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Desde que Guillermo cumplió tres años, inició un “viacrucis” para la familia Rojas. El chico, que actualmente tiene 28, fue diagnosticado con discapacidad intelectual de manera tardía. Autismo, hiperactividad y síndrome de Sotos fueron algunos de los diagnósticos que recibió a lo largo de su vida, sin recibir un tratamiento en específico o una atención adecuada que facilitará su desarrollo.
En 2015, la familia Rojas llegó de la Ciudad de México a Querétaro, en búsqueda de un lugar tranquilo para residir y un espacio más adecuado para las necesidades de Guillermo, quien actualmente es atendido por la fundación Manos Capaces.
Con 1.70 metros de altura y un par de gafas, Guillermo acompaña a su familia a pasar la mañana en el centro de la ciudad de Querétaro. La carpa blanca, en donde alrededor de diez asociaciones civiles se dieron cita durante este domingo, cubre a la familia de los rayos del sol, mientras explican y difunden las labores de la asociación.
“La intención desde que llegamos a Querétaro era buscar una fundación, alguien que nos pudiera ayudar con su discapacidad y aquí encontramos todo el apoyo. Él se siente productivo, realizado y se siente muy contento”, dice Guillermo, su padre; mientras su madre Catalina explica el trabajo que realiza Manos Capaces con talleres ocupacionales para personas con discapacidad motriz o intelectual.
Cuando Guillermo cumplió tres años de edad, sus padres se dieron cuenta de que tenía dificultades de aprendizaje. En ese momento, relatan, acudieron al primer especialista en la Ciudad de México, quien dio como diagnóstico inicial: autismo.
“Desde un principio nos dimos cuenta que le costaba trabajo en la parte de la lecto-escritura y buscamos un terapeuta”, relata su madre.
Su padre dice que después siguió un diagnóstico de hiperactividad; luego, un neurólogo confirmó una discapacidad intelectual.
“Cada especialista te da su opinión. Vas con un psicólogo te da su opinión, con un psiquíatra te da otra opinión, un neurólogo lo mismo. Es estar dando tumbos y tocando puertas hasta que encuentras algo y lo mejor que hemos encontrado está aquí, después de todo ese penar de 25 años”, agrega.
“Lo difícil es aceptarlo”, refiere, al reconocer que acercarse a una institución que pudieran representar una mejora en la calidad de vida de su hijo fue otra de las problemáticas a las que se enfrentó la familia.
Guillermo cursó hasta la educación secundaria en la Ciudad de México. Actualmente, forma parte de los talleres que oferta la I.A.P. Manos Capaces; participa en actividades como la preparación de granola, pasteles, galletas y la construcción de llaveros, alcancías o piñatas.
Además, desde hace dos años toma clases de crossfit, un deporte cardiovascular en el cual le gustaría desarrollarse y convertirse en entrenador.
“Estamos contentos porque tiene oportunidad de trabajar, sentirse útil y disfruta el simple hecho de ayudar a sus compañeros que tienen una discapacidad mayor”, relata Catarina al mencionar que otro de los motivos para mudarse a Querétaro fue la cantidad de dinero que necesitaban para una de las escuelas especiales a las que se acercaron en busca de ayuda.
“Con este tipo de actividades, tratábamos de incluirlo en equipos de actividad física, buscando escuelas en la Ciudad de México; pero, al final, no encontramos algo concreto que lo ayudara. Parecían más guarderías y no un lugar donde se desarrollara […] Todo esto que resumo ha sido durante los últimos 25 años. Ahora que él ya sabe que es, ya no toma ningún medicamento. Estuvo tomando ansiolíticos y otras cosas que lo tenían bajo de peso, malhumorado. Ahora ya no toma nada, hace una vida normal y practica ejercicio. Ha mejorado mucho”, dice su padre.
Población vulnerable. “Me siento contento, productivo y agradecido con Dios”, menciona Guillermo, mientras endereza sus hombros y habla acerca de su actividad favorita en Manos Capaces: el crossfit.
Aunque su personalidad ayuda a que tenga muchos amigos, las personas con discapacidad continúan como una población vulnerable en la sociedad, relatan sus padres, mientras señalan que el rechazo es otra de las adversidades a las que se enfrentaron.
“Es un grupo que está muy abandonado. No existen apoyo del gobierno, los mismos grupos de papás nos reunimos para tratar de apoyarlos; pero en este país no existe un apoyo tal cual. [El rechazo] lo vemos, en la sociedad, con la familia, los cataloga, los encasillan en cierto concepto y yo creo que es la falta de comunicación, de difusión, para que la gente vea que sólo es una condición de vida diferente, no una enfermedad; cuando entendamos como sociedad eso vamos a dar un paso muy importante. [El llamado] es que se difunda, se tome conciencia y que haya aceptación para estos grupos, que son vulnerables”, concluye su madre.