Trabajar con muertos le hace valorar la vida. Pero no es sólo decir que le gusta vivir o que es feliz, sino que en verdad valora cada día, cada pequeña cosa, porque sabe que en un abrir y cerrar de ojos todo se acaba.

Ana Andrade, embalsamante y empleada operativa en servicios funerarios, trabaja con cadáveres desde hace 11 años.

Maquilla, embalsama, viste y prepara a los cadáveres para su despedida. Se compara con un doctor, pero trabajan en distintas etapas, en diferentes hospitales. “Este trabajo es como el de un médico, no tenemos horario, cuando la familia nos necesite para preparar a su difunto, ahí tenemos que estar”.

Ana estudió criminología en la Universidad Autónoma de Querétaro, y aunque la carrera aborda temas como estudiar al delincuente, salud sicológica, atención a víctimas, entre otros aspectos, sus intereses siempre estuvieron en lo forense, actividad para lo que se necesita carácter y tacto.

“Creo que hay cosas con las que nacemos y otras que se pueden aprender, mi carácter siempre ha sido fuerte, porque definitivamente no es para cualquiera. Varios compañeros de la carrera me dicen ‘cómo puedes dedicarte a eso, a estar con los muertos’, pero ellos están cara a cara con los criminales” refiere la embalsamadora.

Día a día.

Ana atiende cualquier asunto operativo dentro de la funeraria, desde contestar los teléfonos y dar informes sobre promociones y paquetes, hasta dejar el cuerpo preparado en el panteón o entregar cenizas a la familia.

El embalsamamiento es sacar fluidos del cuerpo e ingresar químicos que permitan conservar el cadáver más tiempo, después de eso se da un masaje en la cara, espalda y demás partes del cuerpo para disminuir el color morado o negruzco que se presente independientemente del tipo de muerte. Los químicos ayudan también a disminuir la rigidez y eso permite que el cuerpo pueda vestirse con la ropa elegida por el familiar.

Una vez terminado el proceso, que puede tardar hasta cuatro horas y media dependiendo de la talla del difunto; le sigue el proceso estético, donde generalmente a las mujeres se les peina y maquilla mientras a los hombres se les arregla la barba y el cabello. Todos son bañados antes de arreglarlos y colocarlos en la sala de velación.

Ana Andrade comparte orgullosa que jamás ha tenido quejas sobre forma en que arregla y presenta a los cadáveres.

“Trato de hacerlo de la mejor forma, porque esa es la última impresión que la familia tendrá del difunto”, presume.

Respetar a la muerte.

Para ella, la ética es un valor fundamental para desempeñar su oficio, pues es la única forma de que el embalsamamiento deje de ser un tabú.

“Se necesita mucha ética, cero morbo, hay mucha gente que ha querido incursionar por morbo, pero ese no es el caso. Se necesita profesionalismo, estamos tratando con un muerto que hace un par de horas tuvo vida. Con el tiempo se adquiere un poco de frivolidad, de por medio están muchas emociones, interactúas con gente dolida, enojada o con quien ya está resignada. Se debe tener un balance emocional muy fuerte”, explica.

Equilibrio emocional.

No todas las personas fallecen de la misma forma y todas las historias son distintas, ella ha aprendido a lo largo de 11 años lo que no se enseña en las aulas. Ha adquirido un balance emocional, se ha instruido para no arrastrar las historias a casa.

“En parte he tenido este temperamento y carácter, pero claro que se va perfeccionando, vas adquiriendo cierto balance, eso sólo se logra con la práctica. Tampoco es que te pongas a llorar con los familiares, pero sí se debe tener calidez. Es un trabajo que no es para cualquiera, son muchas emociones, mucho impacto, ya que algunos cuerpos son más impactantes que otros”, asegura.

Aunque que ni en su etapa de estudiante se sintió rebasa por la impresión de ver un cadáver, Ana Andrade reconoce que siente pesar al preparar cuerpos de niños y jóvenes. Recuerda particularmente el caso de un joven que se suicidó por una decepción amorosa y realizó su trabajo en medio de una crisis familiar. “Si de por sí son momentos difíciles, éste en particular fue muy fuerte porque la familia no podía entenderlo”.

En su trabajo las palabras son fundamentales, se debe tener tacto y humanidad para hacer preguntas que en ese momento parecen no tener importancia, o pueden resultar incómodas, como saber qué ropa se le va a poner al difunto, cómo deben maquillarlo, saber si quieren conservar la ropa con la que falleció, entre otros aspectos en los que la familia no piensa.

Desmitificar.

No es verdad que los cadáveres tienen grandes reflejos debido a los gases que deben salir del cuerpo, tampoco es cierto que embalsamantes deben romper huesos para poder vestir a los difuntos, explica que éstos son algunos de los muchos mitos que se tienen en torno a esta práctica.

Hace un llamado a considerar esta actividad como un trabajo digno y sensible más allá del morbo y el desconocimiento.

“En este trabajo valoras mucho la vida, en ese sentido ha cambiado mi pensar, trabajo con un cuerpo que hace unas horas tenía vida, a lo mejor estaba escuchando palabras bonitas, estaba rodeado de cariño, tenía sus virtudes y defectos y ahora la tengo frente a mí, inerte, te das cuenta que todo se acaba.

“Esta actividad se hace con mucho respeto, hay que ver a la muerte como algo natural y no con morbo, tampoco con espanto o con miedo, este tema es todavía tabú, la gente no habla de paquetes funerarios, y la muerte es lo único seguro que tenemos”, finalizó.

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