Mientras la columna de peregrinos salía del Templo de la Congregación en el corazón de la capital, debajo de un puente peatonal —después del entronque de Constituyentes con Bernardo Quintana— cientos esperaban a más devotos guadalupanos bajo el oscuro cielo de la madrugada.
Algunos con estandartes de sus decanatos; otros, sentados en las banquetas, tomaban un café que algún buen hermano guadalupano había preparado específicamente para esos minutos de espera.
Estaban listos para iniciar la marcha rumbo al cerro del Tepeyac en la Ciudad de México, con su singular sombrero, mochilas y bancos plegables sobre los hombros.
Algunos acompañados por su familia que no peregrina pero está ahí como un gesto de apoyo y para desearles buen viaje, aunque también están los que aprovechan la ocasión para permear entre los miembros más pequeños de la familia la tradición del fervor guadalupano.
Salvador Hernández Hernández es un padre de familia originario del municipio de San Juan del Río que esperaba entre esa creciente multitud y junto a él, su hijo Ángel Yahir y su sobrino Roberto Sebastián.
“Es una tradición, algo que también me inculcaron mis papás y mis tíos a su misma edad”, afirma Salvador en entrevista con EL UNIVERSAL Querétaro.
Sin ninguna manda por cumplir, simplemente con la intención de expresar su fe hacia la Virgen de Guadalupe y permear ese culto entre las nuevas generaciones, es por lo que Salvador vive por enésima vez la peregrinación con la que agradece las bondades recibidas durante el año para él y su familia.
Don Bernardino Reséndiz es otro peregrino que esperaba a la altura de una universidad privada al grupo de caminantes que encabezó el obispo Faustino Armendáriz.
Hombre de avanzada edad, que experimenta este año su vigésima peregrinación a la Basílica de Guadalupe. Junto a él esperaba su esposa, su hija y su nieta, quienes despertaron de madrugada para encaminar a su esposo, padre y abuelo.
Para él, caminar con sus hermanos guadalupanos tiene beneficios en su salud al ejercitar el cuerpo con largas caminatas, también se genera amistad y se fortalece la buena relación entre la familia, así como la amistad entre los vecinos al pertenecer a un mismo decanato guadalupano.
Arturo Vargas Medellín llegó al punto de encuentro entre los límites de los municipios Querétaro y El Marqués con su hermano Juan Darío Vargas y su hijo Alan Vargas de 12 años.
“El primer año que peregriné, hace seis años, fue por cumplir una manda, pero mi hijo desde ese momento le nació decirme que me acompañaba. Ahora año con año se viene conmigo y siempre nace de él; ahora ya se nos hizo una devoción, ir y dar gracias cada año a la Santísima Virgen por la ayuda recibida, los milagros", dijo orgulloso el padre de familia guadalupano.
“Pero lo que más me gusta de venir con mi hijo es que lo tengo conmigo las 24 horas, vivimos juntos estas experiencias, tiene 12 años y esto ha sido una gran forma de afianzar la relación con él”, finalizó.