Cuando el templo se llena, quienes así lo desean, pueden ingresar al atrio y ahí escuchar misa. Cuando este espacio se llena, la fila se detiene y ya no entra nadie, hasta la siguiente ceremonia.
Adentro, una bandera de México decora el altar donde la imagen de la Virgen de Guadalupe recibe a los devotos que acuden a rendir tributo.
Las bancas son ocupadas a recomendación de las personas que ayudan en el templo. Lo que se respeta es dejar los pasillos libres. En la puerta permanece un grupo de personas, ya no puede ingresar o no lo quiere hacer por la cantidad de personas al interior. La salida es por un costado de La Congregación, para que quienes entren no se crucen con quienes salen.
Alrededor del templo se dan cita vendedores de todo tipo. La comida es lo que prevalece, aunque la cantidad de puestos es menor a otros años.
Buñuelos, gorditas, pozole, guajolotes, tacos dorados, atoles y tamales son algunas de las delicias que pueden degustar los fieles guadalupanos.
La fiesta comenzó en las últimas horas del sábado y las primeras del domingo, con las mañanitas que se ofrecieron a la Virgen de Guadalupe. La celebración se prolongó al domingo por la mañana y tarde, con la visita de miles de guadalupanos.
A un costado del templo, una familia reparte vasos de ponche que sirve de una olla en la cajuela de su vehículo.
Se trata de Sarash Becerril y Marco Morales, quienes junto con su hijo Diego, reparten vasos de ponche entre los feligreses. “Ya tenemos muchos años [dando ponche].
“Empezamos con un manda a San Judas Tadeo. Cada mes regalamos una despensa. Anteriormente regalábamos comida y los días 12 de la virgencita ya tenemos como seis años regalando ponche a la gente, agradeciendo todo lo que nos ha dado en el año, el que nos cuida, que siempre está bendiciendo nuestra familia, intercediendo por nosotros”, apunta Sarash.
La mujer explica que la manda original empezó por una solicitud de trabajo de su esposo. Luego continuaron, aunque no fue por alguna tribulación, sino por agradecimiento y por ayudar a los demás.
Diego reparte los vasos a quienes caminan por el lugar. Junto con el ponche, el menor ofrece una estampita de la Virgen de Guadalupe con la oración La Magnífica en la parte posterior.
La mayoría de la gente acepta el ponche con gusto. Ya pasadas las horas se ve sol en el cielo despejado, cuando las personas se colocan en la sombra, se siente un cambio drástico de la temperatura. El ponche es bien recibido por quienes hacen fila para entrar al templo. Una bebida caliente cae bien y hace más amena la espera.
“Más o menos repartimos 100 vasos de ponche. Se entrega la estampita y el vaso de ponche”, asevera Sarash.
Alrededor, unos feligreses llegan y otros se van. Muchas personas más sólo llegan a comer algo en los puestos de comida. Pero la Guadalupana convoca a todos. Muchos, la mayoría, llega con devoción.
Cuando entran al templo comienzan a llorar mientras mascullan algo para ellos y para la morenita del Tepeyac.
Afuera se dan otros dramas. Un vendedor de flores es “invitado” a retirarse por inspectores municipales por no contar con permiso para vender. Toma fotos de otro puesto de flores. Una vendedora lo cuestiona por el hecho de tomar imágenes del puesto establecido.
El vendedor dice que tiene permiso, pero se aleja molesto con la otra vendedora que lo encaró. Aún así, continúa vendiendo, apenas a unos metros de los inspectores del municipio capitalino.