Más Información
En mi época en este día acostumbraba llevar serenata”, afirma Esteban Gómez, quien señala que la situación económica de las nuevas generaciones no se los permite. Viudo desde hace 17 años, asegura que el amor eterno sí existe, pues a la fecha recuerda a quien fue su esposa durante 49 años.
Esteban, vestido con camisa color blanco, saco verde pistache, pantalón negro y sombrero, come una gelatina mientras observa pasar a la gente y ve a la vendedora de globos.
Dice que es de 1930, tiene 87 años, y el Día de San Valentín no se celebraba como se hace ahora, lo que se acostumbraba en aquellos años, a mediados del siglo pasado, era llevar serenata con un trío a la “prenda amada”.
Dice mientras ríe que además de muchas ganas para cantar al pie de los balcones, llevaba su “anforita”, para aclarar la voz y entonarse.
Esa era la época aquella de los novios que llevaban las serenatas, tradición que ya no se acostumbra, señala, pues en la actualidad, “todo aquel que tiene su novia no tiene dinero, y para contratar un trío cuesta mucho dinero, entonces ahora le llevan su globo, la llevan al cine y punto”.
Narra que aquella vida de bohemia lo llevó de Pachuca a la Ciudad de México, pues los tiempos y las formas de interactuar con el sexo opuesto eran diferentes. Ahí fue cuando Esteban decidió aprender a bailar. El danzón arrebató su corazón y le daba oportunidad de conocer señoritas.
“En México no salía de los salones Los Ángeles, California, Salón México, Dancing Club, del danzón, de la Sonora Santanera, era muy bonita esa época. Todavía aquí en la actualidad hay baile de vez en cuando, los domingos”.
Esteban recuerda que tuvo “una que otra novia”, cuando tenía 20 años, “tenía una, dos, tres novias, más o menos. Acababa con una y agarraba otra y así”.
Indica que actualmente es viudo, desde hace 17 años. Le quedan sus seis hijos, fruto de ese matrimonio. Todos profesionistas, dice un orgulloso Esteban, pues además algunas de sus hijas se dedican a las bienes raíces.
Pero el hombre regresa al pasado. Dice que trabajó casi toda su vida en la armadora de camiones DINA, en Ciudad Sahagún, Hidalgo, además de en otras firmas armadoras de automóviles y tractocamiones, hasta que en 1990 se retiró, por lo que desde esa época está jubilado.
Precisa que cuando se jubiló buscó con su familia un lugar donde vivir el retiro. Su objetivo era Guadalajara, Jalisco, o San Luis Potosí, pero pasaron por la ciudad de Querétaro y se enamoraron de la belleza de la ciudad, su limpieza, su seguridad, buen clima, por lo que se asentaron aquí.
Su rostro toma otra cariz cuando recuerda a su esposa, Josefina Pozos de Gómez, con quien compartió casi medio siglo de vida, pues un año de cumplir sus bodas de oro, su compañera de vida murió. “Se fue, y yo también ya voy para allá arriba, ya tengo 87 años. Me casé en 1950. Cuando murió íbamos a cumplir las bodas de oro, pero se fue un año antes, ya no llegamos a las bodas de oro, duramos 49 años”, apunta.
Esteban guarda silencio unos segundos, luego afirma que sí, existe el amor eterno. “Existe, porque aunque ya no vive mi esposa o la pareja, siempre la recuerda uno. Ahorita estoy aquí, pero estoy pensando que si estuviera mi esposa, aquí anduvieramos paseando, pero no se pueda”, asevera.
Sin embargo, asegura que luego ha tenido amigas, hechas principalmente en las tardes de baile, pues son parejas con quienes practica ese pasatiempo. Añade que a la fecha sigue bailando danzón, pues el amor al baile también lo hacía viajar de Pachuca a la Ciudad de México, para encontrar el amor entre notas musicales.
Esteban no aparenta las casi nueve décadas de vida que tiene. Su andar es recto, su pensamiento lúcido y sus sentidos agudos, apenas un poco de molestias en el oído, pero se conserva en forma. Se retira, luego de enseñar su colección de billetes antiguos, de aquellos con Chac Mool, o con doña Josefa Ortiz de Domínguez de un lado y del otro Los Arcos, dinero que se usaba hace mucho tiempo y que atesora.
