María Eugenia Sosa Sánchez y María Eugenia Barrera Piña enfrentaron hace tres y cuatro años, respectivamente, una de las pruebas más difíciles que puede afrontar una mujer: fueron diagnosticadas con cáncer de mama, enfermedad a la cual sobrevivieron. Ahora son ejemplo de resistencia, al tiempo que ayudan a más mujeres que padecen este padecimiento, que en su caso marcó un antes y un después.

La vida de Sosa Sánchez cambió hace poco más de tres años, cuando después de realizarse una mastografía y una biopsia posterior, le llamaron para darle la noticia de que tenía cáncer de mama y que debían retirarle todo el seno, porque el tumor estaba detrás del pezón, sujeto con la glándula mamaria.

“Es muy doloroso al momento que te dan la noticia. Me puse a pensar y dije: bueno, tengo a mi esposo [Juan Gerardo Guerrero Espinoza], mis hijos [Luis Gerardo, el mayor y Cristobal Alejandro, el menor], mi madre, mi familia y voy a echarle ganas. Es más que nada la actitud que tenga uno, que siempre tiene uno que pensar positivo, que todo va a salir bien, porque en estos tiempos el cáncer ya no es que digas: me voy a morir”, explica la mujer de 42 años de edad.

Recuerda que los médicos le dijeron que estaba a tiempo, pues su enfermedad no estaba en un etapa tan avanzada, por lo que la operaron, se recuperó y luego comenzó el proceso de las quimioterapias, que representaron otra etapa complicada de su recuperación.

“Las quimioterapias son diferentes porque los cuerpos reaccionan de diferente manera. A mí sí me afectaron un poco, porque había momentos en los que decía: ya no quiero. Pero tengo que salir adelante. Gracias a Dios estoy bien”.

Tiene dos hijos, uno de 19 y otro de 14 años de edad, quienes la apoyaron en todo momento, aunque el mayor, confiesa, no sabe expresar sus sentimientos, y nada le decía que estaba bien, mientras que el menor sufrió la enfermedad con ella, pues veía más sus reacciones.

Enfatiza que, luego del diagnóstico de cáncer, su vida fue otra, pues antes nunca había tenido cercanía con alguna persona que hubiera padecido este mal, por lo tanto, no sabía qué sucedería y estaba muy asustada.

“Los médicos me calmaron, me explicaron el procedimiento, me dijeron que iba a estar bien, que iba a salir adelante. Me dieron 25 quimioterapias y gracias a Dios estamos aquí. Casi dos años me dieron las quimios. Lo más doloroso fue cuando se me empezó a caer mi pelo en pedazos, donde quiera que me recargaba se quedaban mis cabellos, por lo que decidí raparme. Me compré mi maquinita y me rapé. Eso lo vio mi hijo chiquito y lo sufrió mucho”, abunda.

Para consolarlo, añade, le decía que ella no estaba llorando y que el cabello le iba a volver a crecer y que si se lo cortaba era porque le dolía, situación que vivió durante dos años, tiempo en el que estuvo “peloncita”, como dice la misma María Eugenia.

Ella se dedica eventualmente a trabajar en la tortillería que atiende su esposo, así como a la venta por catálogo; aunque le decían que no trabajara tanto, nunca se detuvo, no sin antes consultar a su médico.

“He salido adelante, con el apoyo de mi esposo, que lo amo, porque es lo mejor para mí, porque nunca le corrió, siempre estuvo al pendiente de mí, cuando me operaron él me cuidó y él estuvo ahí, al pie del cañón. Se desvelaba conmigo, no dormía, siempre estuvo ahí y agradezco mucho que siempre haya estado conmigo”, subraya.

El futuro, dice María Eugenia, es bello, pues mientras tenga vida, salud y trabajo para poder estar bien, es suficiente. Y que Dios le cuide a sus hijos, con eso todo estará bien. Además, en estos días se someterá a una reconstrucción de seno, razón por la cual está muy contenta.

A la fecha usa una de las prótesis que las mujeres del Voluntariado del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) elaboran para mujeres que han perdido uno o los dos senos.

16 quimios y 26 radiaciones, ahora está sana

María Eugenia Barrera Piña, de 52 años , es una mujer de aspecto dulce y bondadoso. Su voz es suave, habla con pausa y mira fijamente. Hace cuatro años le diagnosticaron cáncer de seno.

“Desde que me dijo el doctor que podía ser cáncer, dije: Bueno el doctor dice que es cáncer, pero es curable, desde ese momento decidí echarle ganas y a salir adelante. Tomé la decisión de echarle todas las ganas posibles y gracias a Dios tuve 16 quimios, 26 radiaciones, y ahora que escucho a las mujeres cómo se sienten, yo la verdad, no. No sentí nada de lo que ellas dicen”, indica.

Precisa que siempre contó con la ayuda de su esposo y su familia política, por lo que se sintió muy arropada durante los ocho meses que duró el tratamiento: “Fueron ocho meses que me sentí tan apapachada, que dije por qué no salir adelante, acompañada de mi esposo, mis hijos y toda mi familia. Qué más le podía pedir a Dios. Ahorita ya son cuatro años que gracias a Dios todos mis estudios han salido sin cáncer”.

Añade que su esposo, Rafael Ortega Ruiz, fue importante para pasar por este proceso desde el principio, al igual que sus hijos Leonardo Rafael y Néstor, quienes nunca la dejaron sola.

“El cáncer fue un evento que me hizo ver la familia que tengo… el cáncer me ha enseñado a valorar lo que tengo y ver porque Dios me dejó estar aquí. Al entrar a las Voluntarias del IMSS me di cuenta que mi lugar está aquí, para poder ayudar a más gente y demostrar que sí se puede vencer al cáncer”, asevera.

Añade que siempre vio a su esposo y a su hijo mayor tristes por su enfermedad, pero nunca se lo demostraron directamente o se lo dijeron, y siempre estuvieron pendientes de sus síntomas, para tratar de remediarlos, como nieve para las náuseas por los tratamientos.

La vida para María Eugenia se divide en antes y después del cáncer: “Ahora veo la vida diferente. Amanece y digo: gracias Dios mío porque amanecí y trato de disfrutar ese día. Sí sé que voy a recoger mi casa lo disfruto. Antes hacía las cosas porque las tenía que hacer. Ahora disfruto lo que hago día a día”, añade.

Para ella, la fe juega un papel fundamental en su vida, dice que creer en alguien es esencial, pues cuando se sentía mal, le pedía a Dios que si padecería algún sufrimiento fuera lo menos intenso y gracias a la fe se pudo sostener.

Actualmente, se dedica a ella misma, ya no hace trabajos de sastrería y, ahora que sus hijos están casados, tiene más tiempo para sí misma, para acudir al Voluntariado del IMSS, hacer ejercicio, tener tiempo para comer, dormir y descansar bien. Descansar luego de librar la batalla más complicada de su vida.

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