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Hace 40 años dejó a su familia en la colonia Doctores de la Ciudad de México, pero sin informarle a nadie de su paradero. Llegó a Santa Rosa Jáuregui, donde vivió 10 años antes de “dar el brinco” a Estados Unidos, donde recorrió Texas, Arizona, Colorado y New Jersey en un lapso de 25 años, periodo en el que practicó muchos oficios: mozo, reparador de tejados, plomero, jardinero, aserrador. Nunca aprendió bien inglés, no hizo nueva familia ni amigos.
Al volver a Querétaro en 2014, con 78 años, Álvaro dice haberse percatado de una “verdad” que lo acongoja:
—No hice nada con mi vida. Esa es la verdad.
—Pero se divirtió… ¿O no fue así?
—Pues nunca me enfermé ni me pasó nada malo. Tampoco le debo nada a nadie, así que cuando me digan allá arriba que ya me voy, estoy listo con mi bolsa.
Hoy, Álvaro vive de la calle, recolectando latas, papel y otras cosas. Si alguien le da dinero, lo acepta, pero no pide limosna. Vive “solo y con mi sombra… allá adelante”, sin especificar el sitio. Dice estar dispuesto a contar su vida, con la cual dice que se podría hacer una película. Algún pasaje de su historia parece inquietarlo, pero promete contarlo en otra ocasión.
—A su antigua familia, ¿no le gustaría encontrarla? —se le pregunta.
—No sé, yo creo que no, ya pasó mucho tiempo…
—¿Y si alguien de su familia lo anduviera buscando?
—Mejor así… Como le digo, ya pasó mucho tiempo.