Un grupo de cuatro personas se sienta en el pasto de la plaza del Estudiante, un jardín ubicado al costado de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ).
Dos de ellos, una pareja, está a punto de partir y alista su equipaje, compuesto por unas bolsas negras y una mochila raída.
Fernando, un miembro del grupo, los despide, mientras decide acomodar sus respectivas bolsas. De igual forma le dice adiós a otro de sus amigos, que se queda en una banca escuchando cumbia a través de una pequeña bocina.
Al igual que sus compañeros, Fernando es nómada, significa que cambia de ciudad constantemente y vive entre las calles cuando no es suficiente para rentar una habitación.
Fernando, conocido como Bacteria Punk, relata que en las calles del centro ha conocido a alrededor de cien personas, entre limpia parabrisas, mujeres con hijos o bien, algunos migrantes que en un intento de cruzar hacia Estados Unidos cayeron del tren y decidieron quedarse en Querétaro.
Algunos otros venden como Fernando, pulseras o inciensos. Tres varas de la mezcla aromática por diez pesos de distintos aromas.
“Somos los hijos de la miseria. Los hijos de la calle, los olvidados, así nos llamamos. Muchos de nosotros realmente viven en la extrema pobreza, viven enfermos y a veces no tienen ayuda de nadie”, relata Fernando, originario de Puebla.
Recientemente el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) reveló que en el estado el 28.2% de la población padece situación de pobreza moderada y 2.9 pobreza extrema. Sin embargo, el 32% de la población presenta vulnerabilidad por carencias sociales y otro tanto, el 8.9%, es vulnerable por sus ingresos.
Aunque el salario mínimo por día está tasado en 80 pesos, como comerciante de diversos productos, Fernando llega a ganar alrededor de 400 pesos diarios. Esto en una jornada de todo el día y “echándole ganas”. El resto del tiempo, cuando decide descansar un poco más y “echar la hueva”, llega a ganar los 100 pesos diarios.
“Con esto sale bien y ganó lo que te viene dando un trabajo. Yo no estoy en contra del trabajo, en un sistema debe haber una organización, pero siento que es más necesario un campesino, un obrero, que un futbolista que gana millones… lo que se me hace más absurdo es eso, que un campesino gana una miseria, mientras estos batos se hinchan de millones”, dice.
Desde los diez años, Fernando salió de su casa pese a los consejos de sus padres de terminar los estudios y casarse para tener una familia. A esa edad, se dio cuenta que al salir a la calle y pedir dinero, podía obtener ganancias para comprarse lo que le gustaba. Se metió a las ventas y se fue independizando poco a poco. Después rentó un cuarto en su ciudad de origen con otros amigos y de ahí se dedicó a ser nómada.
“Me aburrió mi ciudad y conocí a una bandita y me fui al Cervantino, al Carnaval de Veracruz, a la Feria de San Marcos y a los festivales que había (…) Entiendo el sentimiento de mi jefecita y le pido perdón por mi estilo de vida, pero cuando puedo les mando dinero. Cuando me va chido sí les mando. No les quito nada y más bien, siempre viví en la calle, me gusta”, afirma el joven.
Fernando lleva 24 años con su estilo de vida, pasa la noche a veces en la calle, y a veces en algunas casas, cuando hay dinero y le va bien para rentar un cuarto con más amigos.
“Esto de ser nómada es más que nada la libertad de conocer. Siempre he dicho si tienes alas, hay que volar; entonces soy de esa idea. Ya que no hay para conocer otros países, por lo menos, hay que conocer mi pueblo, mi tierra y conocer todo”.
“Yo no digo que el trabajo sea malo, es más bien el sentido que los ricos le dan al trabajo. Si el trabajo fuera justo y todos ganáramos, yo le entraría, pero desgraciadamente los únicos que se enriquecen son los ricos y el pobre es más pobre y el obrero más pobre. Creo que hay una desigualdad y en mi forma de pensar, hasta que no haya un sistema más justo, donde no sólo existan oportunidades para los ricos, para los burgueses, a lo mejor si cambiaría de vida, pero mientras esto siga así, no”, subraya.
Fernando relata que antes de Querétaro vivió en el estado de Guanajuato en San Luis de la Paz, Xichú y Doctor Mora. Antes de esto, se instaló también en Bernal, una localidad ubicada poco más de una hora de la capital del municipio de Querétaro.
Como parte de sus viajes, a sus 34 años Fernando ha vivido en Acapulco, Guerrero, en el Estado de México, Veracruz, Guadalajara y más al norte, en Monterrey. El último lugar fue Saltillo, Coahuila, ciudad de la que dice, se fue rápidamente por la cantidad de violencia que había en las calles.
“Hay mucha violencia. Llegaba a ver batos colgados y una vez, en una bolsa, como luego chachareo, encontré un bato así…pues no sé, allá sí se ve eso. En la calle no hay mucha gente porque se vive una psicosis colectiva y no es que uno sea culpable de algo o no, pero si hay una balacera, toca una bala perdida y primero Dios, que a uno no le pase nada”, agrega.
Aunque reconoce que Querétaro es una ciudad tranquila, en particular a diferencia de Saltillo, al vivir en la calle menciona, ha sufrido discriminación y en ocasiones, agresiones de desconocidos.
“Desgraciadamente entre los mexicanos también somos muy racistas entre nosotros (…) sí hay mucha discriminación. No nada más porque seas nómada, sino porque luego eres chilango o traen mucho eso de mata a un chilango y haz patria y luego uno sí vive así. Me han querido hasta picar o golpear y nomás por el acento o porque uno les ofrece algo (de mercancía)”.
“Un día una persona equis que estaba con sus amigos en un comedor, me acerqué y le ofrecí la mercancía y me empezó a criticar. Le dije: No generalices amigo, no toda las personas que viene de fuera es mala, ni toda la gente de aquí es buena. Entonces en lugar de platicar con alguien así, que se aferra a su ideología, mejor me alejé y cuando me iba, el bato ya venía con el cuchillo y pues mejor me eche a correr”, cuenta Fernando.
Por ahora Fernando no sabe bien donde dormirá, tampoco lo sabía bien ayer. Como todo, dice, poco a poco uno se hace de amigos con los cuales puede seguir viajando para conocer otros sitios como las montañas de la Sierra Gorda.
“A veces sí da miedo, pero en la vida hay que rifarse. Si llega un bato a agredirnos, tenemos que defendernos, más que nada porque hay mujeres, ahí donde luego nos quedamos. No vamos a dejar que llegue alguien y a ver, pues no, hay que defenderlas y por eso nosotros decimos que somos familia”, menciona el joven nómada.