Amor, fuerza y aceptación han sido factores fundamentales en la vida de Claudia Lefort Vázquez, quien a lado de su esposo, Ranferi Cano, y de sus hijos Claudia y Julio, ha afrontado el reto de ser mamá de Mark, un niño autista.
Sin embargo, para Claudia el padecimiento de su hijo es más que un reto: es un privilegio que le ha permitido descubrir que no hay límites para amar y que hay bendiciones que no son para todos, que no le pasan a cualquiera.
Claudia tiene 45 años y desde hace 20 años ha estado casada con Ranferi. Juntos decidieron formar una familia; primero llegó Claudia, dos años después Mark y otros dos años más tarde, Julio. La llegada de cada uno significó una alegría muy grande para la pareja; en cada uno de los nacimientos surgieron nuevos planes junto a ellos.
Los primeros años de la familia transcurrieron en el municipio de San Juan del Río, Querétaro, donde residieron por algún tiempo. Su vida era como la de una familia cualquiera, pero comenzó a cambiar hasta que los dos niños más grandes asistieron a la escuela.
En ese momento Claudia debía cuidar de su hija más grande, que en ese momento tenía cinco años, y de Julio quien sólo tenía un año de nacido. Mark implicaba un esfuerzo mayor debido a su forma de ser.
Fue hasta que entró a la escuela que las maestras comenzaron a observar que era un niño “diferente” y lo llenaban de calificativos que iban desde “inquieto” hasta “agresivo” y “desobediente”, por lo que recomendaron a Claudia y a su esposo que lo llevaran al médico. Lo hicieron y un neuropediatra les dio un primer diagnóstico: Mark tenía características de Déficit de Atención e Hiperactividad.
Este diagnóstico les permitió comprender algunas actitudes de Mark, así que comenzaron a atenderlo clínicamente, no obstante, se enfrentaron con situaciones de discriminación, principalmente en la escuela a la que acudía su hijo, pues los profesores le dijeron que no podían tener a un niño con esas características dentro de la institución.
A raíz de esta situación, comenzó lo que sería la búsqueda interminable de instituciones educativas que pudieran atender a Mark. Tanto instituciones públicas como privadas le han negado el ingreso en múltiples ocasiones.
En una nueva escuela, los señalamientos continuaron, sin embargo, no sólo afectaban a Mark, quien constantemente era rechazado y agredido, sino que ahora la discriminación llegaba a su hermana mayor, quien a pesar de que era una niña de 5 años, recibía las quejas del comportamiento de su hermano, lo que a ella la hizo sentir acosada y en consecuencia generó dificultades en la relación con su hermano.
Mark fue rechazado de tres escuelas antes de cumplir seis años. En esa época la familia cambió su residencia a la Ciudad de México y nuevamente comenzó la búsqueda; finalmente encontraron un Jardín de Niños en el que fue aceptado sin pretextos y ahí, una trabajadora social le advirtió a Claudia que su hijo no tenía Déficit de Atención, sino que tenía rasgos claros de autismo. Le dijo que el niño no tendría la capacidad de aprender y que era mejor que buscara un tratamiento, porque no iba a ser fácil.
La primera reacción de Claudia fue el temor. Para empezar no sabía qué significaba la palabra autismo, le daba miedo que su hijo no aprendiera a comunicarse y a valerse por sí mismo. Pensando en el rechazo y discriminación que a su corta edad ya había vivido, le aterraba que Mark tuviera no pudiera tener una vida en la que lograra desarrollarse.
Sin embargo, la maestra de Mark, en esa escuela, fue la primera persona que entendió la condición de Mark y orientó a Claudia y a su esposo para que llevaran al niño al Hospital Psiquiátrico Infantil. Esa atención les permitió resolver muchas dudas y preocupaciones que hasta el momento no habían logrado despejar.
