“Para muchas personas (ver bien con sus lentes) es como un milagro”, afirma María del Rosario Cajal Sánchez, optometrista desde hace 43 años, quién señala que esas reacciones de sus pacientes y clientes la hacen amar su trabajo.

La Óptica Fundadores, en 5 de Mayo y Felipe Luna, es referentes de las ópticas en la ciudad, pues con 43 años de existencia, primero en la Plaza Fundadores y luego en su actual ubicación, brinda servicio a quienes buscan mejorar su visión.

De charla amena y abierta, anuncia que la óptica cumplirá este año 44 años de fundada por ella y su esposo. El local es agradable, con mucha iluminación, muros pintados de blanco y aparadores con armazones para lentes, para todos los gustos y los presupuestos, pues como hay algunos con precios muy competitivos, hay otros que pueden llegar a siete, ocho mil pesos.

Sobre la evolución de los lentes, los materiales y las tecnologías, en su campo de trabajo. “Me ha tocado vivir unas verdaderas maravillas, unas transformaciones enormes. En esa época, cuando empecé, prácticamente no existía la mica, todo era en cristal.

Los armazones eran de acetato y metal. El acetato había negro y carey, como le decían a ese color, mientras que el metal era pesadísimo. Para tallar los cristales eran máquinas totalmente manuales, donde cada cristal tardaba 40, 45 minutos, cada máquina era operada por una máquina. Ahora hay generadoras que en 40 segundos elaboran una mica”, explica.

Descubrir un mundo nuevo frente a sus ojos
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Lentes para tejer

María del Rosario narra que ella, desde pequeña, quedó fascinada por la optometría. Fue cuando acompañó a su abuela a una óptica para que le hicieran unos lentes. La abuela de María del Rosario era aficionada el tejido, y con los nuevos lentes se hizo un nuevo mundo para la mujer mayor.

“A mi me toca ver, muy seguido, que el paciente se pone sus lentes, con el armazón de pruebas y dice: ‘Ah, estoy viendo en tercera dimensión’. Los chiquitos preguntan si van a ver así, como con los lentes, como si fueran fotografías. Eso pasa cuando los niños desde muy chicos necesitan lentes, como a las siete años”, subraya.

Muchas ocasiones para estos niños que no veían bien y que acuden al optometrista, cuando los padres no sabían que necesitaban lentes, descubren un mundo increíble, único, algo que a María Rosario le sigue maravillando de su profesión, cuando ve las reacciones de menores y adultos cuando descubren un mundo nuevo frente a sus ojos, más nítido, claro, árboles con hojas.

Descubrir un mundo nuevo frente a sus ojos
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Desde la ubicación de la óptica, quienes acuden por unos lentes nuevos, dice María del Rosario, descubren cosas nuevas sólo de ver a la calle, como las torres del templo de La Cruz, o más allá, el cerro de El Cimatario, en perfecta línea recta en relación con la calle.

“Lo que les impresiona es que desde aquí pueden ver El Cimatario, algo que no se habían dado ni cuenta, que estaba aquí, derechito, derechito”, comenta.

Asevera que hacerle los lentes y el examen a un niño y a un adulto es muy similar e igual de complejo. Agrega que muchas ocasiones los padres de los menores los asustan con que los van a inyectar y llegan estresados.

Cuando pasa eso, dice, hay que ponerlos de buenas, decirles que aquí no les dolerá, o se les platica a los papás para que los lleven de buen ánimo, pues los niños, en su inocencia, creen que cuando son temas de salud los van a inyectar.

Otro fenómeno que se ha presentado en los últimos años con los millennials y hipsters es que no quieren usar lentes, “porque terminan con su personalidad”. Sin embargo, añade, hay sector de jóvenes que quiere usar lentes, “para verse más interesantes”, aunque no los necesiten.

Descubrir un mundo nuevo frente a sus ojos
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Variedad

La oferta de lentes es amplia, pues no sólo se surten y se hacen anteojos. Los lentes de contacto también están en la oferta de la añeja óptica, aunque los de armazón siguen siendo los más solicitados.

“Aunque eso depende de lo que tengan los pacientes. Otros jóvenes usan lentes por imitación, se quieren parecer a tal o cual artista, o quieren usar tal o cual modelo, porque lo trae el amigo, el primo, el tío. En general se usa mucho en acetato, tipo hipster. Las personas mayores están volviendo a lo que usaban de jóvenes, pero con materiales mucho más ligeros”, asevera.

En trabajo para María del Rosario, su hija Cecilia y su esposo, Roberto Lecón, es constante, entre 10 y 20 pares de lentes a la semana. Antes dependía de la época del año. Ahora es variable y constante durante todo el tiempo, a pesar de que hay mucha competencia, pero con sabiduría, María del Rosario dice que para todos sale el sol.

“Pero después de tantos años, estoy haciendo lentes para nietos de pacientes que empecé a atender a los 20 años. Afortunadamente hacemos un buen trabajo, y la mejor publicidad es la de boca en boca”, comenta.

Añade que la cadena de ópticas que hay en los centros comerciales pueden representar en buena medida competencia, pues van dispuestos a gastarse hasta 10 mil pesos, cuando en ocasiones los mismos lentes, pero en ópticas independendientes, como la suya, cuestan la mitad, siendo la misma marca y el mismo material, por lo que a la larga los clientes regresan, pues en la óptica no hay empleados que quieran vender por una comisión.

El negocio de María del Rosario y su esposo cuenta con aparatos modernos, pero sobre todo la calidez en el trato a los pacientes. A éstos, dice, siempre le recomiendan los mejores lentes, con los precios aceptables a sus presupuestos. Siempre tratan de dejar satisfechos a todos, con lentes de calidad, con los que vean bien y se vean bien.

La experiencia de María del Rosario llega a tal extremo que sólo de ver los lentes de los pacientes que entran sabe cuántas dioptrías requiere, lo que pone en evidencia el gusto por su trabajo. “Eso es lo que aquí me tiene trabajando, y espero aquí morirme, trabajando”, dice.

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