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El lunes 13 de febrero las vidas de Francisco Vázquez y su esposa e hijos se trasformaron drásticamente cuando una redada cercó el paso al barco en que se encontraba trabajando. Horas después sería deportado a México luego de 10 años de no regresar a su país. Inicialmente pensó en escapar, pero no corrió con la misma suerte de otros compañeros, pues la embarcación en la que iba no llegó a puerto a tiempo.
Originario de Huimilpan, uno de los municipios queretanos que más mano de obra exporta a Estados Unidos, Fran, como lo llaman en su familia, comenzó de forma habitual la jornada laboral del pasado lunes. El día pintaba para ser normal. Él, otro marinero y el capitán del barco salieron alrededor de las cinco de la mañana del muelle de Fulton, Texas, y antes del amanecer estaban listos para trabajar. Ninguno tenía documentos.
“Como a las dos horas que llevábamos trabajando empezamos a ver muchas lanchas. Agarraron primero a otro barco y duraron como 30 minutos con él. Yo pensé que era sólo la policía, pero iban acompañados con los de Migración.
“Otros compañeros nos llamaron para avisarnos que ya llevaban un barco escoltado al muelle, pero no sabíamos cómo escaparnos. Tratamos de ir para el muelle mientras iban con otro barco. Ya mero íbamos llegando al muelle cuando se regresaron por nosotros”, relata.
Al barco en el que se encontraba Fran le faltaba menos de una milla para llegar al muelle cuando una lancha los alcanzó. Un policía los detuvo y les preguntó si tenían visa, papeles o algún permiso para trabajar. Ante la negativa, un agente del ICE (Immigration and Customs Enforcement, por sus sigla en inglés) los condujo a la orilla, donde había varias camionetas en espera de la gente que iban llevando.
“Yo pensé que si alcanzaba a pegar el barco a la costa podía brincar y correr, pero no llegamos y ahí no te dan permiso a nada. Sólo agarra tus pertenencias y ya”.
El agente del ICE que detuvo a Francisco era un cubano. Antes de subir a una de las camionetas le pidió que lo dejara ir y le explicó que nada más estaba trabajando: “no puedo”, le contestó. De forma rápida, Francisco envió un mensaje de voz a su esposa diciéndole que los habían agarrado y que no se preocupara.
Refiere que hubo personas que lograron escapar porque los barcos no regresaron al muelle, sino que se siguieron hasta Galveston.
Una década como indocumentado
El pasado 27 de enero Fran celebró su cumpleaños número 27 con su esposa y sus cuatro hijos en la ciudad de Galveston, Texas, sin saber que dos semanas después su vida daría un vuelco de 180 grados.
Desde hace 10 años Galveston se convirtió en su lugar de residencia. En Texas, Francisco trabajaba en la pesca de ostión. Se fue a Estados Unidos por primera vez cuando tenía 15 años, y desde entonces ha cruzado la frontera sin papeles dos veces.
La primera vez que viajó al país vecino trabajó un año y ocho meses con sus hermanos en el cemento en la ciudad de Atlanta, Georgia. Entonces ganaba 100 dólares por día. Regresó a México por dos meses y luego cruzó la frontera por segunda vez. Entonces era soltero. Conoció a su esposa en Querétaro y se reencontraron en Texas. Ella tampoco tiene papeles.
“Tres de mis hijos son nacidos allá [en Estados Unidos] y uno es nacido aquí. Al nacido aquí nos lo llevamos cuando tenía menos de un año y ahorita ya tiene 9. Es una niña. Tengo un niño de 7, otra niña de 5 y una chiquita que el 9 de febrero cumplió un año. Allá se quedaron los cuatro niños y mi esposa”.
Francisco vive con su familia en Galveston, pero recientemente se trasladó a Fulton porque en Galveston se acabó el trabajo. Tres horas separan a Fulton del río Bravo.
“Los primeros días que llegamos a Fulton había bastante ostión. A veces trabajábamos cuatro horas, terminábamos lo que teníamos que hacer y nos regresábamos al muelle a descargar el producto. Últimamente había bajado el trabajo. Empezábamos a las 7 de la mañana y a veces daban las 4 de la tarde sin que completáramos el límite de 40 costales de ostión por día. Antes, cuando había, hacíamos 10 sacos por hora y ahorita que ya no eran 30, en ocho o nueve horas”, comenta.
