Amanecimos a 2 grados centígrados pero la sensación térmica es de una temperatura menor; revisamos los teléfonos y en algunos casos la aplicación nos marca temperaturas por debajo de los cero grados centígrados; lo que es un hecho es que el frío nos ha entumecido la mayor parte del cuerpo, pero ya es hora de irnos. La jornada en el albergue invernal de San Juan del Río terminó.

El albergue fue habilitado por Protección Civil (PC) municipal desde hace algunas semanas para recibir a personas sin hogar que comúnmente duermen a la intemperie; ha sido difícil que la gente acepte usar el lugar, pero eso pasa cada año según nos refieren.

Esa noche hubo más personas de lo habitual y era de esperarse pues el frío pegó muy fuerte en la cabecera municipal.

Llegamos a las 8:30 de la noche anterior a la Estación que PC tiene en la zona del Cecuco; a un costado de la estación está el albergue: un salón del tamaño de un aula escolar con algunas divisiones, habilitado con colchonetas y cobijas para que los usuarios puedan pasar la noche. A la entrada hay un garrafón sobre una máquina para calentar agua, vasos desechables y un bote de café. Son las provisiones.

Por lo general van menos de 10 personas, de hecho la cifra máxima que han registrado es de 16 usuarios, principalmente hombres, pero esta noche el registro dice que hay 11 personas.

Cuidan las cosas.

El albergue tiene reglas muy específicas y son cumplidas por quienes acuden con mayor frecuencia, una de ellas es no llegar en estado de ebriedad o bajo influjo de drogas, así como dejar en su lugar las cosas que se les prestan para dormir, sobre todo las cobijas, porque esas son las que más se necesitan.

Gustavo Vega Ortiz, conocido por el personal de PC y por los usuarios del refugio como “El Michoacano”, acude diariamente al albergue durante el tiempo que es habilitado. Como su mote lo refiere es originario de Michoacán y llegó hace seis años a San Juan del Río, donde se dedica a la albañilería pero no tiene un lugar para vivir; en estos años se ha vuelto uno de los más responsables del albergue, pues se encarga de cuidar lo que hay y organiza a los usuarios para que limpien el lugar antes de irse; la rutina se repite diariamente.

Lleva puesto una chamarra ligera y unos botines manchados por la tierra de la obra en la que trabaja, no hay necesidad de cambiarse para dormir pues esa es la única ropa que tiene. Toma su cobija y se acomoda en su colchoneta, pero antes les recuerda a sus compañeros que la luz se apaga a las 10 y que está prohibido llevarse las cobijas.

Los usuarios son casi los mismos todos los días. Las razones por las que llegan a este lugar son diversas, pero no todos se deciden a platicar. Intentamos hablar con algunos de los que llegaron esta noche, sin embargo apenas y contestan con monosílabos.

Estábamos por salir del albergue para ir a un recorrido en la zona centro de la ciudad y comenzamos a platicar con un joven. Le llamó la atención que quisiéramos hablar con ellos y poco a poco nos va diciendo que tiene 23 años y es originario de Tapachula. Está acostumbrado al clima cálido y este frío lo hace sufrir, pero no tiene más prendas que el uniforme que le dieron en la empresa de seguridad en la que trabaja.

Llegó hace un año a San Juan y en ese periodo ha dormido donde puede, a veces en la calle o a veces le ayuda que sus jornadas laborales son de 24 horas y no duerme todos los días. Aguanta las jornadas y las precariedades porque el sueldo aquí es mayor que en su tierra natal; hasta ahí llega nuestra conversación y no nos cuenta más. Dejamos de insistir y nos marchamos, más tarde regresaríamos.

No van al albergue.

El responsable de la guardia de PC de esa noche fue Román Ruiz Jiménez, un experimentado rescatista que también forma parte de la organización Topos Azteca. La guardia de consta de cuatro elementos y dos unidades en las que acudimos a realizar otra de las labores del albergue: invitar a las personas a que usen el refugio.

En la patrulla empezamos a preguntar cuántas personas más van al albergue y la respuesta fue que casi nadie quiere acudir. Es difícil creer lo que nos cuentan, sobre todo porque el frío cada vez se siente más, pese a que traemos chamarras y gorros para cubrirnos; nuestro sentido común nos hizo creer que nadie se negaría a dormir bajo un techo, estábamos por romper nuestra hipótesis.

Llegamos a la zona de los portales, en el centro de San Juan. Esta zona es muy conocida por el restaurante y el hotel que ahí se encuentran; durante la noche es el dormitorio de artesanos indígenas y de indigentes que usan los portales como techo bajo el cual pasar la noche.

El pronóstico se cumplió y ninguna de las personas aceptó ser tras- ladada al refugio. Aceptaron una pieza de pan y un vaso de leche que los elementos de PC les ofrecieron pero nada más. Observamos la escena e intentamos convencer a las personas que están ahí y entonces entendimos la razón del rechazo.

Junto a su hermana y su abuela, Rosalinda duerme en el piso sobre unos cartones, ella es indígena y viene de Santiago Mexquititlán, en Amealco; vende artesanías en un puestecito en la avenida, a unos metros de donde duerme. Las tres mujeres se envuelven con una cobija y usan una capa de lana que es parte de la vestimenta tradicional. La zona donde están acostadas está bardeada por montones de cartón que la abuela recogió durante el día.

Les dijimos que iba a hacer más frío pero insistieron en quedarse. Mientras hablábamos con ellas varias personas llegaron a repartirles comida y algunas prendas. Pasaron pocos minutos y una mujer compra las rebanadas de pastel que un niño vendía y le dice que se las entregue a quienes estaban tendidos en el piso; Rosalinda volteó a vernos y nos dice en voz baja: “es que vienen a dejarnos cosas”. Terminamos y volvimos al albergue, ya no hubo cambio en la cifra de los usuarios.

En la jornada de ese día PC recibió 29 reportes de accidentes o apoyo por situaciones de emergencia. Después del recorrido para llevar gente al albergue acudimos a una volcadura de un vehículo sobre la carretera 55; después a las 4:00 de la mañana fuimos al reporte de un incendio de un autobús. En cada uno de los reportes la atención es inmediata pese al frío.

Cerca de las 7 de la mañana nos damos cuenta que concluyó nuestra jornada. Con las manos y pies entumidos nos despedimos del personal del albergue; para nosotros fue una de las noches más frías, pero para ellos el frío sólo fue un ingrediente extra que llega por temporada a sus jornadas de trabajo.

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