La señora Margarita Méndez es una de las mujeres que son llamadas “amas de casa”, que son aquellas que trabajan todos los días en casa sin recibir remuneración económica.
Maggie, como le dicen sus amistades, ha cuidado a su familia por más de 49 años, desde que tenía 15 se casó con Mario, mientras estudiaba para ser secretaria ejecutiva, pero dejó los estudios porque su marido le dijo que ella no trabajaría y que por lo tanto no necesitaba estudiar; sin embargo, desde ese momento a la fecha ha realizado diversas labores en el hogar.
“Me casé a los 15 años, muy joven, terminé la secundaria y luego me metí a estudiar dos años de comercio y secretaria ejecutiva, ya no terminé porque me quise casar, ya no quise seguir estudiando y me dijo mi esposo para qué, no te voy a dejar trabajar, no necesitas trabajar”, comenta.
Su labor desde que inició su matrimonio consistía en hacer limpieza de la casa, cocinar y atender a su marido, es decir, servirle la comida, prepararle la ropa, hacer pagos en el hogar y “cuidar el dinero”; mientras que el trabajo doméstico de él consistía en hacer reparaciones como arreglar muebles, instalaciones eléctricas y de otro tipo.
Siendo muy joven Margarita ya tenía muchas responsabilidades. Acepta como normal el tener que realizar estos trabajos, incluso recuerda que uno de sus primeros regalos por parte de su marido fue un molcajete, porque ella no sabía hacer salsas, pero en la casa de su marido sí y tuvo que aprender.
Recuerda que comenzar a trabajar dentro de la casa le costó mucho, no sabía cómo limpiar o cocinar y su suegra le enseñó poco a poco, muchas veces se sintió frustrada por no “poder seguir jugando con muñecas”, pero luego, dijo, tuvo a sus muñecas de carne y hueso.
A los 19 años tuvo a su primera hija Mariana, posteriormente tuvo otra pequeña, Michael, y a partir de ahí sus labores incrementaron, ahora también su labor consistía en cuidar a sus dos hijas, darles de comer, llevarlas y traerlas de actividades extracurriculares y ayudar con las tareas.
Conforme pasaba el tiempo además de las labores que realizaba en la casa y del cuidado de sus dos hijas, también ayudaba a su marido en los diferentes negocios que emprendió desde tener una tienda de abarrotes, vender salas y tener una panadería, en donde cumplía una doble jornada y era “la primera en levantarse y la última en acostarse”.
Originaria de la Ciudad de México, se mudó a San Miguel de Allende porque sus hijas tenían alergias y el ambiente empeoraba su salud, posteriormente a Querétaro para poder cuidar a sus nietos. Acepta que sus 49 años de casada no han sido fáciles, pero considera que ha sido feliz, porque aunque ha estado muchas veces exhausta ha cumplido con su deber.
“Yo me la pasé siempre cuidando a mis hijos, cuidando a mi marido, yo les daba todo, en el aspecto de que les daba la ropa que se iban a poner, todo en la mano ellos no hacían nada, me acostumbré así, yo vi que mi mamá así era, yo sentí que eso era lo que tenía que hacer con mi familia”, confiesa.
Viviendo en San Miguel de Allende tuvo a su tercer hijo Giovanni y nuevamente incrementó su trabajo doméstico.
Aunque acepta que siempre tuvo ayuda —porque tenía diferentes empleadas domésticas— considera que ha trabajado mucho pero su labor es poco reconocida.
Desde hace cinco años vive en Querétaro y cuida a su marido que ha pasado por complicaciones de salud y ha sido operado varias veces; además de a sus nietos, porque sus hijos ya no viven en la casa paterna.
Con mucho sentimiento conversa sobre lo que ha sido una vida completa de servicio para su marido, hijas e hijo y ahora nietos, de adaptarse a lo que su marido decidiera y lo que convenía a la familia, asegurando que lo hace porque “¿si no, quién lo hace?”. Sabe que esto se ha convertido en una obligación que la ha asumido.
Muchas veces realiza las labores con gusto, para demostrarle a las personas allegadas que los quiere, pero muchas veces se descubre haciéndolo de forma obligada y sabiendo que es un trabajo invisible que nadie reconoce, ni valora.
Dice que “se conforma con poco”, ya visiblemente conmovida y con lágrimas en los ojos, acepta que lo único que desearía de su familia es un gracias, un abrazo o un beso, sabiendo que la labor que hace es muy valiosa y espera que sepan que eso les ayuda a que ellos puedan hacer su trabajo mejor.
“Son importantes porque alguien lo tiene que hacer, cuando dices que eres ama de casa la ven a una como cualquier cosa, pero no, si no fuera por nosotras, lo demás no avanzaría, sin embargo a nosotras no nos dicen gracias”.
Se dice contenta con que su trabajo sirva para unir a la familia, con comidas donde todos se reúnan para convivir, eso para ella es suficiente para sentir que toda la labor realizada valió la pena.
Considera positivo que ahora en los hogares los hombres contribuyan más, porque “si los dos trabajan” deben de trabajar en la casa, sabe que esto es un tema generacional, pero en sus tiempos las mujeres no tenían muchas opciones y ella decidió ese estilo de vida, asegura.