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“Encontré un refugio en la religión”

Don Emiliano, de 65 años de edad, comenta que lleva ocho años participando en la Procesión del Silencio, en el Templo de la Cruz

(DEMIAN CHÁVEZ. EL UNIVERSAL)
12/04/2017 |23:49
Domingo Valdez
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Emiliano César Ortiz era un hombre duro. Sin embargo, tuvo un punto de quiebre hace unos años, cuando le diagnosticaron enfisema pulmonar y estuvo al borde de la muerte. Su voz se quiebra y las lágrimas salen de sus ojos cuando dice que sus hijos junto con él decidieron participar en la Procesión del Silencio, como una manera de agradecer a Dios que le haya dado más vida.

Édgar de León tuvo su punto de quiebre hace cuatro años, cuando por las adicciones sufrió una separación sentimental, y encontró en la religión un refugio y la salida de su problema.

Don Emiliano, de 65 años de edad, comenta que lleva ocho años participando en la Procesión del Silencio, en el Templo de la Cruz. Narra que también padece de asma y de los bronquios, que lo postraron en el hospital hace un año, posterior al enfisema, por lo que no participó en esa ocasión.

“Le doy gracias a Dios que vivo, porque cuando estaba en esos momentos [en el hospital] le pedí mucho al Señor de Esquipulas. Le pedí mucho y gracias a Dios aquí estoy. Prometí traer a mis hijos, hablé con ellos y todos me concedieron”, narra entre lágrimas de devoción. Explica que participarán seis de sus hijos y cuatro nietos, así como uno de sus hermanos.

La primera vez que formó parte de la Procesión del Silencio, relata, fue poco tiempo después de salir del hospital, hace ocho años, por el enfisema pulmonar, y aun enfermo pudo participar, a pesar de que las molestias y la persistente tos que lo aquejaban.

Comenta que la primera vez tuvo la dicha de ser apóstol en el lavatorio de pies, lo que lo llenó de felicidad, aunque sabía que no podía mojarse ni estar en lugares fríos. “Fui, me lavaron los pies. Uno de los hermanos me cubrió al final con una chamarra y me dijo que me fuera a descansar”.

De oficio mecánico, recuerda que cuando le diagnosticaron enfisema, el doctor le dijo que ya no podía trabajar y sus propios hijos le dijeron que debía seguir las indicaciones del médico, situación que le cambió la vida.

“Mi vida fue otra. Me gané a mis hijos, yo no era digno de que me dieran un beso en la mejilla, los rechazaba. Mis hijos, mis nietos, mis nueras, ahora me dan mi beso en la mejilla y me siento halagadísmo. Inclusive muchos amigos me felicitan, porque era un hombre muy recio”, precisa.

La fe siempre ha estado presente en la vida de don Emiliano, pues también ha participado en las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe, por lo cual recibirá este año una medalla por 50 años de ir al Tepeyac, “si Dios me presta vida”, aclara. Además ha ido 25 años a San Juan de los Lagos.

El amigo de don Emiliano que lo invitó a participar en la Procesión del Silencio es Inocencio García Ramírez, de 82 años, en 2016 recibió un reconocimiento por haber participado 10 años.

Taxista de oficio, refiere que a don Emiliano lo conoció porque llevaba su carro a reparar y lo invitó a participar en la procesión. Inocencio comenzó a participar de manera espontánea, pues veía a sus tres hijos en el acto religioso y un día decidió también hacerlo. Le gustó tanto que ahora lo hace cada año.

En la fe se encontró. Édgar de León, quien también forma parte de la mesa directiva de la Procesión del Silencio, atiende en la pequeña oficina del Templo de La Cruz a quien llega para inscribirse a la tradicional muestra de fe y devoción. A quien se inscribe le pide su nombre y la cuota, pues durante cuatro días los participantes, hombres, mujeres y niños, se enclaustran en el templo, donde realizan un retiro religioso y reciben alimentos y hospedaje.

Recuerda que el año pasado se inscribieron 600 hombres a la Procesión del Silencio, aunque en total entre las Dolorosas y niños pueden superar los mil 500 participantes.

“Aquí cambié mucho mi forma de ser, mi actitud hacia las otras personas. Aquí llegué por algo y sigo por algo. Llegué aquí porque me separé y mi razón fue porque me metí al alcohol y la droga, y andaba perdido. Un compañero me dijo ve [a La Cruz], ahí encontrarás lo que estás buscando. Aquí encontré esa sanación que mi alma y mi corazón necesitaban”, subraya.

Comenta que le da gracias a Dios por haberlo sacado del alcoholismo y que hoy está en paz, dando amor a su hija, dejando en el Señor la llegada de una nueva pareja para recomenzar.

Mientras ese momento llega, o no, da testimonio “de que Dios existe y que forma matrimonios. Si te quita algo es porque te dará algo mejor”.

Respecto a los cuestionamientos de algunos sobre la práctica de esta procesión, Édgar dice que cada quien expresa y demuestra su fe a su manera. “Dios no vino por los justos, sino por los enfermos. Aquí estamos los peorcitos y al final de cuentas, si vemos la Biblia y los apóstoles, no eran todos buenos. Dios cambia, a mi me sacó de alcohol y drogas”, puntualiza.

También ellas participan. Afuera del Templo de La Cruz se pueden inscribir las mujeres, cuyo límite para apuntarse es el Jueves Santo en la mañana. Dos mujeres esperan en una mesa a que se inscriban.

Una de ellas es Clementina López Jiménez, lleva 18 años participando en la Procesión del Silencio, por una manda. “A uno de mis hijos lo atropellaron y le prometí a la Santísima Virgen que si sacaba a mi hijo con bien yo me iba a dedicar a ella. Y los sacó, ahí anda el hijo, ahora tiene 27 años. Incluso él también participó del 2005 al 2015, como Simón Cirineo y como san Juan”, explica.

Sus hijas también participaban, pero lamenta que ahora que ya han hecho sus vidas y se casaron los esposos no las dejan, situación que nunca ocurrió con ella, pues su marido siempre ha estado a su lado, apoyándola.