Más Información
Una niña pequeña, de dos años de edad, observa los dedos de sus pies que sobresalen de uno de los orificios de su zapato. ¡Ándale sonríe!, le dice su abuela Estela, para que la pequeña pose para una fotografía; sin embargo, la niña se queda callada y sujeta con fuerza su mano, mientras los deditos de sus pies tocan la terracería y se manchan de tierra.
Estela Aguilar Rodríguez vive con dos nietos, la menor de dos años, y sus cinco hijos en la comunidad de El Nabo, perteneciente a la delegación de Santa Rosa Jáuregui. Con mil 900 metros de altura, la localidad durante esta temporada alcanza temperaturas cercanas a los tres grados y mantiene vientos helados sobre todo en los meses de diciembre y enero.
La casa de Estela se encuentra en la frontera con San Miguelito, una localidad delimitada con El Nabo sólo por una calle de terracería.
Hace 17 años que Estela llegó a este lugar cuando su hija mayor, Miranda apenas tenía siete años. Aunque han existido modificaciones en el lugar, como la instalación de drenaje, postes de luz y la construcción de un camino de terracería, el frío y el viento helado son condiciones que permanecen y que afectan a su población durante estos meses.
“Cuando llegué aquí no había casas. En todo esto, no se miraban. Yo nada más agarré y me vine aquí sola con mi niña. Ahorita, ya hasta se construyen cada vez más cosas”, menciona al explicar la rutina de su familia durante esta temporada invernal.
“Cuando hace mucho frío hay que tratar de cobijarlos con lo que tengamos, cobijas o aunque sea con un suéter, un pantalón o unas calcetas … lo que a veces preferimos hacer es tratar de meternos temprano y acurrucarnos, porque ¡imagínese!”, dice Estela, quien durante este fin de semana cuida de sus hijos y sus nietos, mientras las hijas mayores trabajan desde temprano.
Aunque en algunas viviendas aún prevalece la costumbre de prender fogones para calentarse en el invierno, ella lo evita. Los motivos principales: el daño que pueden ocasionar a los pulmones de los niños y las repercusiones en el medio ambiente. Sin embargo, cuando el gas se acaba, la necesidad es más grande que la conciencia y se prenden fogones para preparar los alimentos de la familia.
Para entretenerse durante las vacaciones y olvidarse del frío, los pequeños juegan en el patio de la casa construida con tabiques y madera. Juegan con los gatos o los perros que pasan por la calle, o bien, hacen travesuras.
No obstante, durante la época de clases, los niños se alistan a la una de la tarde para ir a la escuela de San Miguelito en el turno vespertino. Es hasta las cinco o seis que regresan a su casa, cuando está a punto de oscurecer y el frío comienza a calar en la piel.
“En la tarde como a las cinco empieza el frío y ahorita por ejemplo, si uno se mete a la casa se ataja un poquito, pero si te quedas aquí [en la calle] llega un aire helado… más que nada eso hacemos, nos metemos cada quién a su casita. Se meten y se duermen y al día siguiente, le siguen (…) Por mi parte, les echo una chamarra y un gorro para que cuando salgan de la escuela, se vengan abrigados y evitar un poquito las enfermedades de vías respiratorias, como les dicen los doctores, porque ¡Imagínese si no nos abrigamos!”, exclama.
Estela señala que justamente las enfermedades como la gripe o los resfriados son de los problemas más temidos por los padres durante esta época, debido a la dificultad para acceder a la atención médica.
Aunque hay un centro de salud en San Miguelito, sólo se reparten cinco fichas a las cinco de la mañana para atender a tres comunidades, incluyendo también a Casa Blanca y San Isidro.
Además de esto, la atención en el centro resulta limitada cuando se trata de enfermedades más severas como la pulmonía. En marzo del año pasado, Estela relata que una de sus hijas se enfermó de este padecimiento, que sólo podía atenderse en los hospitales ubicados en la capital de Querétaro.
San Miguelito y El Nabo están localizados a más de treinta kilómetros de la capital, lo que representa un viaje en un automóvil de casi cuarenta minutos. Debido a la altura de la localidad, los autobuses pasan de forma irregular y sólo en los puntos de gran concentración de personas.
Para lograr concretar una cita en los hospitales de Querétaro, tuvo que salir de casa entre las tres y cuatro de la mañana, además de conseguir con días de anticipación una camioneta o un vehículo que pudiera trasladarla.
“A las cuatro de la mañana me tuve que mover cómo pude. Así rogarle a medio rancho que me llevara y me cobraran. Aunque sea en pagos lo saqué, porque ni modo de estar esperando”, señala al mencionar que tuvo que pagar 400 pesos para trasladar a su hija al hospital de la capital.
Aunque los servicios de salud escasean en esta zona, Estela agradece que este año se concluyera la instalación de drenaje. Hace cinco años dice, se comenzaron a instalar los tubos y hace cuatro, se instalaron los postes de luz de la calle.
Antes del drenaje, los pobladores de esta localidad montañosa debían acarrear agua de la presa, ubicada a ocho minutos caminando de la casa de Estela; tiempo que se duplicaba en el camino de regreso debido al peso del líquido.
“Para tener luz la agarrábamos de allá dónde está la virgen [en el centro de San Miguelito] … pero los de la CFE no la querían poner … No teníamos nada y yo mil veces prefiero tener agua a tener luz, porque al menos con una veladora se alumbra uno, pero ¿y el agua?
“Por eso, es mejor vivir en el rancho que en la ciudad, porque en los ranchos cuando hay muchos nopales uno va y los guisa, pero allá, en la ciudad, si uno tiene ganas de unos nopales tiene que comprarlos. Si uno tiene ganas de una tuna, hay que comprarlas y aquí no. Hay demasiado lugar para buscar garambullo, un nopal o una tuna”, explica Estela, mientras llama a sus nietos y a sus hijos para que se dejen tomar una fotografía.