Salvador Ángeles Rojas trabaja en el mercado de abastos de Querétaro desde hace 25 años. De sus cinco compañeros que cargan los costales de papas, es el que más bromea.
Los costales de tubérculos que están en el camión, los baja de uno en uno para colocarlo en montón acomodado dentro del local. Hace 15 días su patrón le dio vacaciones y afirma que regresó con la pila bien cargada para hacer lo que le gusta.
Originario de la comunidad de Tierrablanca perteneciente al municipio de Apaseo El Grande, en Guanajuato, la necesidad le hizo que saliera a trabajar desde los 13 años, pues al tener varios hermanos había que llevar comida a la mesa.
“Ya tengo muchos, como unos 25 años y ahorita con mi patrón tengo como 8 años trabajando con él. Me acerqué por la necesidad y querer ganar dinero, tenía 13 años cuando me vine al mercado de abastos. Éramos muchos hermanos y estaban chiquillos, teníamos que echarles la mano a los jefes para salir adelante”, platica.
En ese entonces, Salvador salía los domingos por la tarde junto con otros compañeros de su comunidad y llegaban al mercado.
“Me venía el domingo en la tarde, aquí me quedaba toda la semana y el sábado como a la 11 de la mañana me regresaba a mi pueblo. Aquí nos quedábamos afuera de las bodegas, éramos varios en ese entonces, no había tanto problema y nos quedábamos, cada quien traía su cobija y un cartoncito y no había problema, cosa que no se permite ahora”, relata.
El que madruga... La dinámica de un mercado implica ir desfasado en el tiempo de otras labores, ya que el día inicia entre dos y tres de la mañana. Al igual que Salvador, mejor conocido como El Diablo, muchos quienes son diableros inician labores desde esa hora.
Al filo de las dos y media de la madrugada limpian el lugar, acomodan la mercancía, abren la cortina del local y se toman un café con una pieza de pan. Los mayoristas llegan a comprar los insumos, otros, los productores, llegan a dejar la producción por lo que los cargadores van con sus diablitos a descargar. Suben o bajan mercancía dependiendo de quien llegue.
Entre cuatro y seis de la mañana la dinámica es más intensa por el intercambio. No hay una bolsa de valores pero sí un flujo de efectivo constante, con un paisaje colmado de camionetas tipo Pick up, las de tres toneladas y tráileres cargados de productos y un montón de personas con mandiles y mercancía sobre los hombros.
A Salvador le gusta trabajar en el mercado porque hay mucho compañerismo y “camaradería”. Todos le entran a la chamba y todos se apoyan en las dificultades. Por eso es que pese a que le han ofrecido otros trabajos con mejor sueldo, afirma que es el lugar donde ha pasado mucho tiempo de su vida.
“La verdad a mí me encanta el mercado de abastos, prácticamente aquí he pasado la mayoría de mi vida, más que nada este jale de las papas me gusta a mí, hay muchos que me ofrecen trabajo y más sueldo, pero aquí me llevo bien con mis compañeros de trabajo, me gusta lo que hago y no me interesa otro lugar”, asegura.
El compañerismo que plantea Salvador se ve reflejado en las malas experiencias. Cuenta que una vez, intentaron descargar una camioneta, pero el vehículo se quedó sin frenos y aplastó a uno de sus compañeros en la rampa de descarga. La situación los fortaleció y los ve como hermanos.
“Era un carro de mi patrón, se nos quedó sin frenos, se nos vino y ya andábamos matando a un camarada; se quedó incapacitado como tres o cuatro meses, por eso nos unimos más, aquí estamos en las buenas y en las malas”. afirma.
Tradicionalistas, pero desorganizados. Guadalupe López Hernández está sentado en una caseta, apurándose a mandar una factura desde su celular. Don Lupe es dueño del local de papas y camotes, negocio que tiene desde hace 20 años al que entró por casualidad al asociarse con otras personas.
Vender papas es negocio muy noble, comenta Don Lupe, pues siempre hay flujo de efectivo aunque haya temporadas en que las ventas bajen. Pese a que los gastos en su casa han aumentado, vender papas y camotes en su local le ha alcanzado para vivir bien.
De acuerdo a su perspectiva, el mercado de abastos bien fortalecido permitiría impactar en la economía del hogar y en la de los productores. El mercado, según Don Lupe, ha servido para vincular la producción de campo y sin intermediarios.
En su caso, ha logrado sociedades entabladas con productores de la región y el Estado de México. Los apoya con insumos para sembrar y cuando se da la cosecha, le pagan con lo que produjo la tierra.
“Me relacioné con personas de campo que a veces tenía las tierras, el equipo y la experiencia pero no tenían el capital, entonces tengo algunas sociedades con la siembra sobre todo en el Estado de México, les mando semilla, abono, follajes y ellos me pagan con producto, esa es la manera que contribuyó a la cadena y comercializo lo que producimos”, comparte.
En un principio, Don Lupe vendía sólo mayoreo, no obstante, las amas de casa acudían para comprar el producto directo del campo y sin intermediarios. Se llevan más y con mejor calidad, dice, por lo que plantea que ahí está la clave para competir con las cadenas comerciales de autoservicio.
“Los productos que estamos descargando son productos frescos”, refiere.
Sin embargo, Don Lupe plantea que lo que les hace falta como locatarios de la central de abastos es organización para atender de mejor manera al cliente. Dice que no es lo mismo ir a plaza que ofrece estacionamiento, aire acondicionado y pisos limpios que llegar al mercado donde los espacios son copados por naves llenas de bodegas junto con camiones.
“Somos tradicionalistas y no hemos aprovechado eso para fortalecer nuestra economía, nosotros podemos impactar directamente en la economía del hogar, pero desgraciadamente nos dejamos marear por un espacio de estacionamiento, por la estética”.
“A quien no le gusta que le den más por menos, eso se lo podemos dar en la centrales de abastos, porque nosotros sí consumimos directamente de campo y lo que es mucho mejor, es que 40% de los locatarios somos propios productores, sembramos un poco”, finaliza Don Lupe, que encuentra la fortaleza del mercado de abastos en acercar de primera mano los productos a las personas.