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La casa donde comeremos más tarde no es común en esta ciudad. O puede ser que sí. Los anfitriones sí que serán únicos y con mayor razón, la comida. En el país de las hamburguesas, pocos tienen el privilegio de comer garnachas veracruzanas hechas por doña Lupe. Lo curioso es que las vengo a degustar en Estados Unidos.
Es un lunes de julio y el calor que se percibe en Myrtle Beach vuelve loco a cualquiera. La temperatura debe sobrepasar los 35 grados centígrados. En el aire se siente la humedad característica de esta ciudad playera inundada de turistas veraniegos que aprovechan las vacaciones para refrescarse en la costa este de Estados Unidos. Por el contrario, los habitantes de Myrtle Beach evitan estar lejos de los sistemas de aire acondicionado y evaden toda bocanada del ardiente bochorno que proviene del exterior. Sienten que se ahogan.
Vamos retrasados. Cada quien ha estado en sus cosas y el reloj nos ha robado las horas. No podemos llegar tarde. La comida se ha pospuesto un día para que todos puedan estar en la fecha y hora acordada. Por fortuna, la ubicación de los anfitriones se encuentra a escasos minutos.
A simple vista la casa no parece diferente del resto de viviendas que integran el vecindario. Acaban de remodelar el piso del domicilio, y los trabajadores hispanos hicieron una excelente labor al remover la alfombra para sustituirla por un piso que parece madera.
El salón es amplio. Sin divisiones, la perspectiva de la entrada permite visualizar el espacio completo que une sala, comedor, cocina y la oficina de don Jeff. Tiene más de cincuenta años y es ajustador de seguros.
En las puertas del refrigerador, en el extremo opuesto del escritorio de don Jeff, se alcanzan a ver a los anfitriones en distintos momentos que quedaron plasmados en fotografías enganchadas al aparato a través de imanes.
Carolina del Sur se siente diferente cuando tienes la oportunidad de compartir los alimentos con cuatro familias mexicanas. Michoacán, Veracruz y Querétaro estarán representados en la mesa. Los de Michoacán avisan que vienen retrasados. Mientras, que coman los niños.
El menú del día incluye trozos de sandía y papaya, garnachas veracruzanas y por supuesto que no puede faltar la cerveza Victoria. También hay agua de guayaba y jamaica, y la ocasión amerita que se abra una botella de tequila San Matías Cristal, elaborada en Jalisco.
La garnacha es un platillo típico de Veracruz que se sirve con huevo cocido y patitas de puerco en escabeche. Son tortillas de maíz con carne deshebrada de res, sobre salsa de chile seco. Una especie de tostada acompañada de col y más salsa. No se puede cerrar como un taco, pero tampoco permanece firme como tostada, por lo que requiere de destreza culinaria. El comensal se las tiene que arreglar como pueda.
Para los niños hay salsa de la que no pica. Doña Lupe entra en acción. Vierte aceite en un sartén, unta las tortillas con la salsa, las fríe, y sin doblar agrega la carne deshebrada. Presume que durante muchos años vendió comida en su natal Veracruz y se niega a compartir la receta. Se jacta de que los presentes no probarán cosa igual, ni en Estados Unidos ni en el propio México. La conocen por sincera, algo que tiene muy en claro su marido, don Pepe. Los dos están de visita en casa de su hija Mary, quien está casada con el señor Jeff.
Los niños inician con el festín mientras al resto se nos hace agua la boca. Los michoacanos siguen retrasados. Es mejor que comamos, y pierdo la noción del tiempo mientras eso sucede. Poco después se integran los que vienen de Michoacán y las cuatro parejas se juntan en el comedor mientras los niños de entre 10 y 17 años juegan en la habitación continua.
Lo que está a la mesa contrasta con los alimentos fast food de la gastronomía estadounidense. “Mucho bueno”, señala don Jeff con su español progresivo, al tiempo que junta sus dedos pulgar e índice para formar un círculo. Él conoció a Mary en México, se casaron, y se la llevó a vivir a Estados Unidos. Tienen dos hijos.
En algún momento los anfitriones advierten: “vasos que no chocan, culos que no son sinceros”. Todos se apresuran a levantar sus bebidas para chocarlas en grupo. Beben, ríen y la pasan bien.
“Como dijo el Santo Papa con voz en cuello: ¡que chingue a su madre Jalapa, que sólo Veracruz es bello!”, emite jubiloso Don Pepe.
Sentado a la mesa Don Jeff parece veracruzano. Es cálido, divertido, y en la medida de sus posibilidades lingüísticas, mal hablado. “Pá Pepe, cuéntales”, incita a su suegro. La anécdota siguiente gira en torno a las cuatro veces que en distintos momentos de la historia se defendió el pueblo de Veracruz, aunque no impidió que le dieran la capital del estado a Jalapa.
“Veracruz era mucho más viejo y ahí se libraron muchas batallas defendiendo el puerto”, explica don Pepe, luego de divagar en los relatos por un buen rato. Durante su intervención es necesario volver a preguntar por qué sólo Veracruz es bello.
Durante el transcurso de la tarde los presentes hablan del triunfo de México en la Copa Oro, y del próximo partido contra Jamaica. También abordan los preparativos previo a la boda religiosa de una de las parejas y comentan que es necesario cambiar la licencia de conducir, pues advirtien que quien no tenga la nueva licencia deberá enseñar el pasaporte.
No se sabe con exactitud a partir de cuándo aplicará el cambio, pero enfatizan en que quien no enseñe el pasaporte estadounidense no podrá viajar por Estados Unidos.
El grupo no guarda ningún parentesco pero se asume como una familia. Cuando unos hablan de instalar un pozo de agua en un terreno, los otros asesoran. Reparo en la música de fondo y presto atención a las primeras frases de la canción en curso (un bolero escrito en 1955 por el panameño Carlos Almarán): “Ya no estás más a mi lado, corazón. En el alma sólo tengo soledad”… Pienso en que si algo no hay en esta casa, es precisamente soledad. A excepción del césped perfectamente cortado y la cerca blanca que alcanzo a visualizar por la puerta corrediza de vidrio, estar aquí se siente como estar en México.