Fernanda Reséndiz es una mujer sonriente y alegre que estudia literatura en la Universidad Autónoma de Querétaro, pero ser lesbiana le ha hecho pasar por diversos episodios de discriminación por parte de una sociedad que, asegura, hace diferencias entre las personas que no cumplen con cierta “normalidad”.
A los 17 años, luego de salir con un chico, aceptó que su preferencia sexual no era por los hombres, sino por las mujeres. Ese día al regresar a casa, su madre Ivette le soltó la bomba: “¿cuándo me vas a decir que eres lesbiana?”. Luego de una larga plática y muchas lágrimas, de abrazos y besos, Fernanda lo aceptó y decidió “salir del closet”.
Luego se lo comunicó a su papá y a sus hermanos, quienes tomaron la noticia muy bien, incluso le hicieron bromas para “aligerar” el ambiente, fue un paso difícil, pero muy importante, recuerda.
Se dio cuenta —poco a poco— que todo en la vida le costaría el doble, no sólo por ser mujer, ahora también porque gustaba de otras mujeres, y aunque sintió apoyo de su familia nuclear y de sus amigos, las personas menos allegadas, con las que convivía, no aceptaban su orientación sexual y llegaron a rechazarla.
Su mamá, su papá y sus dos hermanos la han apoyado de manera incondicional desde que aceptó su sexualidad, asegura Fernanda, algo que la hace sentirse afortunada; sin embargo, parte de sus tíos y familiares más lejanos no la han aceptado del todo, especialmente la familia de su papá, quienes son más conservadores.
Fernanda cuenta que en alguna ocasión le sugirieron a su madre que la llevara con un psicólogo, para asegurarse que no se trataba de una “confusión”.
Platica, un poco nerviosa, que aunque esos comentarios no se los hicieron directamente a ella, la hicieron sentir mal y la “sacaron de onda” porque “personas queridas no me dijeron de frente lo que opinaban, pensaba que serían más abiertos con el tema”.
Le parece terrible que sigan existiendo personas que crean que la preferencia sexual no es más que una confusión, y que puede ser modificado si se acude con un psicólogo, como si se tratara de una enfermedad mental.
Al salir del clóset, en la preparatoria no hubo rechazo por parte de sus amigos más cercanos, pero si por compañeros de escuela, comenta.
Recuerda una vez en la que una compañera de clase —que se asume muy religiosa— la cuestionó en cuanto a qué sentiría si tuviera hijos o hijas homosexuales. Fer no lo podía creer y aunque tardó en contestarle, posteriormente le dijo la realidad, que los querría exactamente igual y que eso no se le debería de preguntar a nadie, porque no cambia lo que una persona siente por sus propios hijos.
Luego de sacudirse la incomodidad por la pregunta, decidió alejarse de esa compañera y no volver a compartir con ella fuera del aula. Esta ha sido una de sus estrategias para protegerse de la discriminación, alejarse de personas que no la hacen sentirse cómoda con ella misma.
En alguna otra ocasión, narra, ha notado como otras compañeras de escuela evitan saludarla de beso o abrazarla, aunque dicen que la aceptan, no lo dicen muy en serio. Fernanda intenta no darle importancia, pero esta actitud, sumada a otras, le hacen entender que por ahí empieza la discriminación, cuando las personas no te tratan igual que a otras por alguna condición de vida.
Fernanda tiene apenas 22 años, su experiencia laboral no es mucha y a pesar del poco tiempo que ha estado en el mercado laboral, ya ha sido discriminada por su orientación sexual.
Hace unos años aplicó para ser cajera de una tienda de ropa deportiva, y quien la entrevistó para el puesto le dijo que no podía contratarla porque buscaban una persona que fuera “más femenina”.
“Como si ser femenina fuera un aspecto importante para contar dinero”, exclama. Sabía que fue la manera “sutil” del empleador para decirle que no la contrataría por ser lesbiana.
Esto la hizo sentirse impotente porque —aunque no era el trabajo de sus sueños— ese empleo lo iba a combinar con sus estudios para ayudarse con los gastos.
Lo más difícil para Fernanda es vivir con miedo, cuando sale a la calle con su pareja, Fátima, y se besan o se abrazan, siente las miradas incómodas —a veces comentarios ofensivos— de muchas personas, pero no sabe cuándo una mirada pudiera convertirse en algo más, como en golpes, porque conoce de casos en los que así ha sucedido y es algo que tiene presente cuando sale a compartir el espacio público.
Asegura que la calle para las mujeres ya es un lugar peligroso, pero para las lesbianas lo es más, porque la homofobia se puede hacer presente y alguien podría agredirla porque cree que tiene derecho.
Piensa que no es justo vivir así, ya que si la gente no se incomoda por el afecto entre una pareja heterosexual, no hay ninguna razón para que se incomode por el amor entre dos mujeres.
Además del miedo, la impotencia es una constante en su vida, porque “no sabes cómo hacerles ver a las personas que no hay diferencia entre el amor que se tienen un hombre y una mujer y el amor que hay entre dos mujeres”. No sabe por qué algunas personas creen que ella, por ser lesbiana, no tiene derecho de salir con su pareja a pasear y besarse si lo desean. Es un mundo injusto para los “diferentes” asegura.
Ese miedo lo siente más en las noches, cuando llega o sale de su casa. Fernanda vive en la zona norte de la zona metropolitana y es común en su colonia que grupos de hombres estén en las esquinas, esos hombres alguna vez le han hecho comentarios inapropiados y teme que algún día quieran agredirla o incluso quererla “convertir” como han intentado en otros lugares, con otras mujeres lesbianas.
La discriminación en contra de las personas con preferencias sexuales diferentes no sólo se da en la sociedad, también desde las instituciones y el gobierno, enfatiza Fernanda.
Sus sueños se ven limitados por su preferencia sexual, recuerda que ahora mismo no puede casarse o adoptar hijos —un plan que le gustaría se materializara en el futuro— ya que a pesar de ser una ciudadana que cumple con todas sus obligaciones, el Estado no le da la oportunidad de gozar de todos sus derechos.
Fernanda acepta que todo lo que ha vivido la hecho sentirse triste algunas veces, parece un poco agobiada con todo lo que ha platicado.
Asegura que no le gustaría “parecer una mártir” pero sabe que “ha batallado y batallará” más que otras personas para lograr sus sueños sólo por ser lesbiana. Sin embargo, sabe que por eso es importante compartir su historia, porque hay muchas niñas y adolescentes que podrían estar pasando por lo mismo y necesitan saber que pueden sobrevivir y que sólo compartiendo lo que sienten pueden colaborar en cambiar una “mentalidad colectiva”.