“En ese momento ya entendimos porqué Mark no nos abrazaba o no era cariñoso. Como mamá llegas y abrazas a tus hijos y ellos te responden y eso te hace sentir bien. Con Mark no era así, a mí me dolía que pareciera que no me hacía caso, que no me demostrara cariño, pero después entendí que no era porque no lo sintiera, sino que él se expresa de otras maneras. Entendimos porqué reaccionaba con agresividad con los demás, y era porque las demás personas lo rechazaban y él respondía de esa manera”, relata.
A un año de estar en la Ciudad de México, surgió una oportunidad laboral para el esposo de Claudia y toda la familia emigró a Canadá. La vida cambió radicalmente, para empezar dejaron de sufrir la discriminación a la que se habían enfrentado, encontraron oportunidades y opciones educativas para los tres hijos, así como servicios que mejoraron su forma de vivir.
En los cuatro años que vivieron en aquel país, Mark aprendió a hablar fluidamente en su idioma y además aprendió francés, avanzó en Inglés y logró relacionarse con niñas y niños de diferentes edades, se volvió más independiente y mejoró mucho la relación con sus hermanos. Sin embargo el permiso de trabajo terminó y debieron volver a San Juan del Río; con el regreso también volvió el temor de retomar la búsqueda de escuelas.
Al llegar nada había cambiado: la discriminación, el rechazo y los calificativos despectivos volvieron a ser parte de la vida diaria de Claudia y su familia. Otra vez a buscar escuela, a recibir el mismo trato, a no encontrar oportunidades, pero la ventaja era que Claudia ya había aceptado y entendido la condición de Mark, ya no lo veía como un niño frágil y decidió que tendrían que seguir luchando juntos para que él pudiera ser feliz.
Al recordar todo el trayecto que ha sido la vida con Mark, Claudia menciona que cada episodio, por más doloroso que sea, los ha unido como familia, los ha vuelto tolerantes y los ha vuelto valientes. A ella, como mujer y como madre, le ha revelado virtudes y características que no conocía de ella misma. Descubrió que es una persona fuerte y que así como es una labor enorme ser mamá de tres niños, también el amor se vuelve infinito e inquebrantable.
Ahora Mark es un adolescente de 16 años, nada fácil para sus padres, sin embargo ha logrado desarrollarse, está aprendiendo a tocar instrumentos musicales y dentro de muy poco terminará sus clases de manejo. Pese a todo lo bueno que ha pasado, para Claudia la mayor preocupación es la ignorancia de la gente acerca de las diferentes discapacidades, el maltrato con el que responden a las personas de las que no entiende su condición. Le da tristeza que la gente no se dé cuenta de cómo una palabra o un gesto pueden lastimar a las personas con alguna discapacidad, y por eso considera necesario que haya más información acerca de los diferentes padecimientos que existen, que haya una mayor profesionalización en las instituciones educativas y que la sociedad deje de ver a las personas con discapacidad como algo ajeno.
En este camino, señala Claudia, una gran ventaja fue haberse encontrado con madres de familia que –al igual que ella- se enfrentaron a una situación nueva y desconocida, quienes también han batallado con la inclusión de sus hijas e hijos autistas y quienes celebran de la misma manera cada logro alcanzado.
Al preguntarle si cambiaría algo de toda esta parte de su vida, ella suspira y contesta que no, que es feliz con la familia que ha formado junto a su esposo y se siente orgullosa de sus tres hijos. De Claudia por haber aprendido a ser tan independiente desde pequeña, de Julio por ser un gran apoyo y un pilar fundamental de la familia, y de Mark por enseñarles que la felicidad llega de diferentes maneras.
“Si pudiera decirle algo a una mamá que le acaban de decir que su hijo es autista, le diría que no se preocupe porque sí va a poder, que no tenga miedo de aceptar lo que está pasando, porque se va a volver muy fuerte, y no hay que espantarse porque tienes un ángel que te va a dar muchas satisfacciones, que te va a enseñar muchísimas cosas y te va a hacer muy feliz. Esto no le pasa a cualquiera y hay que sentirse privilegiada por lo que está pasando, porque Dios no elige a cualquiera para esto”.