El 2 de mayo de 1960, Ponciano Hernández Uribe entró a trabajar en la empresa Singer dedicada a la elaboración de máquinas de coser; sin embargo, después de 37 años, ésta cerró y tuvo que iniciar un nuevo oficio como lapidario en los panteones municipales de Querétaro.
Son vísperas del Día de Muertos y el cementerio municipal del Cimatario, uno de los más concurridos, recibe a los familiares que vienen a visitar a sus seres queridos. El aroma en las flores de cempasúchil, el olor a comida e incluso, el sonido de los grupos de música recorren los pasillos del lugar y los recovecos de las tumbas.
A medio día, Ponciano se encuentra descansando en una de las lápidas. Acaba de terminar de labrar la figura de un libro en uno de los sepulcros, mientras descansa con las manos agrietadas por el trabajo, debajo de la sombra de un árbol.
Hace 25 años labró la primer tumba, con la cual daría inicio a una nueva etapa en su vida. Además del Cimatario ha trabajado en otros panteones del municipio y también, ha recorrido otras partes del estado como San Joaquín y Peñamiller. Además de otras demarcaciones como Dolores Hidalgo, en el estado de Guanajuato y Zimapán e Ixmiquilpan, en Hidalgo.
Las tumbas son de todos los tipos y de todos los materiales: mármol, loseta, ladrillo, granito o cualquier otro que pidan los familiares de los difuntos. Están las tumbas sencillas, construidas con loseta y con medio metro de altura; y también, los mausoleos, que miden entre dos o hasta cuatro metros y los labrados, en su mayoría, en mármol.
Para Ponciano, su trabajo como lapidario inició después de trabajar en la empresa Singer, de la cual salió el 19 de septiembre de 1997, después de 37 años, cuatro meses y 18 días de laborar ahí, según relata.
“Yo vine a trabajar al panteón, por invitación de una persona que trabajó en aquel tiempo, para mármoles de Querétaro. Como yo trabajaba para Singer Mexicana, entonces ahí, de vecinos, una vez me invito a ayudarle. Ya luego, seguí trabajando para la Singer, hasta que cerró y me vine de lleno al cementerio”, relata.
A pesar de la idea popular de asociar los panteones con relatos de “aparecidos” o de “espantos”, Ponciano asegura que en estos espacios, lo que menos se encuentran son acontecimientos de ese tipo.
“De eso, pues realmente no hay. El tiempo que he estado aquí no y he estado a las diez o nueve de la noche y nunca he visto algo extraordinario. Lo que pasa es que tenemos miedo a morirnos. Yo tengo miedo a morirme, a pesar de que tengo 82 años y eso es lo que nos impacta. Andar entre los muertos; pero aquí hay puros restos humanos, almas ya no hay”, asegura.
Explica que su trabajo consiste en formar las tumbas desde la base, hecha de cemento, grava y arena, hasta forjar la placa de mármol o colocar los ladrillos, según sea el tipo de material y el estilo que encarguen los familiares.
Los costos de una lápida son variados y dependen, de lo elaborado de los diseños y los materiales. Un sepulcro de mármol, de medio o hasta un metro de altura, puede alcanzar los 40 mil pesos, mientras que una tumba hecha de concreto, con losetas y del mismo tamaño, oscila desde los 10 mil a los 12 mil pesos.
“Lucen de acuerdo con el gusto de los familiares. Últimamente, hemos hecho como 15 de loseta en unos tres meses … Por el costo no se aplica el mármol, ya es esporádicamente colocamos alguno, pero ya casi no”, agrega.
La dificultad en la construcción de las tumbas, depende del detallado qué pida la familia. Menciona, que en su experiencia, una de las más difíciles está ubicada en el panteón del Cimatario. El sepulcro tiene entre cinco y seis metros de altura. La construcción del exterior es blanca y está en forma de triángulo. Al interior de la tumba y a través de la puerta de vitral, hay un nicho de granito rosado con el nombre de Laura Elena labrado. El interior está limpio y las flores en su interior están vivas. Según Ponciano, esta tumba es visitada cada viernes y los trabajadores del panteón, la conocen como “la novia”.
De acuerdo con Panciano, las visitas de los familiares a los panteones son, en su mayoría, esporádicas, pocos van cada semana a visitar a los difuntos, algunos más van una vez al año y otros, difícilmente vuelven a visitar los sepulcros.
“Hubo una persona que ya sacó los restos de su hija. Ella venía tres veces por semana, sábados y domingos también estaba aquí. Era una señora. Creo que era la única hija que tuvo y se le murió. Estaba aquí tres días y los fines de semana … Del otro lado del pasillo, hay otra tumba de mármol de una señorita que falleció y jamás vi que vinieran a visitarla”, añade.
Hay casos en los que Ponciano asegura, hay personas que visitan a sus familiares después de 20 o 30 años de ser enterrados. El crecimiento del panteón dificulta que se localicen las tumbas y por ello, en ocasiones, también se dedica a localizar los restos entre los demás. “Con que a mí me den el dato, que recuerden: el nombre y la fecha de que lo sepultaron y localizamos si está aquí”, asegura.
A través de 25 años de trabajo en el panteón del Cimatario, también ha visto el cambio en las tradiciones, que dice, se conservan en la clase media para abajo, los demás: “Vienen nada más a dejar el cuerpo y no tienen el sentimiento de la persona que fallece, pero de clase media para abajo, hay personas que entran cantándole alabanzas como le hacían los ancestros, que rezaban lo de aquellas épocas”, recuerda.
Ponciano entona las canciones de antes y relata las costumbres de las familias en estas celebraciones. “Hay gente que entran aquí rezando, otros entran y rezan otro antes de que le echen tierra, y algunos otros, no … Últimamente hay hasta personas que se dedican a acompañar con música, si lo familiares aceptan, con un conjunto norteño u otros, vienen ya con su mariachi. Los concheros danzantes, luego vienen acompañando al difunto”, cuenta.
El tiempo ha pasado en el panteón del Cimatario y Ponciano asegura que éste le ha dejado buenos recuerdos. “Lo que más me satisface es que los familiares de los difuntos se van contentos por el trabajo que me han encargado. Eso a uno le da ánimo”, añade, mientras continúa sentado en uno de los sepulcros y descansa de su jornada diaria de 8 de la mañana a 5 de la tarde.