Diariamente, Alfredo —nombre ficticio— sale de su casa con una charola llena de churros de azúcar; el objetivo del día es vender su mercancía sin que los inspectores municipales lo vean, pues esto evitaría que junte los 200 pesos diarios que necesita para llevarle a su novia, quien espera un hijo.
Originario de Toluca, en el Estado de México, desde hace poco más de ocho años se ha dedicado a la venta de diversos productos en Querétaro, por la falta de oportunidades laborales, desde hace 2015 tuvo que optar por comprar churros dulces al mayoreo y venderlos en diversas zonas de la ciudad, principalmente en la avenida 5 de Febrero, a un costado del IMSS.
Ahí, entre paradas de camiones, pacientes del seguro social y demás vendedores de una gran variedad de artículos, es donde Alfredo llega a trabajar cerca de 12 horas, cuidando escabullirse de los inspectores. Después de pagar renta, darle dinero a su novia y pagar la comida, le pueden llegar a quedar 20 pesos libres.
Este vendedor y un par más de compañeros no hacen sus propios churros, se los compran a un mayorista, quien les cobra por adelantado; sin embargo, cuando le quitan su producto tiene que pedir que los churros sean fiados y el trabajo debe durar más horas.
“Gano un poco más de lo que le dan a un trabajador de cualquier empresa, pero, por ejemplo, los churros se los pedimos a un señor y se los pagamos antes, es decir, que la mercancía ya está pagada, pero hay veces en las que llegamos tarde y ellos llegan temprano, entonces pues nos quitan”.
Cada bolsita con cinco churros tiene un precio de 10 pesos, por lo que al día llega a vender aproximadamente 200 paquetes. A la semana —trabajando de lunes a sábado— obtiene mil 200 pesos, lo que mensualmente representa 4 mil 800. Siempre y cuando no tenga un enfrentamiento con empleados del gobierno municipal.
Al preguntarle cómo son los operativos de decomisos, señala que hay dos tipos de inspectores, unos son “buena onda” y les dan un par advertencias, por lo que pueden retirarse con su producto; sin embargo, hay otros más que llegan directamente a agredirlos y tirar su producto al piso, el cual se tiene que dejar perder.
Él ya tiene identificados los horarios en los que se hacen las revisiones, de tal modo que, si bien trabaja gran parte del día, lo tiene que hacer en diversos puntos de la acera; pese a ello, una semana le llegaron a tirar su producto tres veces, lo que afecta directamente su economía, pues la reduce hasta poco menos de la mitad.
“Yo de verdad que respeto mucho el trabajo de ellos, yo sé que su trabajo es no dejarme, pero hay unos que sí se manchan, nada más nos ven y nos quieren tirar la charola o agredirme a la fuerza. Algunos llegan tranquilos, otros no dejan vender, llegan así a la brava, por sus huevos”.
Sobre las agresiones de las que ha sido víctima, indica que los servidores públicos olvidan su verdadera función, por lo que llegan con palabras altisonantes; con tristeza dijo que estas personas no saben por todos los problemas que tienen que pasar para conseguir su producto.
Recordó que, en una ocasión, uno de los vendedores de piratería llegó a escaparse de un operativo; sin embargo, los inspectores se enojaron y decidieron pedir apoyo a la Policía Municipal, quienes argumentaron que la detención del vendedor de memorias USB con música era porque también estaba comercializando droga.
Su intención siempre ha sido trabajar en la legalidad, por lo que, en el tiempo que lleva viviendo en Querétaro, ha acudido al municipio a solicitar la licencia de funcionamiento, al menos dos veces; no obstante, al llegar le dan diversas justificaciones para argumentar la negativa. Por eso, comenta que perdió la esperanza de que algún día lo legalicen.
“Ellos dicen que es porque aquí es inseguro, que porque es un hospital, que a la fuerza necesitamos un permiso, pero los permisos no nos los dan, que porque si nos dan a uno le tienen que dar a otros. Los del seguro nos dicen que hace mucho tiempo aquí ya parecía tianguis y que por eso no nos dan chance”, agrega.
Al señalar que está cansado de esconderse, tener que correr o simplemente mirar como su producto se va a la basura, Alfredo pidió a las autoridades que tengan mayor sensibilidad con los comerciantes y, dijo, no solamente es por él, sino que hay cientos de personas que viven de la venta de estos productos y, al enfrentarse con los vendedores, los únicos que pierden son los comerciantes, “así es como nos quedamos sin comer, a ellos no les importa”.