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Si cae en las manos correctas, una vieja lata de atún, verdura o leche, puede convertirse en una estufa, un brasero, una cazuela o una docena de cucharas. Cualquier objeto de cocina puede reproducirse a escala miniatura si José Guadalupe Esparza Acosta se lo propone.
En el día más ajetreado de la semana, en el punto más concurrido de la colonia El Tepetate, José Guadalupe, o “Don Chistorete”, como lo conocen varios comerciantes, instala unas cuantas tarimas en el tianguis que se pone cada domingo a las afueras del mercado El Tepe, y acomoda orgulloso sus creaciones, todas elaboradas con material reciclado.
Cucharas, pinzas, moldes para hacer buñuelos, cazuelas, estufas, tanques de gas, ollas vaporeras, braceros, cuchillos, batidoras, básculas, todo lo recrea en miniatura.
“Empecé a crear estas figuras yo digo que por lo amolado, la necesidad te obliga a buscarle de alguna manera, todo esto yo lo hago de botes que la gente tira; se compran una lata de chiles y la tiran, yo la recojo y la trabajo con mi herramienta, uso cautín, pinzas y martillo”, explica.
Este artista del reciclaje, de 83 años de edad, elabora juguetes tradicionales desde hace 60 años, pero hace tres décadas los vende en el tianguis de El Tepe. José Guadalupe Esparza recuerda con emoción que los niños no podían resistirse a sus creaciones, mismas que se vendían casi al instante; pero ahora no.
En su pequeño puesto, las figuras de lata llaman la atención de los más chicos; curiosos, sin decir nada a sus padres, disimuladamente destapan una olla vaporera, toman unas pequeñas pinzas y cogen tal vez un tamal o un taco invisible y lo colocan en un plato miniatura también hecho de lata. Pero la fascinación termina ahí, porque aunque son varios los interesados, muy pocos son los compradores.
“Ya ahorita casi no se vende porque ya pasó todo eso, los niños tienen otras diversiones, están en las tablets, antes era la novedad, lo que hacía le gustaba a la gente, le gustaba ver cómo hacía mis cositas, pero ahora ya no, ya los años pasaron.
“Desde hace 60 años hago estas piececitas y no le he copiado a nadie, a veces hasta sueño que voy a hacer, me dice mi señora ‘a dónde vas’, y le digo ‘espérame no me hables que ya me acordé cómo descifrar uno de mis rompecabezas’”, relata.
Además de los juguetes, el comerciante también vende moldes para hacer buñuelos, elaborados por él mismo. Sólo basta con que algún interesado mire los postres, que José tiene de muestra, para que el vendedor corra a explicar que cuestan 50 pesos, que él mismo los hace y que tienen forma de pajaritos, corazones o estrellas; más de uno termina comprando de estos moldes que se venden más que los juguetes de lata.
“Nadie me enseñó a hacer moldes para buñuelos, yo solo aprendí, eso se vende un poquito más porque la gente todavía hace buñuelos. Las bases para hacerlos las daba a un peso allá en La Cruz, hace 40 años, hoy cuestan 50 pesos. Eran otros tiempos, la mera verdad”, comenta.
Me gusta ser payaso
“No soy payaso, pero quiero hacer payasadas”, le dijo José Guadalupe Esparza, hace años al alcalde del San Diego de la Unión, en Guanajuato. El presidente municipal, vestido de charro, en su oficina, lo miró extrañado y le comentó que no necesitaba permiso para ser payaso, que sólo debía ir al jardín y hacer reír a la gente.
José Guadalupe se lo tomó en serio, y una vez con maquillaje en cara, acudió al jardín principal y comenzó a contar chistes y a hacer un truco impactante en aquel tiempo.
“Tragaba fuego, con petróleo, en ese entonces nadie lo sabía hacer, la gente se sorprendía mucho. En uno de mis shows me preguntaron cómo me llamaba, les dije que ‘Carafurris’, fui payaso varios años, pero a mi manera, a la antiguita, con mis chistes y mis trucos de magia, ya ahora los payasos hacen otras cosas”, dice.
Él siempre quiso ser payaso, uno de los grandes, y aunque no pudo realizar ese sueño en carne propia, sí lo ve realizado en su hijo, quien es conocido como ‘Arlequín, el payaso elegante’.
Cuando José Guadalupe habla de su hijo, recuerda que entre sus cosas, en su pequeño puesto, tiene algunas fotografías, las presume. Se muestra él mismo vestido de payaso, con un pequeño de tres o cuatro años que lo acompaña.
Su fascinación por la magia y la comedia no disminuye ni un momento; ni siquiera cuando vende moldes para buñuelos o sus figuritas de lámina.
De vez en cuando José toma un ratoncito de peluche y lo pasa por sus brazos, pareciera que el roedor corre solo; una vez que llamó la atención de los compradores, hace un par de trucos de magia, pide aplausos, ríe y platica con la gente.
“A mí me gusta ver a la gente contenta, ese es el mejor regalo”, expresa.
José Guadalupe Esparza Acosta es un queretano orgulloso, aunque vivió varias temporadas en Guanajuato, Manzanillo y otros estados, reconoce que el mejor lugar para vivir es Querétaro.
“Yo soy de aquí, para qué me voy a otro lado. La vecindad donde nací todavía está ahí en la calle 16 de septiembre”, agrega.
Todos los domingos José y su esposa venden productos de mercería, juguetes de lata, rompecabezas de metal y moldes para buñuelos, en el tianguis de El Tepe, pero entre semana venden en otros mercados de la ciudad; esa ha sido su actividad durante los últimos 30 años.
Un hombre de aproximadamente 30 años, pasa a un costado del puesto de José, y le cuenta a su compañero que cuando era niño, José Guadalupe ya vendía en este mismo lugar, “vendía muchos trucos y juguetes de broma”, le cuenta.
“Estoy también en el tianguis de El Tintero, comencé con los tianguis, era cuidador, a la gente le regalaba los lugares, no como ahora que los cobran, los venden”, comenta el comerciante.
“Mire esta estufita cuesta 80 pesos, pero es que ya viene con todo y gas”, dice José Guadalupe mientras abre la válvula del pequeño tanque y hace el sonido del gas que se escapa.
Su sentido del humor, su peculiaridad y sus ganas de contarle a los clientes la historia de su vida, hacen de José Guadalupe Esparza un icono que forma parte del folclor del mercado de El Tepe.