En el tiempo que lleva en Estados Unidos, Francisco nunca ha tenido problemas con la justicia. En una ocasión lo detuvieron en Luisiana, pero lo soltaron porque solamente estaban checando récords criminales. Eso fue hace dos años.
“Tal vez ahora podía pelear con un abogado, pero no me esperé porque si lo hacía me tenía que quedar de tres a seis meses encerrado en lo que dictaba sentencia el juez. No quise estar encerrado y firmé la salida voluntaria”.
Su esposa quería que no firmara, le dijo que buscaría un abogado, y aunque Fran está consciente de que pudo haber salido allá, está dispuesto a echarle ganas a lo que sigue. “Por un lado está bien porque vine a ver a mis padres. Hay veces que otros no los alcanzan a ver o vienen cuando ya están en la caja”, sostiene.
A las 7 de la mañana de este miércoles Fran llegó a su casa paterna luego de 10 años de no regresar a México. Entró con sus botas de hule del trabajo y tal como lo agarraron los agentes de migración. Con la preocupación de su esposa e hijos, pero agradecido con la vida por la oportunidad de poder ver a sus papás, anticipa que en un mes buscará cruzar la frontera nuevamente.
“Me voy a regresar. Está difícil, pero primeramente Dios sí se puede. Yo creo que ya no voy a ir por monte. Voy a buscar otra vía. Hay unos que dicen que viajan en tráiler. Yo creo que voy a tratar eso”, refiere.
“Vieras qué tristezas con ese hombre. Estaban diciendo en la tele que anda haciendo muchos divorcios a fuerzas”, comenta el papá de Fran. Don Francisco se refiere a Donald Trump, el nuevo presidente de Estados Unidos.
“Por un lado está bien, porque vine a verlos a ustedes”, revira Fran. En la familia son 13 hijos, ocho hombres y cinco mujeres, de los cuales cuatro están en Estados Unidos. Sólo una de las hijas de don Francisco, Irene, tiene papeles. Su marido se los tramitó.
El jefe de la familia continúa: “Tengo un regadero. Cuando estaban todos chiquillos me decían las muchachas que les apartara a tal o cual muchacho. Les gustaban por trabajadores. Se los llevaron a todos de volada. Por eso no hay que crearlos muy bonitos, porque vuelan. Llega el gavilán, estira las uñas y se los lleva”, sostiene.
Don Francisco se la ha pasado en el rancho, donde, asegura, sale uno al campo y con unos nopalitos, frijolitos, huevitos o un pollito que se críe se mantiene uno bien. Así crecieron todos sus hijos.
Pregunto a don Francisco si conoce Estados Unidos. Responde que una vez fue y logró cruzar, pero al grupo en que iba lo agarró Migración ya estando del otro lado de la frontera. “Fui a conocer el río para que no me contaran”, bromea.
Refiere que entonces podía caminar, pues ahora le duelen mucho las rodillas, aunque se hace el fuerte. Explica que cuando fue contratista le entró bien duro a la cerveza. “Me daba gusto que ganaba dinero. Me gustaba la carne, comer bien, y tomaba cerveza como rico. Ahora están resultando los bienes”.
Fran no ve una posibilidad cercana de quedarse en México y que su familia se regrese de Estados Unidos. Explica que quiere estar otro tiempo allá porque se le hace más fácil.
“Ahorita andaba ganando entre 200 y 250 dólar por día y aquí tengo calculado que pagan como 250 o 300 pesos por día. Aquí las cosas están muy caras. En la frontera iba a comprar un cargador para teléfono y me costaba 400 pesos. Imagínese, para comprar un cargador trabajando aquí, e incluso no lo compré. Es mucho dinero. Allá cuestan de 5 a 10 dólares o hasta más baratos, y si gano 200 dólares no es nada un cargador. Se me hace difícil. Necesita uno buscar un buen trabajo”.
Fran reconoce que entre la comunidad latina hay miedo de ser deportados. Es común, dice, que el tema se toque entre los conocidos. Incluso se habla de que en ciertos estados la policía está yendo a las casas a tocar para buscar indocumentados y aunque en algún momento le gustaría que él y su familia regresaran a México, es una posibilidad que no ve cercana en el corto plazo.