nuestro sistema educativo no nos instruye sobre cómo actuar legalmente, y las instituciones encargadas de impartir justicia no procuran la reparación del daño como lo estipula la ley”, indica.
Este año, la vida de la familia Ríos Ortiz se transformó. Antes, la rutina estaba llena de trabajo y música, pero ahora es dolor, miedo y angustia. “Con todo lo que ha pasado, aún siento la responsabilidad de exigir justicia por mí y también por las mujeres y niños que viven o han vivido en círculos de violencia... para que se atrevan a denunciar lo que les han hecho”, sentencia la joven.
“Desgastante, vivir con desconfianza”
La fuerza para María Elena ha venido poco a poco. Algunos días son de recaída, de tristeza por ver las cicatrices en su cuerpo y sentir el dolor físico y emocional.
Ha pasado un año y cada mañana aún despierta asustada. En la cercanía de cumplirse un año de la agresión, recuerda que en esos días estaba en un curso de música y pendiente de sus tareas del día, cuando su vida cambió en menos de un minuto.
“Hoy te puedo decir que no puedo hacer un plan de vida, un proyecto, porque eso depende de que la ley no se vaya a torcer. Para mi familia es muy desgastante salir con desconfianza, cuidarnos, [ver] hasta los retrovisores... vivir así es cansado y frustrante”, lamenta.
Las condiciones de la pandemia y el encierro pausaron la terapia física de Malena, pues el hospital donde las recibía se reconvirtió para atender a pacientes con coronavirus.
Aunque algunas consultas sí han podido suceder, el proceso de recuperación será más largo. Además, el estrés por el encierro y por el estado de su piel ha afectado su ánimo e inspiración en la música, actividad que había retomado. “Cuando estás triste, no hay inspiración”, dice.
María Elena está consciente de que el ataque no sólo cambió su vida, también la volvió más fuerte de carácter. Asegura que muchas mujeres al conocer su testimonio han alzado la voz, pero también, señala, tanto dependencias como funcionarias de todos los niveles se han acercado a ella para conocer el caso y “colgarse” de él.
“Desafortunadamente en México ser mujer pareciera ser una desgracia. No encontramos apoyo en las instituciones. Por ejemplo, en la Secretaría de la Mujer se han acercado a mí para decirme: ‘Aquí estamos’, pero no me queda claro para qué, porque no me han apoyado en nada.
“Hay diputadas que creen que por ponerse un sombrero y un huipil ya están ayudando, y que abiertamente se han colgado de mi caso diciendo que me están ayudando, pero ni siquiera me han llamado”, sentencia.
“Las organizaciones siempre han estado y siguen estando, me dan fuerza y me motivan. Me doy cuenta que no estoy sola”, afirma.
También recuerda que tras la agresión, el Congreso local tipificó las agresiones con ácido, cambios significativos para evitar que este tipo de ataques queden en la impunidad.
A un año del día que cambió su vida, María Elena Ríos Ortiz se reconoce como una mujer más sensible, pacífica, que trabaja a diario la empatía hacia los demás y hacia ella misma.
“Hasta que no te pasa algo, no te das cuenta de lo grave que estamos como país, de la falta de justicia y valores... yo he aprendido a valorar mi vida y a los que me rodean. Aprendí que de verdad vale la pena vivir, porque yo no me quería morir y decidí no morirme”.