El descanso es breve. El recorrido en camioneta hasta Laredo, Texas, donde saldrá la Caravana del Migrante, retoma su rumbo después de dormir un par de horas en un hotel de Waco.
A diferencia del paisaje blanco de Michigan, donde los árboles aún mantienen los copos de nieve de la primera nevada, en Texas, todo es verde. De una temperatura de menos tres grados en White Pigeon, en este estado el termómetro supera los 10 grados Celsius. Hay sol y el viento refresca.
Los Monrroy se detienen en esta ciudad texana pues una hermana de Heriberta —la esposa de Braulio Monrroy— vive en los suburbios. De White Pigeon a Waco hemos recorrido mil 830 kilómetros, durante 17 horas aproximadamente.
Tere es el nombre de la nuera de Braulio y desde que llegó a Estados Unidos, hace 13 años, no ha visitado a su familia en México. Dentro de su casa, está Génesis, su hija de cuatro años, y Santi, un bebé de unos dos años de edad que cuida por las mañanas, mientras su madre trabaja.
Aunque las dificultades para cruzar la frontera son numerosas, varios miembros de la familia de Heriberta han logrado asentarse en Estados Unidos. Tiene alrededor de cuatro hermanos en este país, además de primos y otros familiares.
Fue precisamente por Texas, donde, en los 90, Braulio pasó con su esposa y sus dos hijos mayores (éstos no contaban con papeles) a Estados Unidos, donde él ya laboraba con documentos en regla.
“Pensé en pasarlos (por avión) como si tuvieran papeles, pero no me quise arriesgar porque dije: de seguro me los van a quitar. Entonces, hicimos un plan… Pasamos como a la una o dos de la mañana, y como ellos estaban chiquitos hicimos que se durmieran. Obvio nos pararon y nos preguntaron ¿Traen papeles? Queremos verlos Y que nos dicen: ¿Quién más viene? Yo dije: Mi familia, pero vienen bien dormidos… ¡Ah, está bien, váyanse! Y así fue como nos dejaron pasar”, relata.
No obstante, después de lograr la residencia de sus cinco hijos en 2008, Braulio logró establecerse en este país pese a las dificultades por la falta de educación y la barrera lingüística.
Cuando se vino a Estados Unidos desde Jalpan, Braulio no había terminado ni la primaria, además el inglés era un idioma para él desconocido. Ese fue uno de sus principales problemas cuando Braulio tuvo su primera oportunidad como contratista.
“Empecé a tocar puertas, pero para el inglés yo no sabía ni qué onda. Estaba en cero. En mi tierra muy a fuerzas hablo español, pero cuando llegué a Florida tuve una experiencia difícil”.
Cuando Braulio llegó a trabajar en el campo, la mayoría de los compañeros de trabajo eran hispanos; razón por la cual hablar inglés no era una prioridad ni una necesidad urgente. Hasta que un conocido suyo, lo invitó a trabajar en Orlando, Florida.
“El que me contrató hablaba español, pero cuando llegó a Orlando, habló en puro inglés… Luego íbamos a algún restaurante y me señalaban y decían cosas. Yo miraba y creía que me preguntaban qué quería comer. No sabía nada…y me decía: ¡Hasta de hambre voy a morir por no saber inglés!”
“(En una de las ocasiones) venía en el camino y pasamos a un McDonald’s. Algo se me ocurrió y de pura chiripada pedí un happy meal (menú infantil de ese restaurante). Me dieron una hamburguesita, un juguetito y un juguito, y a todo mundo le dio risa. Me preguntaron si no tenía hambre —en español, ahora sí—. Yo con el coraje dije que no, que no tenía hambre y que por eso había pedido eso. Ni me acabe toda la hamburguesa, nada más comí la mitad, y todo por decir que no tenía hambre”.
“Esa experiencia me hizo recapacitar y me sirvió para decir, estoy mal, tengo que aprender el idioma”, reconoce.
Después de descansar un par de horas en la casa de Tere, la familia retoma el recorrido. Queda el último trecho: atravesar Texas, el segundo estado más extenso de Estados Unidos, después de Alaska. Hacerlo toma entre seis y siete horas.
Al retomar la carretera, el camino por la autopista atraviesa las ciudades de Temple, Round Rock, Georgetown y Austin. Después de seis horas, la familia llega finalmente a Laredo.
La oscuridad ya ha caído sobre esta ciudad, una vez que las dos camionetas de los Monrroy se estacionan en un hotel ubicado a unos cinco minutos de distancia, en automóvil, de la línea fronteriza entre México y Estados Unidos.
Los siguientes días no serán más que de organización y preparativos, antes de retomar la marcha hacia Jalpan de Serra en la madrugada de este jueves.