Su figura se pierde en la multitud y entre los jóvenes que prestan poco atención a este hombre de paso lento, que ha visto cómo las costumbres se modificaron en un siglo.
Amor entre globos
Sentada no muy lejos del lugar donde Esteban comía su gelatina, Karina Díaz Ramírez sostiene sobre un bote más de 200 globos alusivos al Día del Amor y la Amistad. La mujer es joven, con no más de tres décadas de vida. Viste jeans y una sudadera azul, mientras espera vender su mercancía a los enamorados o amigos que quieran ofrecer un detalle en el Día de San Valentín.
Explica que desde hace 10 años vende globos. En esas fechas, dice, vende muy bien. Para ello debió de comenzar a inflar globos desde las 5:00 horas, pues los compran y posteriormente sólo los llenan de helio.
Su jornada terminará hasta las 23:00 horas, pues en estos días hay clientes hasta altas horas de la noche, aunque las ventas dependen mucho del día de la semana que caiga el 14 de febrero.
“Como cayó entre semana, nos va mejor, porque el 14 hay intercambios, y los que compran un día antes, son los que regalan temprano del 14. Ya los de la tarde son para la novia, la amiga o así”, precisa.
Todo el día la pasa en la calle. Come y bebe en la calle, donde, dice, le llevan algo de comer después del mediodía. Señala que vive en unión libre desde hace 11 años, relación de la cual tiene una hija de 9 años de edad. Añade que estas fechas también recibe su regalo “aunque no es globo” (ríe). Dice que por lo regular son artículos para el hogar o para ella.
“El amor es compartir una vida entera, compartirle todo, sin secretos, sin trabas, para mi es eso el amor”, asevera.
Recuerda que el regalo más significativo que recibió en estas fechas, coincidentemente, fue un globo con un “mono que decía i love you”, que recibió en el primer Día de San Valentín ya viviendo con su pareja y que aún conserva.
Su pareja, puntualiza, se dedica a la elaboración de nieves y le ayuda de vez en cuando en la venta de globos.
Ella también le ha hecho regalos especiales a su pareja. “En ese tiempo nos robaron una camioneta que teníamos, y él, cuando la recuperó, la camioneta no tenía radio. Entonces duramos como dos años sin el estéreo y fue lo que le regalé. No teníamos dinero es esa época, pero hice el esfuerzo de comprarlo. Creo que ha sido lo que más le ha gustado, y todavía lo tiene”, acota.
Karina se dice una convencida de la existencia del amor eterno, pues lo comprueba y lo vive a diario al lado de su pareja.
Estas fechas también son buenas para restaurantes y florerías, pues las parejas y los grupos de amigos suelen salir a comer juntos y hacerse algún presente. Dos florerías del primer cuadro de la ciudad lucen llenas de arreglos y ramos de flores que esperan por románticos compradores que las regalarán al objeto de su deseo.
Otro lugar tradicional para pasar el 14 de febrero son los moteles que se ubican, por lo regular, en las orillas de la ciudad o en los municipios conurbados, hasta donde las parejas acuden por unas horas, pues en este día las habitaciones se suelen rentar en muchos moteles por tres horas.
La razón de esta “renta fugaz, casi precoz”, es la demanda que tienen estos sitios, muchos de los cuales también cuentan con servicio de restaurante y bar, por lo que las ganancias que obtienen son superiores a sólo la renta de la habitación. Los más buscados son los autohoteles, donde las parejas pueden tener más privacidad, al guardar sus vehículos bajo la habitación, debidamente resguardado por una cortina, para evitar miradas curiosas, pues al final “el amor es una cosa esplendorosa, hasta que te cae la esposa”.
Las costumbres, las formas de cortejar y alagar a la pareja han cambiado con los tiempos. Mientras los recuerdos de una época lejana se pierden en la memoria de los mayores, los más jóvenes inventan sus rituales, que un día serán recordados como “las bonitas tradiciones de antaño”.