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El rostro de Jimena Guadalupe, de cinco años de edad, se ilumina cuando piensa qué pedirá a los Reyes Magos. Piensa un poco y dice que quiere una plastilina para moldear y una carriola. María Isabel, de 10 años, dice que quiere una bicicleta. Ambas trabajan en la calles de la capital, son originarias del municipio de Amealco de Bonfil, pero en estas fechas, vienen para ayudar a vender las artesanías que elaboran sus padres.
Junto con un grupo de mujeres indígenas, en su mayoría originarias de Amealco, Jimena y María Isabel se reúnen en el jardín de La Corregidora, para de ahí partir a diferentes lugares de la capital a vender sus muñecas y artesanías.
Por la calles del centro aún se pueden apreciar grupos de turistas que aprovechan los últimos días de periodo vacacional. Los promotores de los paseos turísticos se acercan a los paseantes para ofrecerles el recorrido. Los empleados de los restaurantes ofrecen los desayunos a los clientes potenciales que transitan por el lugar.
Sin importar el frío de la mañana, las mujeres (no se observa a ningún hombre) toman sus canastas con la mercancía para vender los productos que elaboran artesanalmente. Se les puede observar también sentadas en el piso bajo los portales de una tienda que se ubica frente al Jardín Zenea.
Las mujeres que acompañan a Jimena, sus primas mayores, le gritan que le pida también a los Reyes Magos un hermanito, lo que causa en la menor una sonrisa ante la ocurrencia de la mujer que escucha a unos metros el diálogo de la pequeña. Señala que a Santa Claus no le pidió nada.
En estas fechas, aprovechando las vacaciones, con el consecuente aumento de turistas en la entidad, artesanas y artesanos indígenas acuden a la ciudad de Querétaro, para vender lo que elaboran, por lo que el número de menores vistos en la calle vendiendo algún producto tradicional es mayor.
Sentada en una banca del jardín de La Corregidora, Jimena dice que vive en el centro de Querétaro, pero que viene de Amealco, donde estudia el segundo año del jardín de niños. “Allá vivo en Amealco”, dice la pequeña, mientras mira a sus familiares a la distancia.
Apunta que en el jardín de niños le gusta pintar, dibujar y cantar con sus amiguitos, además de contar los números. De grande, dice, le gustaría ser maestra, para enseñar a otros niños de su comunidad a leer y escribir.
Un poco más lejos, un grupo de mujeres se reúnen bajo los rayos del sol. Platican, ríen y se coordinan para la jornada de trabajo. Al menos hay cinco menores de edad, desde temprano salen y cooperan con la manutención familiar.
Jimena indica que tiene una hermana menor, aunque no sabe cuántos años tiene, “pero es más chiquita que yo”, afirma.
Indica que se ha portado un poco bien durante el año, puesto que le ha respondido “un poquito” a su mamá, aunque la mayor parte del tiempo es obediente. Agrega que su mamá se dedica a vender muñecas, su papá va a trabajar fuera, “es muy trabajador”, comenta.
A unos pasos, María Isabel escucha a la pequeña Jimena hablar. Chita, como dice Jimena que le llaman a Isabel, sostiene en sus manos una canasta con unas muñecas. Vestida con falda blanca, blusa del mismo color y un suéter amarillo, la menor no piensa mucho la respuesta cuando se le cuestiona qué pedirá a los Reyes Magos y responde: una bicicleta.
En la familia de Isabel son ocho hermanos, ella es “de las de en medio”, y estudia el quinto año de primaria, en su natal San Ildefonso, en Amealco. Al igual que Jimena, quiere ser maestra, para enseñar en su comunidad a los más pequeños a leer y escribir.
Isabel es acompañada de su hermana mayor, quien la espera a la distancia. Ambas niñas se incorporan al grupo de vendedoras, quienes en ocasiones parecen ajenas a las fechas y fiestas, en las que para ellas y sus familias, son más días de mucho trabajo, en lugar de descansar y estar en familia.
María Isabel, con cierta timidez, se retira del jardín de La Corregidora. Le espera una jornada larga de trabajo, con unos cuantos espacios de descanso para comer algo y sentarse a tomar fuerzas, dándole un descanso a las piernas luego de las horas de caminar por las calles de la ciudad, recorriendo una y otra vez parques y jardines, con una canasta llena de muñecas, o dulces y cacahuates, esperando terminar pronto para regresar a sus hogares y a la escuela.
Chiquillos por doquier. Durante los periodo vacacionales es habitual observar a familias completas que acuden de distintos municipios del estado para ofrecer los productos artesanales que confeccionan, principalmente del municipio de Amealco, a donde casi por tradición realizan estas migraciones periódicas.
Los menores de estas familias acompañan a sus padres para ayudarlos a vender en las calles. También es común ver a niñas y niños que piden dinero en los semáforos o que con franela en mano se ofrecen a limpiar los espejos del auto, a cambio de unas monedas.
A pesar de que las autoridades capitalinas han promovido que se evite darles dinero a estos menores para que salgan de las calles, muchos queretanos solidarios los apoyan con unas monedas, e incluso con algo de comida.
En cruceros como Zaragoza y 5 de Febrero, así como Constituyentes y Carretas, los ciudadanos que por ahí transitan ya ven como parte del paisaje urbano a los menores que pasan los días limpiando vidrios, vendiendo dulces y cigarros, o sencillamente pidiendo dinero para poder comer.
Muchos de estos menores no tendrán un regalo de Reyes Magos, no tendrán un pedazo de rosca acompañado con una taza de chocolate. Tendrán que pasar una noche más en la calle, vendiendo algo o pidiendo caridad.