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Originarios del pueblo de Temazcales, en el municipio de Contepec, Michoacán, un grupo de albañiles trabajan en la construcción de casas en Querétaro; decidieron dejar a sus familias y sus tierras, pues consideraron más rentable trabajar en las obras que en sembradíos. Dicen que en ocasiones la tonelada de maíz la pagaban a 2.50 pesos, por lo que cambiaron el arado por la pala, pues “tienen que buscar la vida”.
Los cinco construyen una casa en uno de los fraccionamientos de la zona del anillo vial Fray Junípero Serra; fueron contratados por un arquitecto que ya los conoce de tiempo atrás y que los busca cuando hay trabajo.
Silviano Peña Juárez es el maestro de obra y el contacto con el arquitecto Luis Higareda. Desde hace dos meses trabaja en la edificación de una casa, pero no tiene certeza si harán otra construcción apenas acaben.
“Ya había trabajado con él y tenía mi número aquí en Querétaro. Es más seguro el trabajo con el arquitecto y es el estado que nos queda más cerca para trabajar. Sí hay trabajo en Michoacán, para el rumbo de Morelia, pero nos queda más lejos”, apunta.
Dormir sobre tablas
Los cinco comparten una pequeña habitación de madera, donde comen y duermen. Sus camas son una tablas y en el mismo cuarto cocinan y guardan las herramientas que usan.
Silviano aseverá que entre semana se organizan para comprar de comer entre todos. “Algo barato”, dice, como frijoles, chicharrón y tortillas. Los fines de semana se van a su pueblo en Michoacán, que está a unos 40 minutos del municipio de Amealco.
Silviano coloca los blocks. Ya lleva la mitad de un muro. No para de trabajar mientras platica que los sueldos en Querétaro están un poco mejor que en su tierra, a donde regresan los viernes, apenas terminan su jornada laboral.
Padre de cuatro hijos —el mayor de 19 años y el menor de tres—, dice extrañarlos, “pero ni modo, aunque los extrañe. Si me quedo con ellos, qué como. Tengo que salir a buscarle”.
Comenta que desde hace 10 años se dedica a la construcción. Antes era agricultor, lo que representaba tener que esperar un año, hasta la cosecha, para tener dinero.
Platica que en ocasiones la tonelada de maíz se las pagaban en dos pesos o 2.50, pero siempre tenían la incertidumbre de que la siembra no presentara afectaciones o daños por las inclemencias del tiempo.
“Si lo sembramos... si se da, bien... si no, ya nos jodimos, por eso es más seguro estar acá en un chamba. Como sea, los días de descanso le echamos una vueltecita a la parcela, a ver qué se puede hacer y regresarnos otra vez a la chamba”.
El viaje hasta su comunidad es de dos horas y media. Todos son originarios de Los Temazcales. “Todos”, subraya Silviano. Cuenta que se conocen de toda la vida, por lo que las semanas no son tan pesadas, pues además de compañeros de trabajo son amigos.
Apunta que este 3 de mayo, Día de la Santa Cruz, esperan que haya unas carnitas y unas cervezas por parte del patrón, “pues es su día”.
“Tenemos que buscar la vida”
José Juan Cruz Picaso es ayudante de albañil. Dice que tiene al menos 20 años dedicándose a la construcción.
“De donde somos no hay mucho trabajo, ahí se dedica uno a la siembra, pero como dice mi compañero, lo sembramos, si se da bien, pero si no…”, reflexiona.
Señala que vive en unión libre y no tiene hijos, por lo que dejar a la familia no resulta tan complicado como cuando tienes descendencia. Explica que el trabajo es muy pesado, pues se está a merced de las inclemencias del tiempo, “pero qué le vamos a hacer, tenemos que buscar la vida”.
Hombre callado, José Juan se reincorpora a sus actividades. Prepara la mezcla para que Silviano siga levantando los muros, mientras sus otros tres compañeros están armando los castillos y las tablas para colar.
“Allá no deja nada”
Alejandro Cruz Peña está inclinado sobre unas tablas que clava para colar un castillo; lo ayuda Anastasio Cruz Peña, su hermano. Alejandro es oficial de obra. Dice que se encarga del block, varilla, todo lo que es obra negra.
Con 20 años de experiencia, indica que al igual que todos sus compañeros antes se dedicaba al campo, pero la poca rentabilidad los hace buscar el sustento en otros empleos; en este caso, la construcción, “que aunque no es tan bien remunerada, sirve para ganarse la vida”.
“Antes me dedicaba al campo. Allá no deja nada, no deja de qué vivir, está canijo, hay que salir a sufrirle por acá lejos. Sufrimos más que nada para que coma la familia porque está canijo”, enfatiza.
Subraya que a sus hijos les quiere dar estudios, para que no sean albañiles, que tengan una vida “más o menos”, pues “no quiere que sufran como él”. También espera que el patrón “se luzca” con la comida, pues es el día “más grande” para los trabajadores de la construcción. La cruz, agrega, ya se la llevó el arquitecto a arreglar, ellos mismos la hicieron.
Anastasio apunta que lleva 22 años en la construcción, y dejó el campo “porque ya no deja. Hay que salir a navegar por acá para llevar de comer a la familia”. Padre de dos hijos, uno de 17 y otro de ocho años, apunta que no le gustaría que su hijo se dedicara a lo mismo, pues es un trabajo muy ingrato y poco reconocido, además, “hay que trabajar de sol a sol”.
Los dos hermanos tienen lista la madera para colar los castillos. Luego de checar que no tenga áreas muy abiertas por donde pueda escapar la mezcla, la colocan sobre un castillo ya armado, para reforzar los muros de la construcción.
Ricardo Reyes Peña es chalán: “Les ayudo en lo que puedo”. Intercala actividades del campo con las de la construcción; dice que es parte de la vida que llevan, pues cuando está en Querétaro se dedica a la construcción, mientras que cuando está en su tierra se dedica al campo.
“Cuando hay trabajo nos venimos para acá. Es casi lo más, lo más andamos por aquí”, precisa al tiempo que dice que tiene dos hijos, una chica de 16 años y un niño de 11. Agrega que es duro no ver toda la semana a su familia.
“Nos vamos los viernes y regresamos el lunes en la mañana”, precisa. “No queda más que echarle ganas, no queda de otra”.
A él, además de las carnitas y la cerveza, le gustaría un pulque, “aunque sea un litro nomás, porque pura chamba no se vale”.
Los hombres continúan con su trabajo, callados, apenas intercambian algunos comentarios entre ellos. El sol quema la piel y el aire seco y polvoso se mete en nariz y boca, causando molestías en la garganta.
Aún así, Silviano, José Juan, Alejandro, Anastasio y Ricardo, siguen con su actividad, lejos de sus esposas, de sus hijos y de sus parcelas, que los esperan los fines de semana para verlos y estar con ellos unas horas, antes de que regresen a cargar su cruz a la ciudad de Querétaro.