Hace 52 años que María Luisa Torres Sánchez aprendió a hacer figuras de cartón, los Judas son de los predilectos y más vendidos en Semana Santa, representados en la figura de un diablo, con cuernos, manos pequeñas y una rueda de carrizo que le rodea la cintura.
La tradición marca que durante el Sábado de Gloria, Judas, quien entregó a Jesús a cambio de 30 monedas de plata, es quemado ante una multitud que cobra justicia por la muerte y crucifixión de su profeta.
Con los dedos manchados de pólvora, María Luisa fija el carrizo a la cintura del diablito de cartón, a través de un hilo de cera que corta con un cuchillo de cocina; sentada en su silla, atiende el puesto en el Jardín Guerrero.
Ella y sus hijos, que tienen dos puestos más, ofrecen las figuras de cartón para seguir la tradición de la quema de Judas; apenas 80 pesitos cuestan los diablos, que para su elaboración requieren de días de trabajo.
Así pasa los cinco días que le dan permiso de instalarse en el Centro Histórico, como parte de la celebración de los días santos. Por el puesto desfilan decenas de familias que llegan al primer cuadro de la ciudad para visitar los siete templos, para la Procesión del Silencio o sólo a pasear.
Doña Luisa aprendió de su esposo. Cuando se casó con José Suárez, quien este 2017 cumple nueve años de haber fallecido, su oficio de plomero lo combinada con la vocación de la artesanía de cartón, que aprendió de su papá.
“Es herencia de mi esposo, desde 1965 que le aprendí, porque también a algunos de mis hijos desde chiquitos se los traía al puesto y, en cada temporada, los traía con mandados: que le pasaran el hilo, que le pintarán, que lo ayudaran con los moldes. Es una herencia, mi esposo es lo que nos dejó y, ahora, nosotros le seguimos con la tradición de cada año”.
En aquella época de los 60’s, a su familia le tocó ser de los primeros queretanos que le entraron a la artesanía de cartón, desde entonces, no puede faltar el puesto de los días santos.
“Mi esposo era plomero, pero en sus ratos libres se ponía con mis hijos y nos enseñó a hacer todo esto; por eso lo hacemos, nos gusta, tengo otros tres hijos que también se dedican a esto, ellos solo venden en estos días santos y yo también le trabajo en los puestos del Día de los Difuntos”, dice.
El puesto de María queda a espaldas a la calle 16 de Septiembre, es el que da la entrada al pequeño tianguis de Semana Santa, que se autoriza para vender productos tradicionales; a su lado, dos puestos pertenecen a sus hijos.
“Son otros dos puestos, son de mis hijos, que también aprendieron el oficio. Yo tuve 11 hijos, pero sólo me sobreviven 10 y sólo a ellos les interesó y les gustó seguir. Otros se dedican a otras cosas, tienen sus familias y aquí le trabajamos”, refirió.
Meses antes de Semana Santa, María Luisa prepara el taller. Cuenta cómo es el proceso de elaboración: “Tengo los moldes de la cabeza, del cuerpo y de los cuernos, con un engrudo ponemos pedazo por pedazo, cuando se seca lo sacamos del molde partiendo el cartón por en medio y luego lo pegamos. Luego viene la base de la pintura, una mano de pintura de aceite y los adornos. Usamos del papel de los sacos de masa y, en algunas partes, ponemos periódicos, porque ese es más manejable”.
Tiene moldes de los Judas diablitos, de catrinas y calaveras; también sabe hacer las muñecas tradicionales, pero a esas no les sabe pintar las caritas y por eso no las elabora.
Luego de la Semana Santa, descansa un mes y comienza los preparativos del Día de Muertos, cuando hay más variedad de figuras para los altares.
En el puesto, mientras trabaja, debajo de la base en donde exhibe sus figuras, está Lupita; es la menor de sus hijas, una mujer adulta que tiene dificultades de salud y que depende solo de su madre para sus cuidados.
Ella y su esposo José eran un apoyo mutuo para cuidar a la hija menor, pero desde que él falleció ha enfrentado las dificultades de salud sola, con el apoyo de sus demás hijos.
“Antes nos acompañábamos, entre los dos atendíamos a Lupita, ahora sólo somos nosotras, es mi niña y le echamos ganas juntas; antes con mi marido la cuidaba ella o yo, hace poco nos tocó que la operaran de un pulmón y es más pesado”, refiere.
A pesar de la edad, las manos de doña Luisa lograron trabajar más de 20 figuras; a los Judas le son atados carrizos que contienen pólvora, se cuelgan en un punto fijo y al prenderle fuego, la presión hace que den vueltas, un momento que combina la tradición con el espectáculo.
“Le tenemos que seguir trabajando, es lo que nos ayuda a salir adelante. La gente nos busca mucho, pero lo pagan bien barato. Hay personas que ya nos conocen y luego se van a ver los demás puestos y, no es por nada, pero aquí hay mucha calidad, allá son otras formas de trabajar, luego no más traen unos parches qué ¡ay dios!”, señala.
El manejo de la pólvora requiere permisos especiales, pero con la unión de comerciantes logran obtenerlos, cumpliendo las medidas de seguridad.
Además de los puestos de su familia, dice que hay otros que vienen de estados como Guanajuato. Desde Celaya llegan más de 10 comerciantes para colocar la mercancía, lo que para ellos constituye una competencia desleal.
“Nosotros tenemos años aquí, pero ya todos los demás vienen de Celaya porque allá no los dejan vender, tienen años viniéndose para acá ,porque simplemente no los dejan. Prácticamente somos la única familia que seguimos con el negocio, porque ya no identifico a los otros de los puestos, no sé si son de aquí o todos vienen de allá”.
“No es por nada pero la verdad es que hacemos cosas de mucha calidad, bien bonitas, mis hijos haces figuras de los equipos de futbol, los Gallos, del América, de las Chivas, mi esposo antes hacía Cantinflas, cosas más elaboradas. La venta cada vez parece menos, hay días que sí están flojitos, años en los que no se vende tanto, pero ahorita sí se está vendiendo”, apunta.
La venta de los Judas llegó a su mejor momento el pasado jueves, cuando miles de personas abarrotaron el Centro Histórico para llegar a los siete templos; el viernes, la Procesión del Silencio atrajo más clientes y, minutos antes de la ceremonia de la quema, las personas también buscan sus figuras.
“Mi papá me traía de bien chiquito, desde los tres años nos poníamos a ayudarle con las figuras, pasándole la pintura, tenemos añísimos en esto”, cuenta Raúl mientras corta hilo de cera que sirven para colgar los Judas. En los puestos, retocan sus moldes, colocan la pólvora y los exhiben con colores vibrantes, algunos detalles en dorado, en algunos lucen los cuernos retorcidos, los bigotes y la barba de chivo.
María Luis, acompañada de sus hijos José Jesús Rogelio, Raúl Sánchez y Margarita Sánchez —quien llegó desde Los Ángeles, California, para visitar a su mamá en las vacaciones— se sienten orgullosos de la tradición que se mantiene, la madre, los hijos y algunos nietos, que también apoyan en la elaboración, quieren seguir por muchos años esta herencia familiar.